Colaboración de Paco Pérez
MI “MEMORIA HISTÓRICA”-II
Llevaba poco tiempo afeitándome cuando los hechos desagradables
que sucedieron a ciertos vecinos de Villargordo durante la Guerra Civil comenzaron a comentarse entre los jóvenes en las
tertulias que teníamos, al anochecer, sentados en un banco del “Paseo” mientras comíamos pipas. Los
acontecimientos se trataban con total naturalidad, algunos comentaban lo que habían
escuchado de sus mayores o de los vecinos cuando se sentaban para tomar el
fresco en la calle durante las calurosas noches del verano y otros los
escuchábamos y guardábamos silencio mientras hablaban porque estábamos en las
nubes sobre esos episodios locales.
Después de escucharlos fue cuando me entró mucha curiosidad por
el tema y como a mí no me habían comentado nada pues decidí preguntar a mis
mayores sobre nuestro pasado bélico familiar. Por haber actuado ellos así
conmigo es por lo que considero muy bueno lo que hicieron y muy perjudicial
para aquellos jóvenes a los que sus familias les contaron lo que padecieron sus
mayores pues los “radicalizaron” a
esas tempranas edades sin necesidad y, tal vez, sin proponérselo. Si hablo así
es porque lo que os voy a mostrar a continuación lo confirma.
Los villargordeños,
durante el conflicto armado, como fuimos republicanos
geográficos recibimos las consecuencias de esa realidad, todos las
conocemos y por ello considero innecesario recordarlas.
Cuando acabó la G. C.
también nos vimos afectados pero en esta nueva etapa fue por culpa de las leyes que Franco implantó en todo el territorio nacional para normalizar la
convivencia. No tardaron en aparecer sus efectos pues éstas, para unos, fueron justas
y, para otros, injustas pero de lo que no hay duda es que para todos fueron muy
duras. Ejemplo: [Las personas que realizaron actos
contra el bando nacional, matando o formando parte del ejército de la República,
fueron recluidas en “cárceles” o en “campos de concentración” –este último fue
el caso de mi padre- hasta el esclarecimiento de sus situaciones personales.].
Conocí la historia de mi padre hace muchos años y después de
aquellas tertulias de amigos. La primera vez fue sin mucha profundidad durante
una conversación que tuve con él y un tiempo después, ya con más detalles, en
una charla con mi abuelo Paco durante
una visita que le hice una noche de invierno, sentados en la mesa al calor del
brasero.
Esta historia real ocurrió en 1939 y se inició en 1938,
después que mi padre, Luís Ángel Pérez
Navarro, cumpliera el 2 de agosto de 1920
los 18 años. Como Villargordo estaba en “zona republicana” él también fue reclutado,
siendo casi un niño, y llevado al frente como miembro de la popular “quinta del biberón”.
Una vez acabada la GUERRA
CIVIL los mandos comunicaron a la tropa que se encaminaran a la población
más próxima, alejada unos kilómetros del lugar donde habían estado acuartelados,
para que allí pudieran buscar medios de transporte con los que poder regresar a
sus casas.
Un
grupo de jóvenes soldados se encaminaba cantando por un camino, iban muy
felices y contentos... ¡¡¡Por fin
regresaban a sus casas!!!
Un camión militar circulaba por allí, al llegar a su altura se
paró junto a ellos y se alegraron mucho porque pensaron que los llevarían
montados hasta donde iban. Grave error el suyo porque un oficial del “ejército ganador” se bajó del vehículo,
les pidió la documentación, ellos se la entregaron y después de devolvérselas les
preguntó:
- Muchachos… ¿Adónde
vais?
– A buscar un medio de transporte que nos lleve a nuestras
casas –le respondieron.
– Subíos al cajón y os llevaremos un poco más adelante –les
propuso.
Aceptaron y cuando estuvieron acomodados en el cajón arrancó
el camión y los llevaron sin más razones y sin parar hasta un “CAMPO de CONCENTRACIÓN” que había
habilitado el ejército de Franco,
con alambradas de espino, en una playa de Torremolinos
(Málaga).
Habían acabado un martirio y ahora empezaban otro.
Allí estuvo encerrado mi padre, durante tres meses, junto a
otras TRES MIL personas. Ahora
también luchaban pero lo hacían de manera diferente porque en el frente era
contra los enemigos que otros les habían buscado y en esta ocasión lo hacían
por la supervivencia pues sólo tenían un chorro pequeño de agua para beber y lavarse
-lo que no era suficiente- y para no morirse de hambre les daban una “lata de sardinas en conserva” al día,
no creo que esta dieta involuntaria les permitiera engordar mucho. Como techo
protector les pusieron el cielo estrellado
de Málaga, el manto que los protegía
por la noche se lo entregaron unos días después de llegar, ellos lo
bautizaron como doña Suciedad, y cada
noche ella los envolvía maternalmente con su lúgubre color negro para que no
sintieran los rigores del frío que la marea del mar regala a los que se
acercan, incluso en verano.
