Colaboración de Paco Pérez
LAS MASCOTAS
Cuando
era un niño también me atraían los animales, en mi caso fue un perro. Yo era
tan pequeño que no puedo recordar las razones por las que el pequeño animal se
convirtió en un nuevo miembro de la familia y como uno más de la casa
participaba, con mi hermana y conmigo, en nuestros juegos.
Un
día estaba en el patio Atila y se me
ocurrió meterme a torero y, como necesitaba una capa, cogí el primer trapo que
encontré, fui a su encuentro, comencé a ofrecérselo, él reaccionó intentando
atraparlo y yo le respondía cada vez que lo intentaba dándole pases para que no
lo alcanzara… ¡Menuda juerga me pasaba
con el invento de las corridas con el “chucho-toro”!
Un
día, al regresar del colegio, me encontré a mi madre muy enfadada conmigo, comenzó
a darme voces y yo me sorprendí porque no sabía qué le había hecho para que me
las diera. Cuando se tranquilizó me llevó hasta el portal y me dijo:
-
Ahí tienes lo que ha hecho tu Atila
con las cortinas… ¡Las ha hecho jirones!
Como
entonces no había las “tendencias
perrunas” de nuestros días pues no le pasaban a los perros sus travesuras
pero ahora se toman como gracias y, además, se las graban con el móvil en
vídeo.
Cuando
vi los destrozos comprendí que el perro se había acostumbrado a jugar con los
trapos y que no supo distinguir entre el trapo del polvo que yo usaba de muleta
y las cortinas de encaje blancas que mamá tenía colgadas en el arco del portal.
Unos
días después Atila abandonó nuestra casa
de la misma forma que lo hizo al llegar, de puntillas y sin avisarnos. Mi madre
se encargó de buscarle acoplamiento y su nuevo dueño pasó a ser el padre de Juan Aranda “Machovaras”, después de su marcha nunca supe más de mi compañero de
juegos.
En
aquellos años los perros convivían con las familias porque servían de guardianes, en las casas y en el hato-
conjunto de cosas que llevaban los hombres cuando iban al campo a trabajar con
las yuntas de mulos-, es decir, eran muy necesarios para vigilar y avisar.
Debemos recordar que en aquellos años la pobreza era muy grande, nada sobraba y
mucho faltaba, por eso todo se aprovechaba y con esta situación, como es
lógico, dar de comer a la familia era bastante complicado… ¿Se podía mantener por “tendencia”, en estas
condiciones, una “mascota-perruna” en las familias?
Con
el paso de los años cambió la situación para los animales porque mejoró mucho la
economía de la nación y de las familias, se vivía muchísimo mejor y ya comenzamos
a no necesitar la presencia de los animales en las casas porque el trabajo cada
vez estaba más mecanizado.
Por
vivir felices en esa nueva situación pasamos de tener en casa un perro y un
gato espeluznados y escuchimizados que se comían todas las ratas y ratones que
visitaban el hogar a tener animales muy bien aseados y redondos como una pelota
de tanto comer las mejores marcas de piensos… ¡Ya habíamos entrado en la “tendencia” de las “mascotas-perrunas”!
¿Por qué este cambio tan radical?
Porque
hemos avanzado de no tener nada a tener de todo y, cómo no… ¡Ahora tenemos hasta aburrimiento y mucha
soledad!
Antes,
los mayores vivían con sus hijos y nietos, nadie sobraba, y ahora están solos
en casa, razón por la que en vez de tener la compañía de los hijos y nietos les
regalan una “mascota”, animal que acompaña
a estas personas en casa y por nuestras calles cuando salen a diario. Son
muchas las personas que van con “mascotas” cada día, nos encontramos con
ellas al caminar y por eso observamos escenas que nos causan estupoz. Nos
ocurre porque algunos mayores llevamos mal el tránsito desde el pasado en que convivíamos
a diario con el “perro-necesidad” y ahora
tenemos que hacerlo con el “perro-mascota”.
Como este cambio brusco nos lleva a que somos bombardeados por los recuerdos y
la realidad pues entonces comprobamos que hemos pasado de presenciar escenas de
maltrato animal a otras en las que son tratados mejor que las personas: Los
sacan a diario a pasear por las calles para que realicen sus necesidades
fisiológicas, los alimentan con piensos muy costosos, los veterinarios les
vigilan su salud, algunas familias adineradas los visten con pieles y joyas… En
fin, nos guste o no, esta realidad es la que tenemos por culpa de la “tendencia” que nos ha generado el amor enfermizo
a las “mascotas”.
Antes,
los perros se alojaban en las “perreras”,
unas pequeñas casetas que se les construían en la parte delantera de las
viviendas o en los patios pero ahora se les trata mejor, han sustituido las “perreras” por unos canastos con mantillas que se colocan en el interior de las casas o
en las terrazas de los pisos.
Nos
duchamos o bañamos a diario, nos perfumamos y nos ponemos desodorantes para que
quienes nos saluden no se lleven de nosotros una mala impresión olorosa pero no
nos importa que en nuestro hogar se huela a perro, mono, gato, hámster…
Cuando
las personas salen de paseo con los animales éstos están deseando encontrarse con una esquina, farola, rueda de
vehículo o, si la ocasión se tercia, con en el pernil de un anciano con
movilidad reducida- le ocurrió a un conocido en mi presencia- para aprovecharse
y miccionar sobre él. También defecan durante estas salidas y los dueños, si no
hay nadie alrededor, siguen su camino y dejan el regalo donde lo pusieron sus “mascotas” pero si se sienten observados
sacan una bolsa de plástico y lo depositan en las papeleras o donde primero
encuentran, un día presencié como soltaba una señora su recogida en una caja de
botellines de refresco usados que había en la puerta de una cafetería. Le llamé
la atención y, como es lógico, se defendió así:
-
Es que no hay papeleras por aquí.
–
Pues lléveselo a su casa-le aconsejé.
¿Hemos
valorado que en un mundo donde la limpieza y la higiene han alcanzado unos
niveles altísimos y que por culpa de la “tendencia”
de la “mascota perruna” nadie tiene
la valentía de llamar al “pan, pan”
y al “vino, vino” y de poner remedio
a este desmadre?
Si
la tuviéramos proclamaríamos que nuestras calles y parques se están
convirtiendo en estercoleros y urinarios públicos, en focos de contaminación, en tribunales
de injusticia porque las personas necesitadas de defecar tienen que ir a una
cafetería o a su casa, si les da tiempo a llegar, para hacerlo y que en cambio
una “mascota” sí lo pueda hacer en la vía pública porque es la moda de
pasear al perro para que mee y cague en la calle.
Como
lo mejor es demostrar los hechos pues observen:
Sería
injusto si no reconociera que también hay gente muy educada y que retira lo que
sus animalitos sueltan en público. Cuando observo escenas en las que sacan sus
bolsas, limpian y lo llevan a las papeleras… ¡Los felicito!
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