Colaboración de Paco Pérez
El
Génesis nos muestra en su relato que Dios no deseaba que el
hombre estuviera sólo y lo rodeó de animales pero, como no se sintió feliz, Él
comprendió lo que sintió y le puso a la mujer a su lado para que lo acompañara
y a ella la recibió muy bien. En aquel acto, tal vez, se oficializó el
compromiso de unión entre el hombre y la mujer.
Pasaron los años, no se cumplió el deseo de Dios y se comprobó que era inadmisible el trato vejatorio que recibía la mujer en la sociedad judía pues el hombre tenía todos los derechos y ellas no tenían nada más que obligaciones pero el planteamiento inicial de Dios no contemplaba las diferencias que les impusieron: Aceptar por esposo al hombre que le proponía el padre, el que más le interesaba a él, pero ellas no podían elegir; no participaban en la vida social, debían permanecer en casa; no tomaban decisiones; tenían que ir con el rostro cubierto; ayudaban al marido en los trabajos agrícolas o comerciales y, además, debían cuidar del hogar y de los hijos; podían ser repudiadas si cometían un error y quedaban sin amparo; en el rango sucesorio familiar los derechos eran para los hombres y para ellas quedaba el cuidado de los hermanos pequeños y los padres…
Esta cruda realidad ocurría porque los hombres consideraban que unirse
en matrimonio era para tener descendencia, es decir, sólo veían a la mujer como
un objeto útil y el amor recíproco no se valoraba en sus relaciones maritales.
En
tiempos de Moisés los esposos
también pasaban por periodos de crisis, igual que en nuestros días, y el pueblo
le planteó una petición egoísta: “Permitirles
romper el vínculo marital que habían contraído”.
Él
cedió a la presión del pueblo para proteger a la mujer de la situación de
desamparo en que quedaba después pero fue una decisión desacertada porque se convirtió
en norma y no valoró que Dios establecía que la unión entre el hombre y la mujer se
realizaría en igualdad, sin establecer diferencias entre ellos y que, aunque
atravesaran por momentos complicados, nunca podrían romperla.
El
fariseo, defensor del modelo patriarcal, buscaba que Jesús tomara postura ante la tradición
que les dejó Moisés y así, al
hacerlo, quedaría enfrentado con los hombres o las mujeres porque su respuesta
no podía contentar a todos a la vez.
Él le respondió
con una visión precisa de esa realidad y le expuso lo que estaba vigente desde
el comienzo de los tiempos, que un hombre y una mujer al unirse en matrimonio se
comprometen ante Dios, se convierten en uno y el compromiso ya no se
rompe. Jesús le respondió desautorizando el modelo de Moisés
recordándoles que cuando se rompe el lazo matrimonial no se respeta lo que Dios
une y, si se casan de nuevo, cometen adulterio contra la persona de la que
se separan.
Jesús realizó una labor
salvadora con las personas y consiguió que, después de su muerte y
resurrección, todas fueran hasta el Padre
como fruto de los sufrimientos que padeció en su etapa terrenal. Esa realidad
sufriente es la que se vivió entonces y aún sigue siendo válida para todos los que
estén dispuestos a seguirle. Debemos entender que mantener vivo el “espíritu del sufrimiento” es una
necesidad para alcanzar su compañía junto al Padre.
Es
cada momento histórico los sufrimientos y
las penalidades que padeceremos por
su causa serán diferentes y tendremos que tener claras las ideas para no
desfallecer en la FE mientras le seguimos.
Los
niños no eran bien considerados por aquellas gentes, incluso por los apóstoles,
y, para que comprendieran mejor qué debían hacer, terminó recordándoles que se
comportaran con la inocencia de ellos para entrar en el Reino.
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