Colaboración de Paco Pérez
SI FLOTA EN EL ÉXITO FRACASA
Cuando
el hombre es humilde y tiene un
comportamiento digno siempre mira a los demás con amor y sabe valorar la
grandeza de las cosas sencillas, Dios
lo escucha en sus oraciones y le regala la felicidad. En cambio, si se vuelve débil
ante la tentación ésta lo lleva a ser vulgar y ya actúa con egoísmo, se siente
insatisfecho, vive rodeado de infelicidad, fracasa y se aparta de Él.
Salomón fue uno más
de los que abrazan esta ruta. Él tuvo unos comienzos dignos de ser imitados, sólo
le pidió a Dios que le regalara sabiduría y Él se la concedió. Ese don le hizo ser objetivo y justo en el
gobierno de su pueblo y éste, por ser así, lo quería. Con sus decisiones sabias
acertaba y ganó mucho prestigio, su fama viajó a otros países y sus gobernantes
lo visitaban para conocerlo y así poder comprobar lo que se contaba.
Un
tiempo después el éxito le hizo cambiar su comportamiento de inicio, dejó de
ser el que era y se perdió caminando por donde no debía, Dios le avisó de que no debía seguir manteniendo ese comportamiento
disoluto, él continuó y ya no le mantuvo su apoyo porque de nada le había
servido la sabiduría que
gratuitamente le había regalado. Le anunció que por lo hacho recibiría el
castigo de perder su Reino, éste se
cumpliría después de su muerte.
Al
nacer recibimos unos dones y, al transitar por el camino terrenal del Reino, debemos ponerlos a trabajar para
poder llegar hasta el Padre. Esta
realidad nos obliga a estar preparados siempre porque no sabemos ni el día ni
la hora en que seremos llamados para hacer el viaje final y entonces deberemos
rendir cuentas. Salomón recibió
también y abandonó ese camino, no estuvo vigilante y por eso pasó del todo a la
nada. Su ejemplo nos muestra la realidad de quienes no se preocupan de cuidar
su hacienda a diario.
La
realidad de los cristianos es que sólo nos acordamos de Dios cuando truena en nuestro entorno o cuando estamos enfermos, es
decir, nos ocurre como a las señoras que se durmieron, no esperamos la llegada
de esa alteración y tememos… ¿Por qué?
Cada
uno tendrá sus razones pero una de ellas es que sabemos que no somos
responsables con nuestros deberes cristianos y de ahí que la muerte nos atemorice y no la deseemos.
Cuando visita a las familias, les causa dolor porque pierden a un ser querido pero
la realidad es que no conocemos a Jesús bien, no tenemos confianza en Él, en lo que anunció que nos espera después de la muerte y por eso
perdemos con facilidad la esperanza
de que Él vendrá de nuevo. No
tenemos asimilado que cuando ocurra este hecho los que murieron antes serán
resucitados y después, junto a los que vivan entonces, todos seremos
transportados a la presencia del Padre,
entonces conoceremos aquella realidad.
S. Pablo se basó para
hablarnos así en que Jesús murió,
resucitó y nos rescató. Os invito a leer 1
TESALONICENSES 4,12-17:
[Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para
que no os aflijáis como los hombres sin esperanza.
Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han
muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.
Esto es lo que os decimos como palabra del Señor:
Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no
aventajaremos a los difuntos.
Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son
de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán
en primer lugar.
Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la
nube, al encuentro del Señor, en el aire.
Y así estaremos siempre con el Señor.
Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.].
Si
nuestra fe fuera abundante deberíamos esperar tranquilos siempre y no temer a la muerte porque pasaremos a
una situación ideal junto al Padre pero…
¿Tenemos realmente fe o es que lo decimos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario