Colaboración de Paco Pérez
Capítulo VI
LAS “PELLIZAS”
El contenido de este texto me fue transmitido una mañana de
agosto por Paqui, su hija. Hacía ya
algunos días que me comunicó el deseo de relatarme algunas estampas graciosas
que protagonizó su padre y que ella recordaba con mucho cariño. Pasaron unas
fechas, de nuevo coincidimos en la “churrería”,
ella ya estaba sentada en la puerta a la sombra del toldo, después de los saludamos
nos propuso sentarnos para relatarme los hechos.
Los
que tenemos algunos años sabemos bien que cuando el señor Francisco vivía en nuestro pueblo protagonizaba, un día sí y el
otro también, estampas graciosas y con sus ocurrencias alegraba la vida a
quienes estaban próximos a él en ese momento. En nuestros tiempos estas escenas
no causarían a los villargordeños el impacto que entonces sí tenían… ¿Por qué?
Porque
los jóvenes, ahora, no tienen sentido del humor debido a que todo se lo damos resuelto,
la familia y las instituciones. En el pasado no había de nada y el ambiente
cultural que teníamos era casi nulo y, como consecuencia del empobrecimiento
social, el divertimento que se ofrecía a los habitantes quedaba reducido a las ocurrencias geniales que él, y otros
como él, tenían. Para comprender mejor estas genialidades de Francisco y las otras personas debemos
viajar más al pasado y recordar una obra genial de la literatura española, “El Lazarillo de Tormes”. Esta novela
picaresca fue publicada en 1554, es de autor anónimo y en ella queda retratada
una época y las personas que tuvieron que salir adelante con sus penalidades
particulares y las del conjunto donde vivían.
Si
viajamos hasta los tiempos del señor Francisco
en nuestro Villargordo querido y,
salvando la distancia temporal que había entre su época y la que se refleja en
esa obra, entonces comprenderemos qué mensaje nos regala la célebre frase de
ese libro:
-
[El hambre agudiza el ingenio.].
La
pobreza de entonces desarrolló la mente del personaje para poder comer y en la España de entonces había dificultades
para alimentarse, vestir, tener casa, comprar juguetes a los niños, poder
divertirse… En nuestro pueblo sólo podían ir al cine, de vez en cuando y si podían pagar la entrada, pero ahora
tenemos TV y actividades pagadas por los municipios; tomaban el café y jugaban unas partidas de cartas y dominó, los hombres pero las mujeres quedaban en casa, y ellos compartían unos vasos de vino en tertulia mientras comentaban las incidencias que
habían tenido con el pájaro de perdiz durante el puesto de “cuco” o los resultados del fútbol.
Entonces
no les regalaban nada los padres ni las autoridades y ellos, que tenían hambre
de fiesta porque eran jóvenes pero jamás llevaban una peseta en el bolsillo, como
necesitaban diversión pues ponían en
marcha su ingenio para reír un rato.
Cuando
las inclemencias meteorológicas descargaban sobre nuestro pueblo aquellos
tremendos temporales el mundo laboral se paralizaba y de alguna forma había que
pasar el tiempo, las “ligueras del vino”,
al no tener que ir a trabajar, se alargaban más de lo normal y por esa razón
algunos se ponían bastante “moscas”,
es decir, “borrachuzos”. Esto
ocurría porque las tapas que entonces se ponían de aperitivo en los bares eran tan
poco variadas y abundantes, normalmente un plato de garbanzos tostados o
avellanas, que el alcohol que llevaba el vino hacía a los clientes más efecto
por culpa de esas engañifas alimentarias que por la cantidad ingerida y las
consecuencias que se derivaban por esas razones a los reunidos eran de ponerse
“pintones”, entonces todos estaban muy graciosos y ya podía ocurrir
cualquier inconveniente: caídas, discusiones o peleas.
Como
estas escenas y situaciones se producían con bastante frecuencia en invierno y el
vino elevaba el calor corporal pues la prenda de abrigo que entonces llevaban
los hombres para resguardarse del frío, la “pelliza”, ya les estorbaba en el cuerpo… ¿Qué hacían con ella?
Se
la quitaban y, como no había en los bares perchas, pues la dejaban encima de cualquier silla y, como a
la hora de marcharse ya iban “borrachuzos”,
pues se las dejaban en el bar o se les caía en cualquier esquina. Cuando al día
siguiente tenían que salir de casa a la calle iban a la percha en busca de la “pelliza y, como no estaba, comenzaban a llamar a la esposa:
-
¡¡¡Nenaaaa!!!
Cuando
ella acudía él volvía a la carga:
-
¿Dónde me has puesto la “pelliza?
–
Tú sabrás a quién se la dejaste anoche
prestada porque venías sin ella –le contestó Mariquilla.
Esta
escena la protagonizaba el “Cuco”
con alguna frecuencia y ya se hizo famoso por ella, hasta el punto que en más
de una ocasión tuvo que recurrir a Juan
Antonio “El enterraor”, también conocido
como “El cojillo de Natalia”, que
era el pregonero del pueblo para que fuera voceando su pérdida por las esquinas.
Como
el suceso se repitió más de una vez pues en una de ellas “El cojillo” se puso en la esquina de “El Maza” a vocear sus encargos y entre ellos dijo:
¡¡¡Oidoooo,
se hace saber,
que una “pelliza”
se ha perdido otra vez!!!
Como
en aquellas cuatro esquinas siempre había reunida mucha gente pues uno de los
que allí estaban escuchando el pregón gritó:
¡¡¡Del “Cuco” es!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario