Colaboración de José Martínez Ramírez
IV
SIN PIEDAD Y MORAL… ¡VIVA EL CAOS!
El
otro día me sentí abandonado de la mano de Dios cuando escuche por televisión
cómo unos miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado explicaban,
dando pelos y señales, la operación por la cual detuvieron al asesino de Diana.
Los
asesinos que se detienen son una minoría, los que campan a sus anchas por el
mundo son muchísimos y no suelen decir dónde viven. Los aprendices están muy
atentos a lo que suelta por la boca un policía en televisión o en los bares,
incluso los profesionales de las cloacas no pueden evitar oír estas
informaciones que les regalan, inexplicablemente.
Veo
bien que se premie con cualquier dádiva los esfuerzos de los profesionales. Lo
que me parece un insulto al esfuerzo de los agentes de este caso y a las horas
de vigilancias, contravigilancias y escuchas,
a sus fatigas, es que cuenten, por poner un ejemplo, que hubo
un tiempo donde ambos teléfonos móviles estuvieron juntos, el del asesino y el de Diana.
Claro,
si alguna rata de cloaca piensa matar a alguien ya sabe que necesita una
coartada y acaba de aprender cómo tenerla con el móvil. O sea, me cargo a
fulanico pero previamente le pongo el móvil a mi amigo en su portal y después
de cargarme a ese alguien lo visito. Después, en el juicio puede haber
contradicciones en las horas que dice el asesino con la de su amigo pero, por
lo pronto, complico la investigación.
¿Cuántas veces hemos visto en televisión a
los agentes encargados de esta investigación?
Estos
profesionales basan su trabajo en el anonimato, ahora los conocen en toda
Europa. De todas formas, mi enhorabuena y un abrazo para todos.
LAS RATAS DE CLOACA APUNTAN A LAS
DIANAS
Esa
rata de cloaca;
éste,
más que cabrón,
no
tiene ningún perdón
y
su hábitat es la caca.
Esos
dientes de jaca
no
los quiero ver yo
pues
parecen un arpón
clavado
hasta las entrañas.
Nos
ha quitado un primor
de
ojos grandes de gata,
muchacha
simpática y…
¡Con
la pureza de un limón!
El
Madrid de los Austria
y
la Galicia de agua y verdor;
no
volverán a verla en blusón,
ni
a enamorar su mirada,
suave
como el visón…
¡Hasta siempre, Diana!
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