Colaboración de Paco Pérez
Capítulo IV
EL HÍJO SE VA DE FIESTA
Miguel,
así se llama el protagonista de los hechos, es un señor de Córdoba que también
está jubilado ya y que suele vivir a caballo entre su ciudad de residencia y
Nerja.
Nos
conocemos desde hace unos años porque vive en la misma comunidad que nosotros y
esta circunstancia hace que coincidimos con él o con su esposa Rosa en los
patios, o por las calles, y ello nos lleva a dialogar durante un largo rato
porque Miguel es de las personas que cuando toman la palabra no saben cuándo
tienen que soltarla.
Los
encuentros de la calle suelen producirse cuando nosotros ya regresamos a casa,
normalmente después de las 12:00, y él sale entonces a dar un paseo, es en esos momentos cuando siempre suele
dejarnos unas perlas que lo hacen único e irrepetible. Sus formas de ser me
recuerdan mucho a nuestro Tomás “Zamorita”.
Miguel
y Rosa tienen también dos hijos pero todavía no se han casado y los tienen un
poco atados, de ahí sus frecuentes viajes a Córdoba. En una ocasión surgió este
tema y durante el mismo surgieron las realidades de nuestros tiempos y las
relaciones entre padres e hijos. Miguel nos mostró sus formas de pensar en este
campo y nos contó la anécdota que una noche tuvo con uno de ellos.
Parece
ser que todos sus consejos sobre lo malo que era regresar de madrugada los
fines de semana habían fracasado y una noche tuvieron este diálogo antes de que
el muchacho se marchara:
-
¿Vas a salir esta noche? –le preguntó Miguel.
–
Sí, he quedado con los amigos -le contestó.
–
Ya sabes lo que deseo y por lo tanto no vamos a repetir siempre lo mismo.
–
Entonces… ¿A qué hora regreso?
–
Me conformo con que vuelvas para la hora de dormir.
LA HORA CORRECTA PARA PONER LAS CALLES EN NERJA
Un
día, nos encontramos con Miguel, como casi siempre, en la calle; era algo más temprano que de
costumbre y nos sorprendimos mucho por esa circunstancia, regresábamos ya a
casa y yo le empujaba al carro de la compra, iba lleno de alimentos hasta la
bola y sus rudimentarios elementos de rodamiento se mostraron uraños y chirriaban más de lo deseado.
Mari
lo divisó desde lejos y me lo comunicó, venía en dirección contraria a la
nuestra, por la misma acera y, como siempre, mostraba al viandante su típica
figura de hombre desaliñado que viste de cualquier manera y sin afeitar; transitando
con su particular caminar pausado aparenta ser una persona cansada y atolondrada,
es un caminante solitario que siempre porta en una de sus manos un libro,
normalmente muy grueso.
Él,
al cruzarse con nosotros, no nos vio porque está mal de la vista pero yo lo
sujete del brazo y ya hablamos unos minutos en estos términos:
-
¡¡¡Hombre, no os vi!!! –se disculpó.
–
Por eso te he llamado la atención –le contesté.
–
¿Adónde vais?
-
Regresamos a casa con las compras.
-
¿Hoy no habéis caminado?
–
Claro que sí, a las 09:00 ya salíamos por la puerta de casa y regresábamos una
hora después. Fuimos a la pescadería, regresamos con la compra, salimos de
nuevo para llenar la despensa, hemos estado de tertulia en el café y ya vamos
para casa.
Entonces
tuvo una de sus ocurrencias geniales:
-
¿Tan temprano ponen las calles en medio
del pueblo?
Nos
reímos con esa ocurrencia tan genial que tuvo de decirnos que él no se
levantaba temprano. Después nos aclaró que leía hasta las 3 ó 4 de la
madrugada; esta circunstancia es la que le hacía levantaba tan tarde.
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