Colaboración de Paco Pérez
SUFRIMIENTO,
ESPERANZA, CAMBIO Y ALEGRÍA.
Los
pueblos invasores habían hecho que los habitantes de Israel estuvieran hundidos moralmente y que sólo se mantuvieran en
pie por la esperanza que les había
infundido el profeta Sofonías. Las
gentes humildes eran las que, a pesar de las adversidades que habían padecido,
aún conservaran las buenas costumbres. Así fue como el profeta, apoyado en esa
educación, intentó levantar a los humildes del estado de desolación en que
estaban.
Pasaron
los años, vino Juan el “Bautista” y se presentó al pueblo hablándoles
de injusticias, cambio personal, social,
compartir… Sus propuestas eran
desconocidas para ellos pero los animaba a realizar lo que les proponía.
También les hablaba de la necesidad que tenían de abandonar las viejas costumbres para sustituirlas por
acciones distintas que ayudaran a las personas a vivir una vida comunitaria en
la que quienes tuvieran algo lo compartieran con quienes no tuvieran nada; que quienes cobraran
los impuestos fueran justos y no exigieran más de lo establecido por la ley;
que los soldados no extorsionaran a
nadie para aprovecharse, deberían vivir de su sueldo… Las palabras de Juan iban dirigidas a las personas que lo
hacían mal, por eso los puso como ejemplos de lo que no se debía hacer y les propuso
los deberes adecuados que debían realizar con el prójimo.
Con
su forma sencilla y radical de decir las cosas su mensaje fue calando entre el
pueblo y comenzaron a confundirlo con la figura que el pueblo de Israel llevaba años esperando, el Mesías. Juan lo negó explicándoles, de manera razonada, las diferencias que
había entre él y el que había de venir después.
En
nuestros tiempos el egoísmo ha
alcanzado el grado máximo y por eso los ricos son cada vez más ricos y los
pobres más pobres; los que ocupan cargos no sirven a los ciudadanos sino a
ellos mismos y de ahí que la corrupción se haya instalado en todos los
estamentos; que la justicia nos esté sembrando dudas porque se aplica con
medidas diferentes…
No
basta con pronunciar homilías bonitas y dar consejos desde el “ambón” o escucharlos distraídos desde
los “bancos” pues quienes los dan
deben ser como Juan, radicales,
señalando las injusticias y a quienes las cometen. Quienes escuchamos sentados
en los “bancos” deberemos abandonar
nuestra postura cómoda y pasiva para profundizar en la “verdad” de Dios, deberemos
convencernos de que ir a misa
engalanados con nuestras mejores vestimentas o pasear detrás de una imagen por las calles no es lo que Juan
proponía, él deseaba que conociéramos que hay muchos prójimos que viven sin lo
necesario y que deberíamos darle solución a sus problemas... ¿Seguimos este camino?
Si
logramos cambiar nuestros
comportamientos es posible que entonces podamos conocer la verdadera cara de la alegría, de ella se nos habla en el texto.
Pablo les decía que
estuvieran alegres esperando al Señor porque Él siempre está cerca de nosotros. Partiendo de esa realidad les
aconsejaba que no se preocuparan por las cosas terrenales, que fueran prudentes
en sus manifestaciones y que le presentaran sus peticiones al Señor. Si actuaban así la “paz del Señor” vendría a buscarlos y
les ayudaría a que la “alegría” se
instalara en sus vidas.
Son
muchos los problemas que atropellan
a las personas en nuestros días y por eso opinan ellas que en medio de este
agobio no es posible que la “alegría”
se haga presente.
Las
experiencias negativas de la vida permiten opinar a quienes están en contacto
con ellas y con quienes las padecen. Partiendo de ahí afirman: “La “alegría” no se pierde con
facilidad si la cuidamos, poniendo de nuestra parte, y recibimos, de otras personas,
algún empujón que otro”.
Matthieu
Dauchez,
sacerdote jesuita francés, cuenta las experiencias que ha vivido sobre la “alegría” intentando ayudar a los
niños que son abandonados en las calles de Manila,
Filipinas. Estas realidades vividas
las ha expuesto en “El prodigioso
misterio de la alegría”, en este libro las relata.
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