Las esperanzas de salir de allí con vida eran nulas, debido a
la merma física que tenían ya sus cuerpos y al deterioro moral que padecían.
Este bajón del ánimo se lo ocasionaba la rabia acumulada del inocente que no ha
hecho nada y no puede solucionar su situación. El delito que habían cometido
era haber participado con el “ejército
republicano” en la contienda bélica sin haberlo solicitado, mi padre lo
hizo en ese bando porque Villargordo
estaba en esa zona y lo hubiera tenido que hacer en el “ejército nacional” si nuestro pueblo hubiera pertenecido a la otra
zona.
Él era un hombre de pocas carnes, su apetito siempre era nulo
y para colmo tenía una boca muy delicada. Por todas estas razones y por las
condiciones descritas en las que tenía que vivir le hicieron deteriorarse
mucho, tanto que había entrado ya en la fase previa a la pérdida del
conocimiento pues estaba en somnolencia permanente.
Un día, fue nombrado por los altavoces pues era requerido
para que se presentara en las oficinas del “campo”. Como él no respondió, su suerte ya estaba casi decidida,
pero un buen amigo vino en su búsqueda y lo llevó arrastrando hasta allí. Una
vez personado le comunicaron la grata noticia de que había sido identificado
como Luis Pérez Navarro por las
autoridades de Villargordo (Jaén) y que su familia lo esperaba en
la sala de recepción del campamento.
Cuando entró en ella se encontró a su padre, mi abuelo Paco. La escena que tuvo lugar
fue la propia del caso, un padre y un hijo que se reencuentran después de mucho
tiempo sin verse y cuando el segundo estaba a punto de iniciar el viaje final.
Una vez fuera del siniestro recinto lo primero que hicieron
fue ir a comer, después lo llevó a la pensión que mi abuelo ya había buscado,
se aseó y se puso la ropa que su querida madre le había escogido del vestuario
que tenía en casa antes de marcharse.
Unos días después, cuando estuvo algo restablecido, tomaron
el tren y regresaron al pueblo.
La Guerra Civil
deparó a los Pérez está infeliz
historia familiar pero acabó con un final bueno y, supongo, por eso se olvidó.
Debo reconocer que otras historias familiares no acabaron
como la nuestra, felizmente, lo que les forjó una vida posterior cargada de
penurias económicas y de recuerdos dolorosos. Por eso, con este relato, también
quiero recordar y mostrar mi solidaridad con esas familias cuyo caso no acabó
como el mío y hacerlo abriéndoles la ventana de mi comprensión para decirles:
- La dosis de odio que os inyectaron no os ha permitido ser
felices desde entonces, siendo vosotros también inocentes, porque las guerras
las encienden los que no combaten en el frente con los fusiles, éstos las hacen
sentados en los despachos y disparando con los cañones egoístas de las luchas
de poder. Ellos siempre están en la retaguardia, alejados del peligro de las
balas, muy próximos a un aeropuerto y con las maletas llenas de dinero para el
exilio voluntario y plácido. Por esa razón, como huyen al acabar, casi nunca
mueren, después viven muy bien fuera de su patria y, cuando amaina la tormenta,
regresan como héroes para volver a gobernar de nuevo. No hace falta dar los
nombres pero los lectores saben que nuestra historia, pasada y actual, está
repleta de estos indeseables personajes.
Opino que si mis mayores me hubieran bombardeado el tarro con
los hechos narrados desde una temprana edad, tal vez, mis formas de pensar y de
ser no hubieran sido las que siempre he tenido y tengo ahora.
A todos los caminantes de aquella desgraciada historia les
digo: La felicidad se alcanza con el
OLVIDO y la infelicidad alimentando, otra vez, el rancio ODIO que aquel hecho nos regaló.
Algunos españoles parece ser que no desean enterrar el pasado
y por eso quieren alterar el relato que ya está escrito, unos lo hicieron con tinta roja y otros con azul pero lo importante es que el
lector se ponga las gafas de la
objetividad al leerlos y no se apasione.
De un tiempo a esta parte, desde los despachos de la MONCLOA, se intenta cambiar la “Historia de España” a base de cañonazos
con balas de “MEMORIA HISTÓRICA” y
todo por las secuelas familiares del pasado de ellos o para no salir del SILLÓN PRESIDENCIAL.
La familia nunca me contó esta historia con acritud y por esa
razón, como me enseñaron ACEPTACIÓN y
no ODIO, pues ahora vivo LIBRE, sin ataduras de partido y,
cuando voy a las urnas, voto pensando en lo mejor para mi familia y para España.
Quiero recordar, como despedida, que el final feliz que tuvo
mi padre debo agradecerlo a la
persona que firmó, como funcionario que era, en representación del Excmo. Ayuntamiento de Villargordo (Jaén), el documento que lo rescató del
presidio.
Este señor se llamaba D.
José Miguel Jiménez Vallecillos, el padre de mi amigo Adriano Jiménez Almagro.
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