jueves, 13 de noviembre de 2014

VIAJANDO AL PASADO POR LA IMAGEN

Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
Esta foto es la inspiradora de los hechos ocurridos en el pasado, los que ya estaban dormidos, y que han sido recuperados por ella con la ayuda de la convivencia que tengo con nuestros paisanos o por lo que me aporte la mente en el futuro.
Quiero dedicar esta recuperación a Paco Tirado Moral por regalarnos los recuerdos fotográficos que le legó su querido padre.

FRASCUELO EN LA NOCHE DE “SAN ANTÓN”
Una mañana entramos en la cafetería y compartimos mesa con Ana Serrano Castillo “La cotota”. Durante el tiempo  que estuvimos juntos hablamos de diversos temas. Como su familia y la de Frascuelo habían sido vecinas durante muchos años, tuve la ocurrencia de comentarle que habíamos publicado una foto con su familia y que ésta había sido realizada por el padre de Paco Tirado Moral, Juan Tirado LópezEl chindo”.
Ana, por los muchos años de vecindad con él y con su esposa Dolores, nos habló maravillas de ellos. Las casas de ambas familias estaban juntas, puerta con puerta, y, como había pocos vecinos en ese entorno pues esa circunstancia hacía que se respiraba en el entorno un buen ambiente de amistad y por eso había muy buenas relaciones entre todos.
A consecuencia de ello, un 16 de enero de hace casi cuarenta años se juntaron los vecinos alrededor de la tradicional lumbre de San Antón. Establecimos esa temporalidad porque Ana comentó que Mariana y JuanitoPancho” estaban novios y también participaron, ella también era vecina, y yo, que me había casado unos meses antes que ellos, le puse los años pues ya hacía cuarenta y uno de nuestro enlace matrimonial.
Aquellos actos tenían sentido y se vivían a tope porque las fiestas eran motivo de juerga y ahora, al ser cada día fiesta para los jóvenes por la falta de ocupación laboral y porque la sociedad ha evolucionado hasta este punto, pues la mencionada noche ya no tiene el sabor de antes.
Ellos sí supieron darle contenido, según Ana demasiado, y Frascuelo que no necesitaba guitarra para cantar y bailar pues estaba a sus anchas… ¡¡¡Era un hombre festivo por naturaleza, vivía la juerga como nadie y contagiaba al resto!!!
En ese ambiente comieron, bebieron, cantaron y recordaron todo lo tradicional: rueda, bailes y canciones.
Ya estaba la madrugada bien avanzada, las existencias estaban casi agotadas y había que reponerlas. Entonces, el inolvidable Frascuelo cogió el timón del barco y gritó:
- Quiero aquí, de inmediato, una sartén bien grande y aceite en ella pues, cuando vuelva, ya tiene que estar a punto.
Él fue el primero que abandonó la lumbre y entró en su casa, las mujeres cumplieron sus órdenes y volvieron con la sartén, las trébedes y el aceite. La lumbre había sido animada por los hombres y el aceite ya empezaba a caldearse.
De pronto apareció el promotor por la puerta y traía en cada mano un conejo. Soltó uno en el suelo y, en menos que canta un gallo, le quitó la piel y las tripas a los dos. Cogió una piedra grande, las calles estaban entonces llenas de ellas, los descuartizó sobre ella y los echó a la sartén.
Comentó Ana que era un espectáculo presenciar la habilidad que tenía para hacerlo y su generosidad aún mayor porque no fueron dos los que destripó aquella noche, fueron algunos más.
Como es lógico los otros aportaron más bebidas y demás elementos, hay que tener en cuenta que eran muchas las personas participantes, y eso hizo que se pusieran bien colocados.
Cuando el sol estaba llamando a las puertas de nuestro pueblo Frascuelo tuvo una idea genial y, para comunicarla al grupo, les pidió que guardaran silencio durante unos minutos, una vez calmado el vocerío dijo:
- ¡¡¡Ahora nos vamos al Ayuntamiento viejo, allí os diré lo que vamos a hacer después!!!
SebastiánEl espatarrao” le preguntó:
- ¿Qué vas a hacer con nosotros allí, meternos en la cárcel?
- Es una sorpresa, así que en marcha -le contestó.
Le hicieron caso y caminaron hasta el viejo edificio, como es lógico, cantando y metiendo un buen follón. Iban tranquilos porque la autoridad del orden público caminaba al frente del desorden.
Una vez que llegaron nombró a los más jóvenes, les pidió que le siguieran y entró con ellos al edificio. Nadie esperaba lo que vieron un rato después… ¡¡¡Salían vestidos de gigantes y cabezudos, Frascuelo con un mazo de cohetes debajo del brazo y la tablilla en la mano!!!
Recordando al 24 de julio, día de la víspera de la “Fiesta de Santiago”, recorrieron las calles del pueblo hasta subir a la ermita a dar las tradicionales vueltas alborotando, tirando cohetes y dando voces.
Bien entrada la mañana regresaron a sus casas para descansar de aquella noche inolvidable.
Hasta ese momento todo estuvo perfecto pero después, cuando se comentó por el pueblo lo que había ocurrido la noche anterior y que el señor Frascuelo había estado al frente de los hechos ocurridos, la bomba le explotó en las manos y estuvo a punto de costarle un disgusto… ¡¡¡Perder el puesto de trabajo!!!
El señor alcalde, D. Luciano Jiménez García, recibió la noticia y le abrió un expediente administrativo para expulsarle del trabajo por lo que hizo: “Utilización de las llaves del edificio público, de los gigantes y de los cohetes para un uso particular”.
Las razones por las que fue perdonado no se saben pero se sospecha que al ser tan querido por todos los villargordeños pues más de uno se debió de movilizar hasta el despacho del alcalde para pedirle su perdón.

