Colaboración
de Paco Pérez
Capítulo II
SU VIDA EN VILLARGORDO
Cristóbal
Melguizo Cañas
vino al mundo en Villargordo (Jaén), en el año 1933 y fue conocido
popularmente entre sus paisanos como el “Ruso
con fuerza”, apodo que él mismo se puso. Nació en el seno de una familia
humilde cuyos padres, Juan e Isabel, vivían con sus hijos en una
casa de la calle Jesús. Cuando
marcharon a Barcelona en busca de trabajo, a mediados de la década de los
cuarenta, esta propiedad urbana fue adquirida por sus parientes Carolina Fernández Cañas y José Angulo
“El manchego”.
Este
matrimonio tuvo varios hijos, además de Cristóbal: Juan Melguizo Cañas, conocido como Juanito, era un artista en su profesión y parece ser que esas
condiciones fueron heredadas de su padre.
Cuando
le llegó la hora de cumplir sus deberes con la Patria ya se encontraban en
Barcelona y a Juanito le tocó ir a
las Islas Canarias. Quien también hizo la mili allí fue Juan Antonio Molina Lorente, éste llegó unas fechas más tarde que
él y después de un tiempo lo vio y lo reconoció pero, como Juanito decía a
todos que era de Barcelona y no quería reconocer que era de Andalucía, pues
Juan Antonio aceptó que se había confundido.
Pasan
unas fechas y otro soldado que presenció lo que le contestó a Juan Antonio le dijo que desde el
primer momento, antes de que él llegara, ya venía presumiendo de ser catalán
pero que un día otro soldado le paró los pies y le razonó la imposibilidad de
tal circunstancia diciéndole:
-
Tú no puedes ser de Cataluña porque aquí sólo venimos soldados de Andalucía,
que vivas en Cataluña es otra cosa.
Después
de esa noticia Juan Antonio volvió a la carga y por fin aceptó que era de
Villargordo. No quería que lo asociaran con su hermano, el “Ruso con fuerza”.
A
Cristóbal no le ayudó a formarse
como persona la marcha de la familia a Barcelona, su carácter le llevó por
caminos equivocados, no cuajó en el mundo laboral, mendigaba por los
tradicionales puntos que en Barcelona suelen estar los mendigos, vivía fuera
del hogar paterno la mayor parte del tiempo y se pasaba largas temporadas sin
que la familia supiera por dónde estaba. De vez en cuando se presentaba en la
casa de los padres y, después de unos días con ellos, se volvía a marchar.
Este
clima fue el que propició que Juanito
no quisiera darse a conocer ante Juan
Antonio y los otros andaluces.
Juana, cuando ya
estaban viviendo en Barcelona, fue pretendida por Manolo Escobar cuando éste era en aquella ciudad un trabajador más
y una persona sin fama.
María Antonia se casó con
un señor cuya profesión era sastre, viven en la Plaza de España de Barcelona y
son testigos de Jehová. Paquita se
casó con un villargordeño llamado Miguel
y cuya familia es conocida en el pueblo con el apodo de “Los picachos”. Éste
vivía aquí, antes de emigrar a Cataluña, en una casa del “Pecho de la Ermita”. La madre de Pedro “El mudillo” era
hermana de ese señor. Ana, la madre Miguel López “El cantante” también es familiar de él.
De Isabelita, se recuerda que mantuvo
unas relaciones de amistad muy buenas con Sofía
García “La campanera” y que,
aunque era algo mayor que ésta, fueron muy amigas. Esta amistad fue tan grande
que, como Sofía era muy achacosa a los resfriados de pequeña, pues Isabelita la
visitaba todos los días para que a su amiga no le faltara la compañía y en esas
visitas le cantaba canciones para alegrarla.
Francisca
Almagro Cañas
“La tita Paca” comenta que tenía una
vocecilla muy fina y delicada.
En
Navidad le cantó a Sofía este villancico:
Este
precioso Niño,
yo
me muero por Él,
su
padre lo acaricia
y
su madre también.
No
llores Jesús
que
te llevo de comer,
tu
madre te cambia los pañales
y
tú te vuelves a dormir.
Sus
ojillos me encantan
y
su cara también.
Unos
abuelos de Cristóbal, no se sabe si
maternos o paternos, vivieron en la
calle Tercia, la abuela se llamaba Juana y, hasta muy mayor, estuvo trabajando en el servicio
doméstico o de criada en casa del médico del pueblo, D. Tomás Domper Sesé y de su esposa Dª Hispacia Martín Miranda, maestra de escuela.
Éstos
tenían su domicilio en la calle La Parra,
hoy Granadillos.
