Colaboración de José Martínez Ramírez
Qué
lejos queda la lluvia difusa,
se
nublan en la memoria sus manos
y
los nombres en vena retumban
insistentemente,
desde el pasado.
Qué
manera de llover en el campo,
y
qué frío alrededor. De la Luna
encendida
no había ni rastro,
todas
las manos eran una.
Qué
viejo aquel coche blanco
padrino
de noches y de aceituna,
cómo
temblaban las manos
buceando
por su cintura.
Qué
bonita su flor de granado,
decía
cosas mejor que ninguna
en
mi cuello, muy desabrigado
torpemente
y muy, muy suya.
Dejaba
cerca del oído algo
parecido
a la luz de la Luna.
De
mis labios robaba el barro
y
de la piel solo su amargura.
El
cristal cubierto de vaho
y
en la radio apenas se escucha
una
canción de pop balcánico,
notas
de miel, de mar y espuma.
Y
ahora que la mirada esta desnuda
cierro
los ojos y veo tan claro,
bajo
el sudor dos cuerpos en una
y
nos miro, mientras salgo.
No
sin antes cerrar despacio
la
puerta, la ventana y la Luna.
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