Colaboración de Paco Pérez
DIOS NOS SACIA DE AMOR, GENEROSIDAD, FELICIDAD…
El
pueblo de Israel vivió repetidas
situaciones de opresión y, cuando eran derrotados y deportados, por ellas caían
en la desesperación y se preguntaban… ¿Por
qué nos ha abandonado el Señor?
La
realidad era otra y ellos no la comprendían, Dios no los abandonaba y les hacía llegar, por medio de los
profetas, el mensaje que necesitaban.
En
nuestros días muchas personas también tienen esa sensación de abandono y para
ayudarles lo mejor es remitirlos a Isaías
49, 14-15: [Sión decía: Me ha abandonado el
Señor, mi dueño me ha olvidado. ¿Es que puede
una madre olvidarse, de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.].
Si Dios desea que entre los hombres haya igualdad y justicia para que así seamos felices… ¿Podrá estarlo Él cuando compruebe que unos poseen mucho y otros nada?
Jesús denunciaba: [No podéis servir a Dios y al Dinero.].
Mientras
haya pobres y necesitados, la acumulación de riqueza
innecesaria será “injusta”
porque estaremos quitando a otros lo que necesitan para comer. Quienes trabajan
por el propio progreso económico están entorpeciendo que crezca la sociedad
fraternal que desea Dios. El cristiano sólo puede servir a Dios si está dispuesto a ser solidario y fraternal con los demás pero si acumula riquezas y privilegios el Padre no podrá aprobar estas actuaciones porque son contrarias a
sus deseos de igualdad.
Quienes
tienen verdadero “espíritu de pobreza y
desapego interior por la riqueza”, son los que comparten -de alguna manera-
lo poco o lo mucho que tienen para ayudar a los necesitados.
La
sociedad suele descargar su
responsabilidad de ayuda proclamando que los ricos son quienes deben hacerlo, alegan
que ellos tienen muy poco y así se liberan de esa obligación. Este
planteamiento no es verdadero y no se mantiene en pie ante la justicia divina porque
muchos de nosotros también somos ricos porque tenemos cada día lo necesario, en
un grado u otro, y no nos preocupamos de que en la acera de enfrente otros pidan
porque carecen de lo más básico.
Nos
hemos acostumbrado a ver, bien acomodados frente al televisor, los telediarios
que nos informan sobre las lamentables noticias acaecidas a quienes intentaban cruzar
el Estrecho en busca de una vida mejor para sus familias y acabaron en el fondo
del mar.
Los
cristianos tenemos la responsabilidad de denunciar estas prácticas injustas y de reclamar que se les ayude a vivir en sus lugares de origen para que
puedan comer, restituyéndoles lo que
les robaron durante muchos años y desenmascarando
así a quienes tuvieron tal responsabilidad. Dios nos regaló un planeta para que viviéramos felices en él porque
lo dotó de recursos suficientes para todos y, por ello, la Iglesia debe denunciar a quienes han expoliado, y expolian, los
recursos de esos países pobres, ocasionándoles
su pobreza actual.
El
“estado del bienestar” es un derecho
que nos regaló Dios, pero los
políticos la han hecho suya y la proclaman cada cuatro años; nos la sirven como
la meta que impulsarán y después, cuando llegan al sillón, se convierte de
nuevo en la gran olvidada. Considero que sería posible conseguirlo si los sistemas humanos que dirigen nuestros
destinos fueran justos y fraternos pero mientras ellos permitan
que unos tengan muchas viviendas en alquiler otros seguirán durmiendo en un
banco, mientras sigan consintiendo que la publicidad nos incite a vivir en
casas maravillosas siempre habrá personas que vivirán en chabolas…
Todo
esto ocurre porque la competitividad
nos ha deshumanizado al marcarle a las personas unas metas muy elevadas de
producción, a las que sólo llegan unos pocos, y haciendo lo que sea necesario
para lograr el fin. Cuando eso ocurre, las relaciones entre las personas se
estropean porque, cuando se pasan las líneas rojas de la ética para llegar, ya todo
lo que viene después no es bueno y hace imposible la normalidad, como es lógico
para llegar hasta aquí tuvo que desaparecer mucho antes la buena actitud de la solidaridad propuesta por Jesús.
El
sistema económico que hay actúa de
manera injusta y nos está llevando a establecer más diferencias sociales pues
eleva a unos y hunde a otros. Considero que hemos entrado en una espiral de ambición que no consiente
que esta crisis acabe pronto porque quienes tienen el dinero nunca se sienten saciados.
Estamos
atrapados en el consumismo y por él tenemos
una serie de necesidades falsas que nos
hemos creado y que, sin razón alguna, cubrimos sin pensar que es una
inmoralidad.
Todo
esto nos ocurre porque nos hemos abrazado a una idea falsa de Dios y por ella necesitamos tocar para
creer, lo que no es posible hacer con Dios.
En cambio, sí es posible hacerlo con los dioses
terrenales: dinero, fiestas, casas, juergas, vacaciones, viajes… Dios nos pide sacrificios, hacerlos causa dolor, y por eso rechazamos lo difícil
y nos agarramos a lo que nos causa placer.
Siguiendo
esta línea falsa las personas se posicionan por algo o alguien y lo encumbran o
lo excluyen, sin valorar de manera objetiva sus cualidades o sus bondades,
antes de tomar la decisión final.
Los
cristianos solemos fijar nuestra
posición terrenal pero ello no nos da la certeza de haber alcanzado ya el
premio final, nos lo tenemos que currar día a día siguiendo las enseñanzas de
nuestro modelo, Jesús… ¿Lo hacemos así?
Si
seguimos el pensamiento de San Pablo
lo que realmente debiera preocuparnos es ser sólo personas que intentan seguir
su estela, unas veces lo haremos mejor y otras peor, pero por desgracia no actuamos
así y nos esforzamos mucho en analizar el comportamiento de los demás. Actuar así
no es el camino porque al afirmar cosas de las personas las sentenciamos y nos
adelantamos al juicio de Dios, esa no
es la actuación que se nos pide.
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