Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
Esta foto es la inspiradora
de los hechos ocurridos en el pasado, los que ya estaban dormidos, y que han sido
recuperados por ella con la ayuda de la convivencia que tengo con nuestros
paisanos o por lo que me aporte la mente en el futuro.
Quiero dedicar esta
recuperación a Paco Tirado Moral por regalarnos los recuerdos fotográficos que
le legó su querido padre.
FRASCUELO EN
LA NOCHE DE “SAN ANTÓN”
Una
mañana entramos en la cafetería y compartimos mesa con Ana Serrano Castillo “La cotota”. Durante el tiempo que estuvimos juntos hablamos de diversos
temas. Como su familia y la de Frascuelo
habían sido vecinas durante muchos años, tuve la ocurrencia de comentarle que
habíamos publicado una foto con su familia y que ésta había sido realizada por el
padre de Paco Tirado Moral, Juan Tirado López “El chindo”.
Ana, por los
muchos años de vecindad con él y con su esposa Dolores, nos habló maravillas de ellos. Las casas de ambas familias
estaban juntas, puerta con puerta, y, como había pocos vecinos en ese entorno
pues esa circunstancia hacía que se respiraba en el entorno un buen ambiente de
amistad y por eso había muy buenas relaciones entre todos.
A
consecuencia de ello, un 16 de enero
de hace casi cuarenta años se juntaron los vecinos alrededor de la tradicional lumbre de San Antón. Establecimos
esa temporalidad porque Ana comentó que Mariana
y Juanito “Pancho” estaban novios y también participaron, ella también era
vecina, y yo, que me había casado unos meses antes que ellos, le puse los años
pues ya hacía cuarenta y uno de nuestro enlace matrimonial.
Aquellos
actos tenían sentido y se vivían a tope porque las fiestas eran motivo de
juerga y ahora, al ser cada día fiesta para los jóvenes por la falta de
ocupación laboral y porque la sociedad ha evolucionado hasta este punto, pues
la mencionada noche ya no tiene el sabor de antes.
Ellos
sí supieron darle contenido, según Ana demasiado, y Frascuelo que no necesitaba
guitarra para cantar y bailar pues estaba a sus anchas… ¡¡¡Era un hombre festivo por naturaleza, vivía la juerga como nadie y
contagiaba al resto!!!
En
ese ambiente comieron, bebieron, cantaron y recordaron todo lo tradicional:
rueda, bailes y canciones.
Ya
estaba la madrugada bien avanzada, las existencias estaban casi agotadas y había
que reponerlas. Entonces, el inolvidable Frascuelo cogió el timón del barco y
gritó:
-
Quiero aquí, de inmediato, una sartén bien grande y aceite en ella pues, cuando
vuelva, ya tiene que estar a punto.
Él
fue el primero que abandonó la lumbre y entró en su casa, las mujeres
cumplieron sus órdenes y volvieron con la sartén, las trébedes y el aceite. La
lumbre había sido animada por los hombres y el aceite ya empezaba a caldearse.
De
pronto apareció el promotor por la puerta y traía en cada mano un conejo. Soltó
uno en el suelo y, en menos que canta un gallo, le quitó la piel y las tripas a
los dos. Cogió una piedra grande, las calles estaban entonces llenas de ellas,
los descuartizó sobre ella y los echó a la sartén.
Comentó
Ana que era un espectáculo presenciar la habilidad que tenía para hacerlo y su
generosidad aún mayor porque no fueron dos los que destripó aquella noche,
fueron algunos más.
Como
es lógico los otros aportaron más bebidas y demás elementos, hay que tener en
cuenta que eran muchas las personas participantes, y eso hizo que se pusieran
bien colocados.
Cuando
el sol estaba llamando a las puertas de nuestro pueblo Frascuelo tuvo una idea genial y, para comunicarla al grupo, les
pidió que guardaran silencio durante unos minutos, una vez calmado el vocerío
dijo:
-
¡¡¡Ahora nos vamos al Ayuntamiento
viejo, allí os diré lo que vamos a hacer después!!!
Sebastián “El espatarrao” le preguntó:
-
¿Qué vas a hacer con nosotros allí, meternos en la cárcel?
-
Es una sorpresa, así que en marcha -le contestó.
Le
hicieron caso y caminaron hasta el viejo edificio, como es lógico, cantando y
metiendo un buen follón. Iban tranquilos porque la autoridad del orden público caminaba
al frente del desorden.
Una
vez que llegaron nombró a los más jóvenes, les pidió que le siguieran y entró
con ellos al edificio. Nadie esperaba lo que vieron un rato después… ¡¡¡Salían vestidos de gigantes y cabezudos,
Frascuelo con un mazo de cohetes debajo
del brazo y la tablilla en la mano!!!