Cristóbal era un
muchacho tremendamente feo y parece ser que iba siempre despeinado y que se
echaba los pelos hacía adelante.
Por
la imagen que daba algunos de los niños que acudían a la Plaza de la
Iglesia no querían jugar con él porque siempre vestía con ropas muy
deterioradas y, como no se aseaba suficientemente, pues iba siempre muy sucio.
Este
detalle ha sido resaltado por las señoras y los caballeros ni lo han mencionado.
Esta circunstancia nos denota una mayor capacidad de observación en ellas,
relacionada, tal vez, con la mayor preocupación que tienen por la higiene. A
pesar de todo no ha sido recordado como un niño malo pero sí como algo travieso
y muy fuerte.
Como
en aquellos años lo que más abundaba era el hambre pues todos solían comer con
mucha ansia, él también lo hacía así. Un día se atragantó con un hueso y tuvieron
que llevarlo a prisa y corriendo al médico, D. Tomás, porque se estaba
ahogando.
En
aquellos años todas las casas tenían un corral en el que se encerraban los
animales, la leña, se tiraba la basura, se ponían los trastes viejos… Pues un
día hubo un incendio en el corral de la casa de los abuelos del “Ruso" y, según las costumbres de
entonces, tuvieron que tocar las
campanas de la iglesia, lo hicieron con la señal de auxilio para los
incendios y acudieron los vecinos para ayudarles a sofocar el fuego.
Como
las dificultades económicas afectaban a todas las familias pues en la de Cristóbal
ocurría tres cuartos de lo mismo. La madre parece ser que trapicheaba para
ganarse unas perras y así poder ayudar a la familiar, lo hacía con el
estraperlo de alimentos.
Un
día, la buena señora había adquirido una cesta con tortas y, cuando llegó a
casa con ellas la dejó en la alacena, se dedicó a sus labores de ama de casa,
se le olvidó echarle la llave y el travieso de Cristóbal se dio una panzá de tortas tan grande que iba a explotar.
Cuando la madre se dio cuenta, comprendió que las poquitas ganancias que
conseguía con su venta se habían ido ese día al estercolero y entonces lo cogió
y comenzó a darle guantazos en donde pillaba; fue una reacción de impotencia y
desesperación. Él no derramó ni una lágrima y, cuando dejó de pegarle, escenificó
su respuesta:
-
Mama, tú pégame, pégame… Pero yo ya
tengo mi panza alimenticia.
Mientras
decía estas palabras irresponsables se daba palmotazos en la barriga.
Esta
gesta irresponsable de Cristóbal
fue, yo así lo interpreto, un anticipo de su comportamiento posterior no
reglado y sí guiado por lo que daba el tiempo en cada momento.
Él
jugaba, como los todos los niños en aquellos años, a los juegos que había
entonces:
1.-
Las “cartetas”. Éstas eran los
cartones que resultaban de romper las cajas de las cerillas y quienes perdían
pagaban con ellas.
2.-
El “romo”. Consistía en un trozo de
rama de olivo con uno de sus extremos acabado en punta pues el objetivo era
clavarlo en el suelo. Se practicaba en periodos de lluvia.
3.-
Los “árboles”. Juego practicado en
la plaza de la Iglesia.
Los
participantes se partían en dos equipos unos intentaban apresar a los otros, la
farola que había en el cetro era la prisión. Había ciertos árboles que eran
refugio y el resto no. Era un continuo correr, apresar y liberar. Esta última
acción ocurría cuando un compañero del apresado lograba tocarlo.
Según Mariano Morcillo y Antonio Navarro “El de la gasolinera”, él y los demás
niños del barrio, entre ellos estaba Cristóbal,
se juntaban todos los días con los tirachinas en la escalinata que había en la
casa del “Prior”, hoy “Centro San Juan Pablo II”…
¿Por
qué tenían ese punto de reunión?
Porque
ahí la pared estaba muy baja y eso les permitía saltársela con facilidad para
entrar en el huerto de José “Pilritos”, éste estaba ubicado en los
terrenos donde se construyeron hace unos años las casillas que hay frente a los
pilares, para poderse comer lo que pillaran: granadas, brevas, tomates… Lo que
daba el tiempo en cada momento.
José dejó el
huerto a Vicente Molina “Botella” para que cuidara de los
árboles frutales que había y para que sembrara los productos hortícolas que
necesitara en su casa.
Un
día, cuando estaba la pandilla reunida en las escaleras, el señor Vicente se
presentó por detrás, los pilló sin escape posible y les preguntó al llegar:
-
¿Qué hacéis aquí?
–
Vamos a ir a pillar pájaros con los tirachinas –le respondieron.
