Colaboración de Paco Pérez
EL CAMINO DE LA SALVACIÓN
Caminar
por lugares inadecuados nos lleva a realizar lo que no debemos y entonces
dejamos huellas que delatan nuestro paso por ellos. El pueblo de Dios y quienes dirigían sus destinos,
civil y religioso, se empeñaron en caminar así y no hicieron sus deberes, aunque
el Señor los advirtió repetidas
veces por mediación de sus enviados. ¿Qué
les ocurrió?
Lo
que Jeremías había tratado de
evitar: Fueron invadidos por los caldeos, éstos lo destruyeron todo (templo, murallas de Jerusalén, palacios…) y deportaron a sus habitantes a Babilonia, donde estuvieron setenta años cautivos y esclavizados.
Al
cumplirse el tiempo de la profecía el Señor
actuó sobre Ciro, éste reconoció los
hechos, los proclamó con la palabra y por escrito, les devolvió la libertad y regresaron
a Jerusalén.
Aquel
acto fue una intervención del Señor
que sirvió para ir mostrando al pueblo su identidad pero fue una ayuda
temporal, no les daba el pasaporte definitivo para la eternidad. Pasaron los
años y llegó la hora de la manifestación final de Jesús para la salvación
del hombre, la que se nos explica como un regalo que nos hizo el Señor como consecuencia de la “muerte y resurrección de Jesús” y de la
“fe” que tengamos en Él.
Esta
realidad no debe confundirnos y llevarnos a pensar por este regalo que, hagamos
lo que hagamos durante nuestra vida, nuestro premio final ya está en el
bolsillo. Sería un grave error pensar así porque sabemos que en Santiago 2,17 se nos dice:
[Así también la “fe”, si no tiene obras, es muerta
en sí misma.].
El
encuentro entre Nicodemo y Jesús nos deparó el reflejo de una
realidad: [El hombre no debe permanecer anclado
en la tradición religiosa cuando, sin esperarlo, conoce una versión distinta de
la verdad que él defiende.].
Al
“judaísmo” de Nicodemo le ocurrió eso cuando recibió el impacto de la predicación y acción de Jesús… ¿Por qué?
Porque
hablaba, acogía, ayudaba a todas las
personas y les enseñaba el mensaje
del Reino desde un formato
entendible y práctico.
Lo
que Nicodemo no entendió, y por eso
se lo preguntó, fue que Jesús dijera
que para cambiar era necesario volver a nacer de nuevo. Él le aclaró que no se refería al vientre materno sino al Espíritu y de ahí que Él nos diera ejemplo cuando entró en el
Jordán para que Juan lo bautizara, en
ese momento nació de nuevo y recibirlo la venida del Espíritu.
En
la semana pasada Jesús actuó para reformar el “sistema del Templo” y hoy comprobamos que continúa actuando para
reformar a las “personas”. Por eso
le dijo a Nicodemo en Juan 3, 14-15:
[Lo mismo que Moisés elevo la serpiente en el desierto, así tiene que
ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida
eterna.].
La “elevación de la serpiente” en el desierto fue un anticipo de la
futura elevación de Jesús en la cruz, en ella moriría y después resucitaría
para subir de nuevo al Reino.
Viajando hasta el desierto podemos comprobar que, si miraban con “fe” a la serpiente, la picadura
no los mataba y les regalaba una vida nueva, terrenal. Si miramos la propuesta
de los acontecimientos derivados de la elevación de Jesús en la cruz con “fe” y contribuimos con nuestras obras a
que la sociedad cambie como quiere el Padre
su amor nos acogerá cuando acabemos
nuestra andadura terrenal.
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