Colaboración de Paco Pérez
LAS MODAS
Hubo
un tiempo en el que la “tendencia”
dominante en nuestro pueblo era hablar y escribir de manera poco culta pues le
dábamos poca importancia al uso incorrecto de las palabras y eso se debía a que
el ambiente rural en que convivíamos lo propiciaba. Un tiempo después, cuando
mucha gente del pueblo emigró, los villargordeños ya se relacionaron con otras
personas, ambientes y culturas en los barrios donde vivían y en el trabajo.
Estas circunstancias hicieron que se esforzaran en hablar de manera más
correcta pues cuando tenían que hacerlo con otras personas se daban cuenta de
los gazapos que cometían al comunicarse.
La
aparición de la televisión facilitó que entráramos en contacto diario con
programas culturales que ayudaron bastante a cambiar las formas de hablar y
comportarse, se viajaba algo a otras ciudades y se comenzó a leer más porque como
disminuyó el analfabetismo pues se despertó el amor a la lectura entre los
ciudadanos más jóvenes.
La
“tendencia migratoria” cooperó a elevar
el nivel cultural de manera natural y sin imposiciones pero, a pesar de ello,
el complejillo de “hablar finoli” nos
hizo comunicarnos sin naturalidad y esas formas postizas nos hicieron crear esta
escena cómica:
EN EL BALNEARIO
Una
familia de nuestro pueblo, por recomendación médica, fueron a uno para tomar sus
agua medicinales y lo hicieron acompañados de su hija, una niña que entonces
tenía pocos años.
Unos
días antes de emprender el viaje sanador la madre comenzó a preparar a la
pequeña para que hablara bien y le dijo:
-
Mira, vamos a ir de viaje y estaremos unos pocos días en un lugar que te va a
gustar mucho porque en él habrá más niñas con las que jugarás pero ellas, como serán
de otras ciudades y nosotros somos de un pueblo pequeño, hablarán muy bien y
nosotras lo hacemos nada más que regular.
La
hija se quedó mirándola con la boca abierta y le dijo:
-
Mama, qué bien me lo voy a pasar allí.
-
Hija mía… ¿Has entendido lo que te he dicho?
–
Maaama… ¿Qué me has dicho?
–
Te he dicho que allí tenemos que hablar más “finoli”.
-
¿Eso qué es?
–
Que tenemos que hablar mejor.
Como
la niña era muy pequeña pues no entendía a la madre y le dijo:
-
Si yo ya hablo muy bien.
Como
la madre comprendió a la niña prefirió ponerle un ejemplo:
-
Escucha bien lo que te voy a enseñar para cundo estemos allí con esas niña y
sus madres… ¡Que no se te olvide!
Esas
niñas, cuando llaman a su madre, le dicen… ¡Mamá!
Ahora
dilo tú:
-
¡Mamá!
–
Muy bien, que no se te olvide.
De
vez en cuando fueron repitiendo la práctica de esa y otras palabras hasta que
se marcharon al balneario.
Ya
llevaban unos días bebiendo las aguas, descansando, tomando el fresco en el patio y la niña ya jugaba con
otras pequeñas. Un día, los padres estaban sentados con otros mayores y vieron
venir a su hija corriendo y mientras se acercaba a ellos, desde lejos gritaba a
su madre:
-
¡Mamáááán, Mamáááán!
El
padre se levantó discretamente, fue a su encuentro, la cogió de la mano y le
dijo en silencio:
-
Niña, más vale que te calles.
Tuvieron
que pasarse muchos años para que las personas de nuestro pueblo normalizaran sus
formas de pensar y hablar, las “tendencia”
hicieron el resto y nosotros también nos vimos bamboleados por sus efectos:
LOS PANTALONES ROTOS
No
sé quién lo inventó pero lo que sí sé es que todo empezó en el S. XX por el uso
del pantalón vaquero como una prenda de vestir muy utilizada por los
trabajadores pero sólo por ellos. Decayó su uso pronto pero a partir de 1930 se
comenzó a crear “tendencia” porque
su uso no quedó circunscrito a la clase obrera sino que se generalizó y se
utilizó para vestir, después decayó de nuevo su uso y hubo que esperar hasta la
década de los años sesenta para que empezaran a aparecer los primeros
pantalones rotos o deshilachados pero con poca fuerza.
En
la década de los noventa reapareció el invento y esa “tendencia” rarilla se convirtió en moda, bajó de nuevo y a partir
del año 2000… ¡BOOM!
Ahora,
lo normal es que muchos jóvenes y mayores paguen un dineral por un pantalón que
sale de la tienda roto.
Antes,
si te hacías un roto en el pantalón pues nuestras madres se quitaban la
zapatilla que usaban con suela de goma y nos pegaban algún que otro zurriagazo
en los cachetes… ¡Cómo dolían!
Con
el paso de los años las madres han pasado de pegar a los hijos por un roto a
darles dinero para que se compren pantalones rotos. Un día, como mi madre ya
está más cerca de los 95 que de los 94,
pues por culpa de esta “tendencia”,
observó que una de sus nietas tenía unos rotos en el pantalón vaquero y le
dijo:
-
Te compras ayer el pantalón y hoy ya lo tienes roto… ¡Qué poco cuidado tenéis
los jóvenes de hoy con las cosas!
Cuando
mi sobrina escuchó lo que le decía comenzó a reírse, ella se cabreó y le dijo:
-
Anda, quítatelos y me los traes para que les eche un remiendo antes de que
venga tu madre y te los vea.
Cuando
mi sobrina le explicó que no los habían roto sino que se los había comprado así
ella se llevó las manos a la cabeza y exclamó:
-
¡Dios mío, qué locura!
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