HISTORIA DE ANTONIO LÓPEZ MORENO “EL CALLAICO”, HERMANO DE FRASCUELO
Hace unos días, me encontré con Antonio García López, sobrino de los anteriores, sus tíos por parte de madre, y le comenté la foto publicada. En la conversación le recordé que al chacho “Callaico” yo lo recordaba siempre, de cuando éramos niños, en aquella inolvidable estampa de entonces: Estar siempre en la puerta de su casa en cuclillas.
Le pregunté por la veracidad de la leyenda urbana que yo había escuchado sobre la razón por la que siempre estaba así junto al quicio de la puerta de la calle de la casa de los padres de Antonio, el “Callaico” vivía con ellos.
Él me comentó que eran secuelas de la Guerra Civil pues participó en la “Batalla del Ebro”, que en un momento de ella tuvo que elegir entre morir ahogado o tiroteado y, como es lógico, se tiró al agua. Como era un buen nadador pues logro cruzarlo y al salir del agua, en la misma orilla, recibió un tiro en la cintura y, a pesar de ello, sobrevivió. Afirmó que esa pudo ser la causa por la que después tuviera que tener siempre esa postura.
Unos días después me encontré con su hermano Luís, el segundo de los hermanos y algo mayor que él, le pregunté lo mismo que a Antonio y me contestó así:
- Antonio no recuerda bien los hechos en su totalidad.
Mi tío, cuando era un niño de muy pocos años, se cayó por el hueco de una ventana o de un balcón y en la caída se fastidió la columna a la altura de la cintura. Como las posibilidades económicas de mi abuelo, su padre, eran nulas pues lo entablillaron y lo vendaron, lo mantuvieron sin moverse durante un cierto tiempo acostado y le anudó la rotura. Como es lógico, no quedó bien y toda su vida tuvo que arrastrar las secuelas de aquel desgraciado accidente.
Los hechos narrados de la batalla sí coinciden en que pudo cruzarlo, que lo hizo con el fusil enganchado en bandolera y porque era un nadador de primera fila. Afirma que no fue herido. Desde la otra orilla pudo observar, con impotencia, el lamentable espectáculo de ver bajar el río Ebro lleno de cuerpos que flotaban en sus aguas ya muertos, unos por los disparos del enemigo y otros por no saber defenderse en el medio.
El “Callaico”, igual que le ocurrió a mi padre (Luís Pérez Navarro), al estar Villargordo en zona republicana fue reclutado para combatir en este bando, él más lejos y mi padre en los frentes provinciales. No sé cómo regresó este paisano al pueblo al finalizar el conflicto pero sí sé que a mi padre lo subieron unos soldados del ejército ganador a un camión, mediante engaño, cuando caminaba de regreso para el pueblo y lo bajaron en un campo de concentración que habían habilitado en la playa de Torremolinos (Málaga). Cuando mi abuelo pudo conseguir la documentación pertinente que le permitiera salir de aquel segundo infierno ya se habían pasado tres meses y si las balas no lo mataron poco le faltó para que el hambre y la miseria acabaran con él y yo, por esa razón y como daño colateral, no habría podido estar esta noche dándole al teclado para que conozcáis estas lamentables historias.
También me comentó Luís, recordando aquellos tiempos en los que la playa de los villargordeños era el río Guadalquivir, que una tarde bajó a bañarse en compañía de su tío “Callaico” y, debido a que sus pocas dotes nadadoras se aliaron con el atrevimiento, estuvo a punto de ahogarse.

Cuando comprendió que iba bajando a la deriva y que el remolino se aproximaba gritó, su tío se tiró vestido al agua y llegó a tiempo de impedir la desgracia. 

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