Colaboración de Ramiro Aguilera Tejero
Fue
allá por el lejano siglo X cuando casi toda la Península Ibérica estaba ocupada
por la morisma. Por aquel entonces Castilla era un condado gobernado por Fernán González y dependía del reino de León.
Los
cristianos luchaban por arrebatarle
terreno a los sarracenos, pero también peleaban entre ellos rapiñando lo que
podían. Eran, por decirlo rápido, vecinos muy mal avenidos.
Sancho, rey de León,
convocó a cortes a todos sus súbditos, incluyendo a Fernán González, que acudió de mala gana, montando un poderoso
caballo ganado al rey moro Almanzor y portando
en su puño izquierdo un precioso azor.
Sancho se quedó prendado tanto del
caballo como del azor y quiso comprárselos a su vasallo, respondiendo este:
-
No ha de pagar un rey lo que de un
vasallo es. Vuestros son.
No
conforme el rey con quedárselos sin
pagar acordó un precio simbólico pero que se doblaría por cada día que pasara
sin pagarlo. Muy contento quedó el rey Sancho.
Pasaron
siete años y el rey mandó llamar a
su vasallo sumamente enojado porque no pagaba tributos y lo acusó de traidor, respondió
Fernán González:
-
Señor, hace siete años vine a este mismo lugar y no cobré honra sino deshonra.
Si me he alzado en rebeldía, junto a mi condado, es porque aún no he cobrado
aquella venta que le hice. Echad cuentas de lo que me debéis y yo os pagaré la
diferencia. Respondió el rey:
-
Lenguaraz eres conde, mas has de callar tu insolencia.
Y,
con dos co…, lo encerró en el calabozo.
La
mujer del conde, al enterarse de lo sucedido, se presentó al rey solicitando
ver a su marido. Fernán González
cambió su ropa por la de su mujer y escapó a su condado. Al verse burlado el
rey optó por soltar a la condesa.
El
conde se levantó en armas contra el rey exigiendo el pago pactado y éste, al
echar cuentas, comprendió que no tenía dinero para pagarlo:
-
¿Qué puedo ofrecerte a cambio? -preguntó al rey.
-
La independencia de Castilla -contestó con firmeza Fernán González.
Y
así fue como el condado de Castilla
se independizó del reino de León y
por eso los cetreros decimos:
-
¡El precio de Castilla fue un azor!
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