Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
EL DILEMA
DE LOS ESPAÑOLES
Desde
que saltó a las redes sociales el “Coronavirus”
comenzamos a preocuparnos por la desgracia que estaba azotando al pueblo chino
pero, la verdad, como somos tan egoístas y vivíamos tan lejos de ese pueblo pensábamos
que no llegaría a nosotros, no nos inquietamos y continuamos con nuestro día a
día, tranquilos y haciendo lo cotidiano.
Un
tiempo después, y poco a poco, nos fueron llegando nuevas noticias sobre la
evolución de la enfermedad allí, las medidas radicales que iba tomando el Gobierno de China, el poder tecnológico
que nos mostraron al construir un gran hospital en pocos días, la posterior declaración
de epidemia, las advertencias que comenzó
a comunicar la OMS a los “gobiernos y a la población mundial”, cómo
iban apareciendo en otros países cada día más casos, la declaración de “Pandemia” y cómo se habló menos de “Coronavirus” desde que la “comunidad científica” lo bautizó como “Covid19” para diferenciarlo de las
anteriores cepas de la misma familia que también hicieron historia.
Nuestros
maestros, ante la novedad del
momento, lo comentaban en sus aulas con el alumnado
y, como en los domicilios y en la TV también se hablaba de lo mismo pues los peques, cuando en clase dibujaban y coloreaban,
comenzaron a mostrar en ellos la idea que habían interiorizado de “Covid19”. Con esos ingredientes, durante
un tiempo, la inocencia infantil alegró con sus obras plásticas el día a su “seño” y en casa a sus padres y abuelos pero, cuando España
se vio zarandeada por la cruda realidad, estas obras de arte quedaron colgadas
en las aulas o en sus dormitorios como un recuerdo feliz, la ciudadanía se
olvidó de los días felices y comenzó
a interiorizar las dramáticas escenas que se emitían en TV con los hospitales
saturados de enfermos, las gigantescas morgues que se habían habilitado de
manera atropellada por el desbordamiento que sufrían las funerarias y
tanatorios, las imágenes tristes y silenciosas que ofrecían los parques sin
niños y mayores, los balcones de nuestras casas en pueblos y ciudades
ofreciendo espectáculos originales para animar al vecindario, los supermercados
muy concurridos y con escenas de angustia que nunca vivimos, un Gobierno diezmado porque había en él algunas
señoras enfermas y señores en “cuarentena” que no la respetaban y… ¡El Senado y el Congreso cerrados!
Después
de esta última realidad me pregunté:
¿Cómo
es posible que sus señorías no estén
trabajando ahora por España cuando
nos falta de todo y lo único que tenemos en positivo es la cuenta corriente del
miedo? ¿Es una razón suficiente para cerrar por el hecho real de que no haya la
separación establecida como necesaria entre los escaños?
El
capitán es el último que abandona el
barco, por ser quien es, pero ellos no han seguido ese criterio y, sin ánimo de
desearles nada malo, considero que siendo el argumento cierto también lo es que
sí están trabajando sin descanso otras muchas profesiones de verdadero riesgo
para atender las necesidades de la población y, además, haber estado haciéndolo
antes sin distancias preventivas y sin haberles suministrado las autoridades- ustedes los son- materiales suficientes de protección: Sanitarios, farmacéuticos,
guardias civiles, policías, militares, bomberos, tenderos, panaderos, transportistas,
funerarios, sepultureros…
Señorías, si todos
estos profesionales hubieran hecho igual que ustedes… ¿Cómo estaríamos ahora en España?
Como
homenaje a ellos, tengan el gesto de devolver el dinero que han cobrado durante el tiempo que estén lejos del escaño
o regresen ya, como han hecho los albañiles sin saber si están afectados o no y,
cuando ya estén sentados en el sillón que tanto temen perder, sean responsables y exijan al Gobierno que
responda a los muchos porqués que preocupan a la ciudadanía y aconsejen
a sus componentes que abandonen ya
el teatro y nos hablen de cosas serias: Número
total de víctimas y afectados, proyectos reales para la recuperación de la económica, actuaciones que
eviten nuevas situaciones como la que tenemos ahora...