Recordando
al 24 de julio, día de la víspera de la “Fiesta
de Santiago”, recorrieron las calles del pueblo hasta subir a la ermita a
dar las tradicionales vueltas alborotando, tirando cohetes y dando voces.
Bien
entrada la mañana regresaron a sus casas para descansar de aquella noche
inolvidable.
Hasta
ese momento todo estuvo perfecto pero después, cuando se comentó por el pueblo
lo que había ocurrido la noche anterior y que el señor Frascuelo había estado
al frente de los hechos ocurridos, la bomba le explotó en las manos y estuvo a
punto de costarle un disgusto… ¡¡¡Perder
el puesto de trabajo!!!
El
señor alcalde, D. Luciano Jiménez García,
recibió la noticia y le abrió un expediente administrativo para expulsarle del
trabajo por lo que hizo: “Utilización de
las llaves del edificio público, de los gigantes y de los cohetes para un uso
particular”.
Las
razones por las que fue perdonado no se saben pero se sospecha que al ser tan
querido por todos los villargordeños pues más de uno se debió de movilizar hasta
el despacho del alcalde para pedirle su perdón.
HISTORIA DE ANTONIO LÓPEZ MORENO “EL CALLAICO”,
HERMANO DE FRASCUELO
Hace
unos días, me encontré con Antonio
García López, sobrino de los anteriores, sus tíos por parte de madre, y le
comenté la foto publicada. En la conversación le recordé que al chacho “Callaico” yo lo recordaba siempre, de
cuando éramos niños, en aquella inolvidable estampa de entonces: Estar siempre en la puerta de su casa en
cuclillas.
Le
pregunté por la veracidad de la leyenda urbana que yo había escuchado sobre la
razón por la que siempre estaba así junto al quicio de la puerta de la calle de
la casa de los padres de Antonio, el “Callaico”
vivía con ellos.
Él me comentó que
eran secuelas de la Guerra Civil pues participó en la “Batalla del Ebro”, que en un momento de ella tuvo que elegir entre
morir ahogado o tiroteado y, como es lógico, se tiró al agua. Como era un buen
nadador pues logro cruzarlo y al salir del agua, en la misma orilla, recibió un
tiro en la cintura y, a pesar de ello, sobrevivió. Afirmó que esa pudo ser la causa
por la que después tuviera que tener siempre esa postura.
Unos
días después me encontré con su hermano Luís,
el segundo de los hermanos y algo mayor que él, le pregunté lo mismo que a
Antonio y me contestó así:
-
Antonio no recuerda bien los hechos en su totalidad.
Mi
tío, cuando era un niño de muy pocos años, se cayó por el hueco de una ventana
o de un balcón y en la caída se fastidió la columna a la altura de la cintura.
Como las posibilidades económicas de mi abuelo, su padre, eran nulas pues lo
entablillaron y lo vendaron, lo mantuvieron sin moverse durante un cierto
tiempo acostado y le anudó la rotura. Como es lógico, no quedó bien y toda su
vida tuvo que arrastrar las secuelas de aquel desgraciado accidente.
Los
hechos narrados de la batalla sí coinciden en que pudo cruzarlo, que lo hizo con
el fusil enganchado en bandolera y porque era un nadador de primera fila.
Afirma que no fue herido. Desde la otra orilla pudo observar, con impotencia,
el lamentable espectáculo de ver bajar el río Ebro lleno de cuerpos que
flotaban en sus aguas ya muertos, unos por los disparos del enemigo y otros por
no saber defenderse en el medio.
El
“Callaico”, igual que le ocurrió a mi
padre (Luís Pérez Navarro), al estar
Villargordo en zona republicana fue reclutado para combatir en este bando, él más
lejos y mi padre en los frentes provinciales. No sé cómo regresó este paisano
al pueblo al finalizar el conflicto pero sí sé que a mi padre lo subieron unos
soldados del ejército ganador a un camión, mediante engaño, cuando caminaba de
regreso para el pueblo y lo bajaron en un campo de concentración que habían
habilitado en la playa de Torremolinos (Málaga). Cuando mi abuelo pudo
conseguir la documentación pertinente que le permitiera salir de aquel segundo
infierno ya se habían pasado tres meses y si las balas no lo mataron poco le
faltó para que el hambre y la miseria acabaran con él y yo, por esa razón y
como daño colateral, no habría podido estar esta noche dándole al teclado para
que conozcáis estas lamentables historias.
También
me comentó Luís, recordando aquellos tiempos en los que la playa de los
villargordeños era el río Guadalquivir, que una tarde bajó a bañarse en
compañía de su tío “Callaico” y, debido
a que sus pocas dotes nadadoras se aliaron con el atrevimiento, estuvo a punto
de ahogarse.
Cuando
comprendió que iba bajando a la deriva y que el remolino se aproximaba gritó,
su tío se tiró vestido al agua y llegó a tiempo de impedir la desgracia.
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