Colaboración de Paco Pérez
LOS TRAPICHEOS DE JUAN “EL RUBIO LA CHATA”
Capítulo II
En nuestro
querido pueblo, como en cualquier otro lugar de nuestra Andalucía, abundan los relatos de todo tipo y, yo me atrevería a afirmar
y sin miedo a equivocarme, que los hechos graciosos, si madrugamos por norma,
los podemos encontrar amontonados en las esquinas
si todavía no han pasado los equipos de limpieza y, sobre todo, si nos damos
una vuelta por las tertulias que se
organizan todos los días, por la mañana, en los bancos de nuestro “Paseo”.
Ésta no
la he encontrado en esos lugares, me fue regalada por la misma persona que otras,
Ana Serrano Castillo “Anita la Cotota” o “Anita la Taxista”, y lo hizo el mismo
día que me narró la de Benigno Agudo
y su abuela.
En esta
ocasión se repite el local donde se
dio la otra representación, el “Kiosco
de Anilla”, y, en su escenario,
solo repite actuación el personaje central, “Anilla la del kiosco” o “Anilla
la de Miguel”.
Viajemos
al pasado y recalemos en el día que ocurrieron los hechos:
Era por
la tarde y se encontraba Ana Serrano Castillo
“Anita la Cotota” o “Anita la Taxista” en el “Kiosco”, algo frecuente en ella,
acompañando a su querida abuela y ambas disfrutaban mientras charlaban de sus
cosas cuando se juntaban porque, eran como dos gotas de agua, aunque el
diferencial de años fuera grande. Su felicidad se interrumpió cuando entró en
el negocio un señor, se llamaba Juan
Jiménez Vallecillos “El Rubio la Chata”.
Éste las saludó muy amablemente, apoyó sus manos en el borde del mostrador, comenzó
a mirar con detenimiento las golosinas que Ana tenía en los tarros de cristal o
plástico para su buena clientela infantil y, después de unos minutos, cogió una
“caracola” – un caramelo de varios
colores-, se lo echó a la boca, no dijo nada más y se marchó sin pagar del
local.
Cuando
salió por la puerta del “kiosco”, como
Ana Serrano se dio cuenta de lo que
hizo el cliente, le dijo a su abuela:
- Abuela,
se hombre se ha ido sin pagar y no le has dicho nada… ¿Por qué?
– Niña,
cállate. No digas nada, que sé muy bien lo que hago –le contestó.
- ¿No
sé por qué se lo has consentido? – insistió la nieta.
– ¡¡¡Porque
trabaja en el Ayuntamiento,
coooño!!!
- ¿Y eso que tiene que ver con coger cosas
y no pagarlas? – le insistió la niña.
– ¡¡¡Llevas
razón pero hay que estar bien con él!!!
Pasó un
tiempo y la nieta estaba una tarde de jefa en el “kiosco”, no había clientes pero estaba acompañada por Filomena, una señora muy amiga de la
abuela Ana y que también era mayor,
ésta vivía en la calle La Libertad, era
la esposa de Fernando “El Guarda de la luz” y acompañaba a la abuela con mucha frecuencia. Anita, como era muy inquieta, salió a
la puerta del “kiosco” pues llevaba
ya algún tiempo dentro y necesitaba dar fuera unos cuantos saltos. Al pisar la
acera, vio venir a lo lejos al señor Juan
y, como intuyó que podía llegar al “kiosco”
de nuevo para coger la “caracola”
pues regresó al interior, se metió rápidamente detrás del mostrador y escondió
el tarro de las “caracolas” que a él
le encantaban.
Efectivamente,
entró el señor Juan y emitió un
gesto de sorpresa cuando vio que no estaba Anilla
y que en su silla estaba sentada Anita
“La Cotota”, las saludó y le dijo:
-
¿Dónde está la abuela?
– Ha salido
pero da igual, estoy yo.
Entonces
él comenzó con su habitual ritual y, mientras paseaba en silencio la mirada por
los tarros en busca de su dulce caramelo, Filomena
levantó con fuerza la voz y le espetó muy cabreada:
- ¡¡¡Hoy vas a chupar pooollas en vinaaagre!!!
El
señor Juan no le contestó, abandonó
su búsqueda y salió por la puerta como un postellón.
Cuando
regresó Anilla y Filomena le contó lo ocurrido se mearon de risa y después lo
pusieron de “hoja perejil”, es
decir, como un “guiñapo viejo”.
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