Con
las desgracias siempre ocurre lo mismo que, mientras la preocupación y el dolor
están muy presentes en la mayoría de las personas, aparecen otros individuos
que las utilizan para difundir mentiras,
especular con la escasez y la
necesidad, montar con el virus sus gracietas para conseguir con sus montajes unos días de éxito en las
redes. Estos irresponsables no deben saber que en Villargordo es muy popular esta expresión… ¡En la vida todo se paga, incluso la risa!
Todas
las obras literarias o las películas tienen una parte inicial en la que se nos
van mostrando los protagonistas, una intermedia en la que van ocurriendo los
hechos que le dan contenido y por último llega el momento del “Fin”. Con “Covid19” no iba a ser de otra forma y por eso cuando llegó la
escenificación real y cruenta del momento
cumbre, los enfermos y muertes que aparecían cada día en cualquier país, como
ya nos afectaba pues entonces fue cuando comprobamos, por los casos que también
nos aparecían, que el “desenlace” no
tendría el tinte suave que suponíamos
y sí muy trágico, el que no gusta a
la inmensa mayoría del público y tampoco, sin temor a equivocarme, a la
totalidad de los españoles… ¿Cuándo comenzamos a pensar así?
El
día que los medios nos fueron alertando de lo que ya teníamos encima y
previniendo que pudiera ser más grave de lo que se nos decía desde el Gobierno.
Para
algunos cinéfilos, las películas de final incierto son las mejores porque ofrecen
a los espectadores la oportunidad de profundizar en sus mensajes y después,
ayudándose éstos con las sutilezas que
se muestran en ellas y de una buena
dosis de objetividad, puedan construirse
otro final. Pues bien, siguiendo
esos criterios, sigo asistiendo cada día en los medios y en la realidad local, la
proyección de la película “Covid19” y
compruebo que no son sutilezas lo
que se nos ofrece sino detalles burdos.
En
TV se nos vienen ofreciendo comparecencias
de los miembros del Gobierno muy largas – el Sr. Presidente habló en
una durante 50 minutos y un comentarista dijo después que le sobraron 45- en las que no se concretan soluciones, no
aceptaban preguntas libres y sólo respondían a las filtradas, es decir, las
que no los comprometían; anunciaban que los profesionales tenían
los materiales de protección necesarios
pero ellos denunciaban que no, la
prueba está en el elevado número de ellos que han enfermado o muerto; afirmaban que se estaban haciendo pruebas pero la realidad era
otra, no hay suficientes test para hacerlas a todos y, unos días después,
cuando llega el primer envío nos encontramos que sólo tienen una sensibilidad del 30%, nos engañó el Gobierno
y la empresa china a él; cuando el número de infectados y muertos iba
aumentando a un ritmo dramático los técnicos empezaron a realizar anuncios
sobre los “picos” de estabilidad
pero otro día los registros subían, en fin, un desmadre organizativo.
Con
estas realidades, el final feliz que me estaban empezando a construir se vino
abajo y dio paso a otro cargado de pesimismo porque entonces recordé la
metáfora que años atrás nos regaló el señor Zapatero durante la última crisis económica: [Ya
se ven algunos “brotes verdes”.]. Todos
sabemos lo que nos ocurrió más adelante. Por estos recuerdos y cargado de
objetividad opino que no me sorprende que algunos medios reclamen transparencia al Gobierno pues
consideran que si se hubieran aprovisionado
en enero del material sanitario
necesario y hubieran testado en
tiempo real a los sintomáticos y
asintomáticos pues, tal vez, ahora no tuviéramos tantísimos muertos. En su
día se conocerán los datos estadísticos comparativos sobre la incidencia de “Covid19” en el mundo y en España por comunidades y provincias, tomando como referencia la población y los números exactos
de afectados y muertos.
Por
todo lo expuesto, y apoyado en las pistas poco fiables del guión de la
película, reconozco que no puedo elucubrar un final feliz sino incierto y negro para España y los españoles…
¡Ojalá me equivoque!
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