Colaboración de Paco Pérez
ALMENARA, ANÉCDOTAS
CAPÍTULO VII-E
Hoy
os voy a mostrar algunos recuerdos de hechos reales y curiosos que sucedieron
hace muchos años y que tuvieron como protagonistas a “cortijeros/as” y a “villargordeños”.
MOCEÁNDOSE EN NUESTRO PUEBLO
Ya
comenté en otra ocasión que el señor Braulio
venía a Villargordo de vez en cuando
y que se juntaba con mi peña de amigos para pasear y tomar unas cervezas o unos
refrescos. Quienes también venían en aquellos tiempos eran dos parejas de
hermanos: Juanito y Bartolomé, los “Nietos”, y los “Papas fritas”, no recuerdo los nombres de estos dos.
Todos
éramos unos mozalbetes, no puedo precisar cuántos años tendríamos pero lo que
sí recuerdo bien es que sólo pensábamos en divertirnos. Braulio y Bartolomé eran
algo mayores y entre los demás había pequeñas diferencias.
Los
“Nietos” venían con más frecuencia
al pueblo, tenían una casa muy grande en la calle Marqués de Mondéjar o “El
Santo”, el corral era enorme y tenía unos portones en la Carretera de Torrequebradilla por los
que entraban y salían los animales y los carruajes que utilizaban cuando venían
del cortijo o regresaban a él. Juanito y Bartolomé eran más sociables que los
otros “almenareños” y por eso guardo
de esa casa un recuerdo imborrable. Cuando venían nos buscaban, en ocasiones
nos íbamos con ellos a su casa y, en las cuadras y el corral, metíamos unas
guerras increíbles tirándonos las pelotas de goma macizas cuando jugábamos a la
“La ley”, todos contra otros. Nunca
fuimos conscientes del peligro que corríamos con la insalubridad del lugar porque en el dormitorio de las caballerizas
no podíamos encontrar nada más que paja,
boñigas y pulgas; sin pensar nunca en la posibilidad de que si nos hubiéramos
dado un pelotazo en los ojos hubiéramos tenido que trabajar en la ONCE.
En
el trato mostraban un buen déficit de normalidad lingüística en el vocabulario
cuando se planteaban los temas normales de la vida o cuando había que nombrar
algo. Digo esto porque una noche de verano, estando sentados en la puerta del Bar “Gafas”, se acercó el camarero para tomar nota de lo que íbamos a
consumir. Cuando le llegó el turno a uno de ellos, no recuerdo cuál fue, le
dijo:
-
¡¡¡Yo quiero una cerveza de naranja!!!
Como
es lógico, los pocos años hicieron que el resto de los reunidos comenzara a dar
carcajadas y que el autor de la respuesta ni se diera cuenta del porqué se reían
pues para él no había sucedido nada raro.
DE PROCESIÓN
En
esta ocasión los protagonistas sí tienen nombres concretos, Braulio y Paco Pérez.
Los
hechos sucedieron durante una procesión de las que había en el pueblo durante
los meses de mayo o junio, hago esta aproximación temporal basándome en estos
recuerdos: La imagen salió en procesión por la tarde, había buena luminosidad y
los hechos sucedieron cuando continuó su recorrido por la calle Ramón y Cajal “El Pilar” después de haber pasado por Granadillos “La Parra”.
Íbamos
en grupo, Braulio lo hacía junto a mí
y yo, de pronto y por esa circunstancia casual, recibí sin esperarlo el
recuerdo de una noticia que me habían dado en clave de rumor y no con tintes
afirmativos. En la prensa hablada local se había comentado que este señor había
dado los primeros pasos para ennoviarse con Mari Carmen “La hija del
Lañas” o “Poco aceite” y yo, en
ese momento y lugar, tuve la ocurrencia inoportuna de hacerme eco de ella y dirigirme
a él para preguntarle:
-
Braulio… ¿Me han dicho que has pretendido a Mari Carmen?
Él
tuvo la sangre fría de seguir caminando a mi lado sin mover un músculo del
rostro y sin abrir la boca para responderme. Yo, conociendo lo poco hablador
que era, entendí su postura y reconocí, interiormente, que no debí entrar en su
plaza a torear sin argumento pues la realidad era que me había metido en lo que
no me importaba.
Estaba
algo fastidiado con el análisis introspectivo del suceso y, sin esperarlo, me ocurrió
algo inesperado e impensable cuando estaba muy atareado con mis pensamientos unos
minutos antes… ¿Qué ocurrió?
Braulio me empujó con
su hombro un poco para llamarme la atención y, cuando se la presté, me
preguntó:
-
¿Qué pasa,
se siente “tamareo”?
Yo
le contesté afirmativamente, me liberó del sentimiento de culpabilidad, esa
forma que tuvo de preguntarme jamás se me ha olvidado y me enseñó que las
palabras “rumor” o “habladuría” también podían tener como
seudónimo a “tamareo”.
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