sábado, 10 de noviembre de 2018

AYUDAR ES UN DEBER


Colaboración de Paco Pérez
CÓMO LO HACEMOS NOS RETRATA
La obligación de ayudar no es cosa de nuestros días sino de siempre y la prueba de que Dios nunca abandona al hombre está en REYES 17,10-16. En ella los hechos nos sitúan en Sarepta, una población en la que sus habitantes vivían de la agricultura y daban culto al dios de las cosechas, Baal. Otros seguían al Señor y viajó hasta ese pueblo Elías porque eran tiempos de malas cosechas y hambre. En el encuentro que tuvo el profeta con la viuda queda probada la situación de pobreza en que vivían los habitantes del lugar, ocurre cuando él le pidió pan. Ella se sorprendió de la petición que le hizo y le comunicó su situación familiar, su hijo y ella estaban en las últimas.

El profeta le comunicó el mensaje que le mandaba el Señor, Dios de Israel: [“La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”.].
Ella, mujer de corazón limpio, respondió correctamente pues coció el pan y comieron los tres.
Las palabras del Señor se cumplieron pues no se agotaban ni la harina ni el aceite y así quedó probado quién era el verdadero Dios.
Con el paso del tiempo Jesús insistió en el tema que inició Elías cuando alertó a las personas sobre las conductas de aquellas personas egoístas que con sus actos confundían a las buenas gentes. Les recomendó no fiarse de quienes se visten como reyes, buscan ocupar puestos de privilegio en los actos públicos, quieren que les aplaudan lo que hacen y tienen un enamoramiento especial por lo ajeno. Por estas formas de actuar, al final serán juzgados y sentenciados con rigurosidad.
En otra ocasión, estando sentados en el templo frente al cepillo, orientó a sus discípulos sobre las apariencias de las personas cuando dan donativos o limosnas. Les recomendó que supieran valorar a las personas por lo que son capaces de hacer por los demás y no por las apariencias. Les habló de que no tiene el mismo valor ayudar bastante cuando sobra mucho que regalar lo único que tiene para comer.
Los sacerdotes de su época, cuando entraban en el santuario, pedían perdón por sus pecados y por los de los demás; ofrecían en sus sacrificios sangre, pero no era la de ellos sino la de los animales; morían una vez y después les esperaba el juicio.
Él sólo hizo un sacrificio porque si lo hubiera hecho con la frecuencia de ellos su padecimiento hubiera sido muy grande; también ofreció sangre, la suya. Murió una vez, no cometió pecado y no sufrió juicio por ellos.
Cristo, después de cumplir con la misión que le encomendó el Padre, está junto a Él en el Reino; allí intercede por todos.
Al final de los tiempos vendrá de nuevo para rescatar del pecado a las personas que esperan y los salvará.

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