Colaboración de Paco Pérez
ASÍ, NO VEMOS LA VERDAD
El
Salmo 122 nos dice qué debemos hacer: [Nuestros ojos están en el Señor,
esperando su misericordia.].
La
realidad nos enseña que no siempre lo hacemos, sobre todo si tenemos
contratiempos. Un ejemplo válido lo tenemos en el pueblo de Israel, cuando fue deportado por Nabucodonosor y entre los que la padecieron se encontraba Ezequiel.
Éste,
estando en esa situación, fue llamado por el Señor para que le comunicara a las gentes de su pueblo que no
estaban portándose bien porque el espíritu se les había tornado rebelde, él les
hacía no cumplir con Él y esa
obstinación en apartarse del buen camino se estaba manifestando de generación
en generación.
El
Señor liberó a Ezequiel de la responsabilidad que podía generarle el resultado de
su encargo pues su cometido sólo consistía en recordarles que “debían
modificar su conducta y que ya habían sido avisados”.
Pasan
los años y ya no es el profeta Ezequiel
el que es enviado para levantar al pueblo caído de Israel, ahora es Jesús quien se encargará de hacerlo.
Una
vez más el sábado es protagonista en
los relatos que nos hablan de los momentos en que Jesús mostraba a sus gentes el camino del Reino de Dios aquí: Asistiendo
en la sinagoga al modelo de
celebración que tenían; leyendo los
textos y explicando sus mensajes y haciendo curaciones.
Hasta
que comenzó la vida pública vivió como
un miembro más de su familia: Trabajando como carpintero y relacionándose con
las personas de su entorno. Al principio, cuando comenzó a cumplir la misión
que el Padre le había encomendado,
levantó buenas sensaciones en quienes lo escuchaban pero más adelante las
personas que lo conocían comenzaron a sorprenderse de lo que decía y hacía porque
se acordaban de lo que había hecho antes y de quienes eran sus familiares. Aunque
trató siempre de abrirles al el entendimiento para que rechazara la influencia
negativa de quienes dirigían la religión, llegó un momento en el que sufrió el
rechazo de las instituciones y del pueblo. Estas acciones le causaron dolor y
por eso, como Él conocía muy bien lo
que opinaban las gentes de lo que hacía -está en Marcos 6, 4- les dijo: [No desprecian a
un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.].
Ese
día no realizó milagros porque le demostraron que no creían de verdad y, como
no tenían fe, pues ya no pudo realizar esas acciones portentosas. A pesar de sufrir
por lo que le hicieron continuó visitando las aldeas, predicando y haciendo el
bien. Logró superar esta situación porque no sucumbió ante la posible tentación
de abandonar al sentirse rechazo.
Pablo nos habla de la
tentación con el relato de su propia
experiencia, la que sufría con frecuencia cuando lo probaba Satanás para que la “soberbia”
se instalara en él. Lo más llamativo de su vivencia es la postura que nos
propone adoptar ante ella: [Ser felices
cuando seamos débiles, nos insulten, nos persigan por ser cristianos o
tengamos que pasar por las dificultades que nos plantea la vida.].
¿Por
qué?
Porque
cuando nos sentimos débiles la fuerza de Cristo
se instala en nosotros y entonces es cuando somos verdaderamente fuertes.
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