viernes, 13 de septiembre de 2013

LA SAGA DE LOS “PARATRENES-CHOCOLATES”


Colaboración de Paco Pérez
Capítulo II

Alfonso ingresó en la “Guardia Civil”, trabajó en distintos pueblos y finalmente recaló en Jaén, en este destino permaneció hasta que dio por concluido su periplo profesional.
Amaba a Villargordo tanto que, una vez jubilado, bajaba a diario en su “Niva” de color rojo y, cuando su enfermedad avanzó, primero lo hacía en los autocares municipales hasta Las Infantas pues el día anterior lo había dejado aparcado allí porque no quería correr riesgos. Solía hacer dos maniobras casi a diario, viajar hasta nuestro pueblo o, desde allí, visitar sus olivares. Cuando dejó de conducir porque empeoró ya venía hasta el pueblo en los autocares de “Montijano” y lo hacía acompañado de su inseparable cartera de cuero, tamaño folio, en la que guardaba su documentos. La enfermedad siguió avanzando, se agravó de manera irreversible y, después de pasar algunos años imposibilitado en la cama, nos dejó para siempre.
Cuando no estaba enfermo y venía solíamos tomar unas copas, hablábamos de muchos temas,  y siempre nos peleábamos para pagar, algunos creerán que esto es un cuento pero es totalmente cierto. En estas tertulias me comentó lo de la bicicleta –yo era demasiado pequeño cuando ocurrió y no podía recordarlo. También hablábamos sobre cómo consiguió, tras una y mil peripecias legales, lo que tuvo que trapichear para llegar a conseguir el patrimonio que juntó: Él compraba olivares o tierra que no estaban bien cuidados, no se enamoraba de manera perdida de ninguna de sus compras y por eso las vendía cuando conseguía ganarles algún dinero.
La verdad es que consiguió el objetivo que se propuso, mejorar el patrimonio heredado de sus padres y dejarles a sus hijos un pedazo de pan en la despensa. Lo que hizo, para mí, tiene más mérito porque lo consiguió con un sueldo de funcionario y, a su lado, una esposa muy trabajadora y buena administradora; todo esto lo aderezaron con honradez, mucho ingenio y más diplomacia.
Este espíritu comercial lo heredó Alfonso de su madre. La inolvidable Juana estuvo, durante un tiempo, dedicada al ejercicio del comercio clandestino. Lo era porque su casa desempeñaba el papel de establecimiento comercial y, de manera más concreta, la cocina.
La casa tenía dos cuerpos, dos plantas, un corral, una cuadra y un pajar. La puerta de la calle estaba centrada y daba paso a un portal con dos habitaciones laterales. Un arco abierto en la pared maestra daba paso al segundo cuerpo y en él la cocina estaba en la parte izquierda, en la derecha había una habitación, las escaleras para subir a la cámara, situada en el piso superior, y a puerta por la que se salía al corral.
En la cocina las casas solían tener dos alacenas y en una de ellas fue donde montó Juana el escaparate de su negocio de “zapatería”. Mi abuela Rosa Antonia, ayudada por mis tíos, tenía un negocio con matrícula de ferretería y ésta les permitía vender de todos los productos –desde una punta hasta un jamón- y, además, ellos tenían un sistema muy rentable: Adquirir grandes cantidades y pagar al contado, así conseguían un precio de compra más bajo. Lo que era una ventaja tenía el inconveniente de que algunos productos tardaban en venderse y se pasaban de moda, en este grupo entraban los zapatos para el campo, muchos de ellos eran de goma.
Juana iba allí a comprar todos los días y las chirigotas aparecían a la entrada siempre, a mis tíos les encantaba escuchar sus exageraciones y por eso procuraban despacharla la última. Un día, cuando la conversación retornó al punto de la seriedad, ella propuso a mis chachos comprarles, a bajo precio, un montón de calzado campestre que ellos tenían en el almacén, la mayoría eran botas de goma de color rojo oscuro. Acabaron haciendo el trato.
Cuando tuvo la mercancía en su domicilio acondicionó la alacena como escaparate y le colocó una bombilla para que la clientela las observara con detalle y pudiera enamorarse de sus productos de temporada aceitunera. Era tan buena comercial que logró vender las botas aunque fueran del mismo pie y algunas estuvieran ya deterioradas por los efectos invisibles de la vejez:
- Esas son las tuyas, te quedan mejor que pintadas- les decía a los compradores.
Cuando regresaban a casa después de la jornada laboral en los olivares unos lo hacían con rozaduras o ampollas en los pies y otros las traían ya rotas. Éste fue el problema más frecuente que tuvo que lidiar Juana con los compradores, se les rompían tan pronto porque llevaban fabricadas mucho tiempo y los materiales ya habían perdido su consistencia. Cuando ocurría esto la visitaban para protestarle, ella los atendía, les respondía con una ocurrencia jocosa y apropiada para salir del paso, la protesta quedaba en risotadas y luego contaban en la esquina del “Ratón” lo que les había contestado Juana.
- ¿Se comprende por qué Alfonso fue tan buen comerciante?
Otras veces comentábamos las anécdotas que nos había regalado la vida cuando participábamos en las timbas de “Chabarrasco”. Éstas las jugábamos por las tardes en los bares del pueblo, normalmente,  en la década de los ochenta y hubo un tiempo en el que la “Casilla del cura”, la segunda o de abajo, se convirtió en un casino. Ambos teníamos una cualidad común cuando jugábamos, la prudencia. Por ella salíamos victoriosos la mayor parte de las veces.
