Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
El
26 de septiembre de 2011 salí por la mañana con mi esposa para mover el cuerpo durante
el paseo que cada día damos a esas horas. Transitábamos por la calle Cristo de la Salud y nos topamos con
nuestro buen amigo Luís Moreno Cobo
“El Lelo” que estaba en la puerta de
su vivienda haciendo labores de jardinería.
Desde
lejos lo divisamos muy ocupado cuando estaba en plena faena podadora, en esos
momentos subía y bajaba las escaleras metálicas y lo hacía de tal manera que
nos dio la sensación de que estaba metiendo fuego, quienes lo conocemos bien
sabemos que esa es su forma habitual de moverse.
Subido
en ellas manejaba con gran pericia las tijeras de poda mientras eliminaba las
greñas deterioradas de las plantas, lo hacía con un arte fuera de lo común y cuando
dio la faena por acabada quedaron las plantas tan bien peinadas que un barbero
no hubiera dejado la cabeza de su cliente mejor arreglada.
Cuando
llegamos hasta él y lo saludamos desde lejos abandonó los tijeretazos, se bajó
y vino hasta nosotros. Nos atendió con su habitual amabilidad y después de
charlar en la acera un rato nos abrió las puertas de su “mansión” para que la visitáramos.
Pasó
a la vivienda para mostrársela a Mari,
ella disfruta con estas cosas y yo me dediqué a tomar algunas fotos de los
exteriores.
Después
de aquel día hemos mantenido con Luís infinidad
de encuentros y en más de uno, durante la conversación, salieron a la
superficie los aspectos biográficos de su vida, los más relevantes, y también
algunas historias que le ocurrieron en su etapa villargordeña.
Yo
recordaba de aquella época que Luís
tenía una gran pasión por el arte
flamenco y en una conversación con Tomás
García Jiménez “Zamorita”, unos
años mayor que yo, me relató algunas de las anécdotas que vivió Luís cuando intentó abrirse camino en mundo
del baile con sus actuaciones artísticas
en los espectáculos de cante flamenco que venían entonces por
nuestro pueblo cuando la recolección de la aceituna estaba en marcha y a la
finalización o de circo en las
fiestas de Santiago. La verdad, no me creí lo que contó Tomás porque consideré su relato muy fantástico pero este día desfiló
por mi mente el recuerdo de lo que me contó aquel día y me vino a lamente ese
recuerdo cuando vi, a la entrada de su vivienda, el rótulo de “Villa María”. Se lo comenté a Luís y me confirmó que Tomás había dicho la verdad.
LOS PATIOS Y JARDINES DE “VILLA MARÍA”
Los
desvelos que su madre tuvo siempre con él, los caprichos que le permitió
cumplir y los muchos años de convivencia que tuvieron, tanto en Villargordo
como en Barcelona, forjaron en Luís
un sentimiento de amor hacía ella muy cargado de verdad y la muestra palpable
de ello estuvo en la atención que le dio en su vejez hasta que falleció.
A
veces, las personas no somos capaces de exteriorizar lo que sentimos por otras
personas y nos lo llevamos a la tumba. En Luís
no ocurrió ese comportamiento con María,
su madre, porque he comentado antes cómo la trató y, además, porque ese amor
hacía ella lo hizo público poniéndole a su casa “Villa María”.
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