-
¿Quién tiene un papel y un lápiz?
–
Aquí no tengo pero si voy a mi casa que está muy cerquita sí tengo –le contestó
Antonio Navarro.
Cristóbal
y los otros niños permanecieron allí sin moverse, Antonio fue a su casa, volvió
con el papel y el lápiz y se los entregó al señor Vicente.
–
Bueno, ahora me vais a dar vuestros nombres y voy a empezar a escribir en este
papel el nombre del mensajero, tú el primero por ir a por el papel y el lápiz.
Cuando
escribió todos los nombres les dijo:
-
Ahora os voy a denunciar al Cuartel de
la Guardia Civil por saltaros al huerto a comeros las frutas y os pondrán
una multa que os va a costar diez duros.
Al
escuchar la amenaza los niños le contestaron, cada uno con una cosa diferente,
mientras lo hacían gritando y sollozando:
-
¡¡¡Diez duros!!!
-
¡¡¡Mi papa me va a matar!!!
-
¡¡¡Si no tenemos ni un duro, cómo vamos a pagar diez!!!
El
señor Vicente los escuchaba muy atento pero, como ya no podía contener por más
tiempo la risa optó por mantener el principio de autoridad para que no lo
hicieran más, en un santiamén se quitó el cinto y se lio a zurriagazos con ellos.
Esta acción ocasionó un alboroto enorme y se produjo un esturreo de zagales de
inmediato, cada uno salió como pudo de la situación que les planteó.
Unos
días después el bueno de Antonio fue
en busca de él para pedirle que no los multara porque sus padres entonces le
iban a romper el lomo. Entonces recibió del señor hortelano esta propuesta:
-
De acuerdo pero te tienes que comprometer conmigo a una cosa. - ¿A qué? – le
preguntó Antonio.
–
Cuando yo no esté aquí tú te vienes a guardar el huerto, todos los días te daré
una peseta y, además, podrás comer lo que quieras.
Una
vez que cerraron el acuerdo el señor Vicente
perdonó a los ladronzuelos y así fue como Antonio, siendo un niño, comenzó a
ganarse su primer salario. Lo mejor de esta historia es que acabaron siendo
amigos para siempre y, desde entonces, ya hubo muy buenas relaciones entre el
hortelano y la pandilla de peques. Acudían al huerto cuando estaba trabajando y
él se divertía mucho con ellos, les organizaba concursos de “Tiragatos”.
Este
juego de dos y consistía en atar a los dos participantes en los extremos de una
soga. Cuando estaban preparados se daba la señal de inicio y quien lograba
arrastrar al otro hasta la marca fijada resultaba el ganador. El concurso del
huerto siempre tenía como premios una pieza de fruta limpia para el ganador y
una picada por los pájaros para el perdedor.
¿Quién resultaba ganador siempre?
En
todas estas acciones de fuerza Cristóbal
“El ruso con fuerza” era invencible y cuando acaba victoriosa su gesta
siempre exclamaba:
-
¡¡¡Yo soy el “ruso con fuerza” y me
cargo a todos los alemanes!!!
Juan Melguizo, el padre del
“Ruso”, tenía una hermana que se
llamaba Josefa y era conocida
popularmente como “La Josefona”.
Ésta señora tuvo dos hijas muy guapas, Carmelita
y Nani, y ambas trabajaron como
criadas en la casa de Domingo Aranda
“Poco aceite”.
Josefa fue la
primera de la familia que se marchó para Barcelona y, una vez allí, tiró de la
de su hermano. La marcha del pueblo de ambas familias tuvo lugar en 1946, con
unos meses de separación, y Cristóbal
tenía entonces 13 años.
Cuentan
que esta señora, una vez allí, enviudó y se volvió a casar. De las hijas nunca
más se supo algo de ellas por Villargordo.
La
familia de Cristóbal “El ruso con fuerza” estaba emparentada
con la de Catalina “la de Juan López", la madre de “Frascuelo”, y eso explica la estampa
tan familiar que nos ha relatado Paco
Tirado del encuentro de su padre con él, eran primos.
Josefa nunca se volvio a casar cuando viajo a Barcelona antes de la guerra ya vino viuda y tenia tenia tres hijos
ResponderEliminarcarmeñita JUana conocida por Nani y Juanito las dos hijas todavía viven Junanito murió hace unos tres o cuatro años
Hola, soy sobrino de Hipacia Martín Miranda, la mujer de D. Tomás Domper Sesé. Me gustaría saber si alguien me pudiera contar historias o enseñar alguna foto de ellos. Estoy escribiendo la historia familiar. Muchas Gracias.
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