Hace casi unos treinta años, un sábado por la tarde, fuimos invitados a una timba en el “Bar Danubio” de “Las Infantas” por quienes venían de allí a nuestro pueblo. Ellos solían juntarse allí los fines de semana y nos hablaban de un tal Miguel Caballo loco”, ese señor era muy popular entre ellos. Por la forma que tenían de hablar de él nosotros creíamos que era natural de Las Infantas o que estaba casado con alguna moza del lugar. Esa sensación aumentó cuando llegamos al bar y nos encontramos a este señor en compañía de otro caballero y dos mujeres, yo supuse que eran sus esposas- gran error.
La partida comenzó sin el caballero, cuando se incorporó al grupo se sentó a mi izquierda y lo que hizo no fue una casualidad, lo tenía todo perfectamente calculado y este detalle lo comprendí más adelante.
Iniciamos la partida sobre las 16:00 horas y antes de empezar les anuncié que a las 20:00 horas me marcharía para casa. Hecha esa aclaración, como siempre ocurría, todos los jugadores pusieron la misma cantidad de dinero y después las reposiciones ya eran libres, una vez arrancada. Alfonso también comenzó en ella y, como siempre, los dos fuimos prudentes ese día y seguimos el guión habitual. Ambos comenzamos mal y tuvimos que reponer varias veces, siempre lo hice con una cantidad baja, 500 pesetas, y así llegué a ir perdiendo hasta 5000.  Ahí me cambió la suerte y pasé a mi línea de ganador habitual… ¡¡¡Llegué a acumular una cantidad, aproximada, de 50 000 pesetas!!!
Una vez montado en la borriquilla, estar en la posición de ganador, opté por nadar y guardar la ropa porque la hora de abandonar la timba llegaba en cuestión de minutos. Como ganaba tanto, en aquellos tiempos era un dineral esa cantidad, opté por seguir media hora más porque me daba vergüenza levantarme.
Ese fue, por mi parte, un error grave porque en una jugada muy favorable para mis intereses “Caballo Loco” me limpió la era. Acabada la jugada me levanté, felicité al ganador y regresé a Villargordo.
Unos días después, en “El Tropezón”, tomaba con los amigos unas cervezas, se nos acercó Alfonso y se integró en el grupo. Cuando encontró el momento oportuno me pidió que lo acompañara hasta el coche porque me tenía que enseñar una cosa. Una vez solos me comentó que había sido una excusa para comentarme un asunto de interés para mí. Guardé silencio y entonces me comunicó:
- Tú sabes bien que te aprecio un montón y hoy te tengo que dar el consejo de que no vuelvas a jugar más con esa gente a las cartas porque no sabes quienes son.
– La verdad es que no, fue la primera vez que los vi –le contesté.
- No te puedes imaginar lo que ocurrió después de que tú te vinieras.
Entonces, en un relato pormenorizado, me informó de cómo fue el final de la partida. Un guardia civil jubilado muy amigo de Alfonso y conocido mío, Dulce, se acercó al señor “Caballo Loco” en el aparcamiento del restaurante cuando se iba a montar en el coche y le puso la pistola en el costado para que le devolviera el dinero que le había ganado, 10 000 pesetas.
¿Por qué procedió así Dulce?
Porque conocía a “Caballo Loco” desde que estuvo trabajando en el equipo de seguridad de varios casinos y en ellos es donde conoció a aquel tramposo individuo. Éste era un tahúr profesional y cada día de la semana visitaba un lugar diferente para menear el árbol de la nobleza humana y llevarse sin esfuerzo la cosecha valiéndose de las típicas trampas de su profesión. En este caso se colocó a mi izquierda porque sabía que era el enemigo a batir, tenía suerte y, además, jugaba bastante bien. A mi derecha se sentó el compinche, éste tenía la misión de empujar cuando él diera las cartas que previamente había manipulado.
Las señoras no eran sus señoras, eran profesionales del mundo de la noche que aquel día fueron usadas por el tahúr para engañar a la concurrencia.
Agradecí a mi inolvidable amigo sus palabras y, desde aquel momento, me dediqué a distraerme con otros juegos porque el objetivo era estar distraído a determinadas horas del día, en este caso por las tardes.
Estas palabras de Alfonso me ayudaron a tomar la decisión de no participar en más timbas, aunque me fueron muy lucrativas durante un tiempo, pero hubo otra razón más fuerte y poderosa… ¡¡¡La MALDAD humana hizo que algunos paisanos perdedores divulgaran una mentira como si fuera verdad!!!
Jugaba para distraerme y no para lucrarme. Cuando alguien afirma algo debe de tener pruebas y las mías están en poder de tres amigos: Alonso y los hermanos Paco y Diego Lerma. Los cuatro formamos, en plan cachondo, la empresa “EPIAN”. El origen de ese nombre está en la palabra “NAIPE”, si se escriben sus letras en sentido contrario. Preguntando a ellos se confirman los hechos narrados o se desmienten.
Mientras duró el invento repartíamos beneficios para los cuatro todos los meses  y después de la charla con Alfonso les anuncié que dejaba el asunto. Como teníamos un fondo común decidimos no repartirlo para invitar a la numerosa peña de gente con la que nos divertíamos en aquellos años.
¡¡¡Amigo Alfonso, allá donde estés, gracias por cómo me trataste cuando era un niño y de mayor!!!

 

 

 

 

 

 

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