Colaboración de Paco Pérez
Capítulo VII
CORTEJANDO A LA MOZA
Ya comenté en otra ocasión que en Nerja había, y hay, muchos cortijillos diseminados por la falda de la sierra
colindante, todos estaban habitados por los dueños de las tierras en que estaban
construidos. Las familias que allí vivían trabajaban en la agricultura y en la
ganadería, no eran las propiedades grandes pero tampoco les faltaba qué
llevarse a la boca cada día.
Como
los lugares son muy escarpados y difíciles de trabajar pues las tierras las
tenían muy bien acondicionadas mediante la realización de mesetas escalonadas, así
creaban espacios llanos que les facilitaban los trabajos pues tenían que hacer
las labores con los animales y los brazos.
Entonces,
al no haber las comunicaciones de ahora, había ciertos parajes en los que el
Estado mandaba un docente para enseñar a los pequeños y, como es lógico, éste tenía
que vivir en el lugar de trabajo porque para desplazarse hasta Nerja había que
hacerlo sobre animales y por veredas.
En
nuestros días esos lugares son hoy casas de recreo, están muy bien
acondicionadas y los accesos están asfaltados. Los cultivos que ahora explotan
en ellas son, yo diría que en su totalidad, hortalizas y árboles frutales de
diversas clases: chirimoyos, aguacates, naranjos, limoneros, guayabas, mangos…
Pues bien, en aquellos años, dos familias habitaban en
aquellos lugares, sus viviendas estaban situadas muy cerca la una de la otra y esas circunstancias les hacían mantener unas
relaciones muy fluidas y cordiales.
En ese ambiente
crecieron sus hijos y mantuvieron de manera inamovible sus relaciones.
En
uno de esos cortijos vivía la familia de un señor muy conocido en Nerja como “El Águedo”. En el otro vivía otra que
también era muy conocida en este pueblo, uno de cuyos hijos estaba un poco “jorobado”.
“El Águedo” tenía dos hijas, una estaba
casada con Faustino y la otra todavía
permanecía soltera.
El
hijo “jorobado” de los vecinos estaba
enamorado de la señorita y había decidido hacerla su esposa. Un día se armó de
valor y le pidió a su madre que le sacara la ropa de los días de fiesta porque
iba a ir a cortejar a la hija de “El
Águedo”. La madre se puso muy contenta y le preparó el traje, la camisa, la
corbata y los zapatos de charol. Una vez bien acicalado, el muchacho se subió
en su pollino y se encaminó hacia el cortijo de los vecinos.
Cuando
se presentó en él éstos lo recibieron muy bien, lo invitaron a que pasara al
interior de la vivienda y una vez que se sentaron alrededor de la mesa de la
cocina los padres y él, la hija se incorporó al grupo después, comenzaron a
charlar y los visitados empezaron a preguntarle las cosas propias:
-
¿Qué te trae por aquí hoy tan flamenco?
Cuando
al pretendiente le hicieron esta pregunta tan directa él, como no la esperaba,
no supo contestarles de manera hábil, se mostró bastante nerviosillo por ello y
entonces se le ocurrió comenzar a cruzar las piernas, alternándolas. Cuando se
le agotaron los primeros temas: [Las
cabras que habían malparido, lo difícil que era para él el ordeñar a las vacas,
lo mal que se habían dado ese año los tomates…]. Como ya no sabía qué
camino iba a tomar, no se decidía a exponerles la verdadera razón de su visita
y las piernas las cruzaba cada vez con más frecuencia pues le ocurrió un suceso
inesperado cuando estaba terminando de acomodar, en uno de esos movimientos, la
pierna derecha sobre la rodilla izquierda… ¿Qué le ocurrió al muchacho?
¡¡¡Se le escapó un peo enorme!!!
De
pronto y sin mediar palabra se levantó, salió por la puerta como un cohete y ya
no volvió más por el cortijo vecino para seguir cortejando a la dama de sus
sueños.
A
este buen señor tenían que haberle contado sus padres que vivir en el campo rodeados
de soledad hace a las personas comportarse con total despreocupación a la hora
de soltar los gases que les produce el aparato digestivo con ciertos alimentos
y que cuando él se mezclara con otras personas, ajenas a la familia, tenía que
cambiar el proceder, sobre todo en la visita tan importante que iba a realizar.
No tomó precauciones y por eso le pasó ese fracaso.
También
he pensado que le pudo ocurrir esa escena porque lo educaron según la filosofía
que se desprende de este famoso y antiguo EPITAFIO:
Por aguantar
un peo…
¡¡¡Mira como
me veo!!!
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