Colaboración de Paco Pérez
Capítulo II
MIS VIVENCIAS Y RECUERDOS DE SU CASA
En
aquellos años la casa donde vivían estaba edificada en “El Pecho de la Ermita”,
entonces yo era un niño, mis padres tenían el domicilio familiar en el número
85 de esa misma calle, un poco más abajo, y, por esa circunstancia, en los
ratos de ocio yo jugaba con los niños del barrio interminables partidos de
fútbol en las eras que había a continuación de la casa de ellos, recuerdos
imborrables de ellos y de aquel lugar.
En
nuestros días padecemos una sequía tremenda y por ella estamos los
villargordeños muy preocupados porque la supervivencia económica de las
familias guarda bastante conexión con el agua que cae del cielo por lo que afecta
a los cultivos, al mundo del trabajo y al bienestar económico de ellas. En uno
de aquellos años, no puedo precisar en cuál, sucedió lo contrario y tuvimos en
el pueblo unas lluvias abundantísimas, ese exceso repercutió en negativo sobre
las viviendas y esa afectación me dejó el recuerdo de los derrumbes que, en las
casas de aquella zona, sufrieron algunas paredes de ellas por culpa de aquel
temporal.
La
casa donde vivía esta familia se vio afectada pues la pared que daba a las eras
se derrumbó debido a que en el corral surgieron muchos veneros, de ellos salía el
agua en diferentes puntos y ésta se veía subir hacia arriba. Recuerdo muy bien
cómo me acercaba hasta la pared derruida para ver la laguna formada y me ponía
en cuclillas sobre sus restos para así poder observar más de cerca el
espectáculo novedoso de ver salir el agua de la tierra, en esa postura me
pasaba un buen rato. En aquellos años cualquier hecho causaba impacto pero en
nuestros días nadie se hubiera enterado.
Esta
familia, para solucionar el problema que les podía ocasionar en la vivienda, tuvo
la feliz idea de hacer una canalización soterrada por el portal de la vivienda hasta
la calle, por ella salía el agua de manera natural y no quedaba estancada.
A
la misma altura de aquella casa, en medio de la calzada que entonces era de
tierra y riscas, unos vecinos cavaron dos pozas no muy profundas,
aproximadamente de medio metro, y de allí también salía agua. Estos manantiales
y el del corral del “Cuco” propiciaron
que los peques nos divirtiéramos mucho con el agua que vertían a la calzada,
ésta se concentraban en la reguera central y con ella jugábamos por las tardes haciendo
atajaderos en la zona del “Ejido del
Panteón”, donde ahora está la confluencia de la calle San Antón y el Parque.
Allí había, mezcladas, la arena y la tierra que se acumulaban con los arrastres
de las lluvias, estaban sueltas y no endurecidas, esa circunstancia nos
permitía mover el barro con facilidad. Una tarde estábamos un grupo de peques muy
atareados en nuestra labor constructora, con las manos arrastrábamos el barro
para juntarlo con las piedras y formar la pared de contención del embalse, sentí
un roce en uno de mis dedos y después escozor. Intrigado por esa sensación pedí
permiso al encargado de la obra para abandonar la tarea, me lavé las manos en
el agua retenida con embalse formado y entonces comprobé que me salía sangre.
Un compañero de trabajo me aconsejó desinfectar la herida meándome en ella, lo
hice, me incorporé sin más medidas de seguridad al trabajo y seguí arrastrando
barro con las manos como si nada hubiera ocurrido.
Entonces
nadie daba importancia a estas incidencias y se resolvían así, sin pensar en
consecuencias posibles. En nuestros días, el mismo hecho, hubiera tenido otro guión:
El niño se hubiera alarmado, hubiera comenzado a dar gritos al ver la sangre,
hubiera salido corriendo hasta el domicilio familiar, la madre se hubiera
preocupado mucho al verlo llegar así, inmediatamente le hubiera puesto algodón
sobre la herida y lo hubiera montado en el coche para llevarlo al Centro de salud. Una vez en él, el
A.T.S. de guardia le limpiaría y desinfectaría la herida, se la vendaría,
inmediatamente le pondría una inyección para vacunarlo del “tétanos”, le apuntaría la fecha de la
incidencia en una cartilla de vacunas y, por último, le recordaría cuándo debía
volver por allí para ponerle la dosis de recuerdo.
Esta
experiencia con la salud me aconseja aplicar a las cosas de la vida la
prudencia, es decir, guiarnos por el refrán popular que dice: [No debemos ser ni chatos ni narigudos.].
No hay comentarios:
Publicar un comentario