Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
Juana
“La chocolata” y Juan “Paratrenes” vivieron en la calle Queipo de Llano, hoy 14 de
abril. La vivienda lindaba al norte con la casa de Cecilia y Marcelino, los
padres de Pepe Miranda “Martillo”; al sur vivía la familia de
los “Remolines”, emigrados a Bermeo, y al otro lado de la calle
tenían por vecinos a los inolvidables Juan
Manuel “Tororano” y Paquita “La Canuta”. Mis padres vivían un poco más al sur de “Tororano”.
Formaron una familia encantadora y feliz, esa era
la impresión que daban a los vecinos. Digo esto porque el buen humor y la risa eran
a diario sus compañeros de viaje, la procesión que pudiera desfilar por dentro -como
en todas las familias ocurre siempre- no la escenificaban.
La estampa irrepetible de Juana, plasmada en el lienzo de mis recuerdos infantiles, refleja
una escena única: Siempre la recuerdo regresando a casa con el cántaro de agua
en la cadera, venía con esa postura desde la “Posada” o desde la “Fuente”
que había en “El Paseo”, llevaba el
vestido muy desnivelado pues llevar el cántaro así le hacía subir una parte por
encima de la rodilla y la otra al contrario, por debajo.
Recuerdo esta estampa como muestra de lo
complicada que era la vida en aquellos años y como comparativa de nuestros días,
complicada también pero como fruto del derroche en su mayoría. Ahora las
personas necesitamos tenerlo todo para poder sentirnos felices, ocurre esto
porque hemos supeditado la felicidad a la consecución de ciertos objetivos materiales
que antes eran impensables y por eso, para las generaciones pasadas, el poder dar
de comer a diario a los hijos ya era un motivo de felicidad. Eso les ocurría a
ellos y, además, porque siempre estuvieron muy también compenetrados con los
cinco hijos: Miguel, Isabel, Frasco, Alfonso y Avelino.
Las formas de ser de estos esposos eran muy
parecidas y por ello se llevaban muy bien. Manifestaban el ser tranquilos,
tenían unas cachazas muy grandes y, por esas cualidades, nunca interferían en
lo que hacía el otro esposo, aunque los bueyes volaran a su alrededor- que
volaban- y ellos los vieran pasar.
Todos los hijos tenían unas ocurrencias geniales, el
ser vecinos me permitió tener las relaciones que mantuve con ellos y conocer
bien sus formas de ser. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que Frasco y Avelino fueron dos genios de
la ocurrencia y por eso nos han legado estampas jocosas que son unas joyas
del humor local. Esa cualidad la heredaron de su madre, el padre era muy
recatado, y los otros tres tenían el carácter paterno más acentuado.
Bartolomé
Alcalde “Zapatero”,
cuando alguien hace algo fuera de lo normal y la gente se sorprende por la
acción él intenta entonces hacerles comprender que nada ocurre por casualidad y,
para que su mensaje quede muy claro, hace a quienes le escuchan esta pregunta:
¿Qué da una higuera?
Entonces ellos suelen contestarle lo lógico:
- Higos.
- Pues qué esperabais vosotros que hiciera la
criatura esa –les responde.
Partiendo de la filosofía de Bartolomé comprenderemos con facilidad que fueron estos hijos tan
graciosos porque quienes los engendraron eran geniales… ¿Cómo iban a ser sus retoños?
Yo era un niño al lado de ellos pero, como en
aquellos tiempos los vecinos convivían de verdad, pues fui un juguete para Alfonso. Ahora las puertas de las casas
están todas cerradas a cal y canto, con mirilla o con cámaras de vigilancia en
algunos casos, y en aquellos tiempos las puertas estaban abiertas de par en par
desde el amanecer hasta que había que acostarse, sobre todo en verano. Por
estas razones los vecinos ya no somos tan vecinos, vivimos al lado de y, si enferma
alguno, quienes están ocupando la casa de al lado ni se enteran. Por esa razón
el amigo Alfonso entraba y salía en
la tienda de mi abuela con total libertad y lo hacía porque le encantaba
entretenerse con mis niñerías y como fruto de este trato un día intentó
enseñarme el funcionamiento de una bicicleta de carrera que tenían mis tíos, Pascual y Juan de Rosa Antonia o
los “Pascuales”. Estábamos en el
portal segundo de la casa de mi abuela,
en una acción propia de mis pocos años moví el pedal de manera inoportuna y uno
de sus dedos quedó atrapado entre los dientes de la corona de los pedales y la
cadena. Una vez planteada la situación Alfonso
pidió ayuda, acudieron mis tíos, desmontaron el sistema mecánico que lo tenía
atrapado y rescataron el dedo, había quedado en una situación lamentable pero
no irreversible. Con el paso de los años esta contrariedad se recordó por los
hermanos en repetidas ocasiones con cariño.
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