Colaboración de Paco Pérez
NUNCA, PERDER LA ESPERANZA
Los
pueblos siempre estuvieron afectados por una problemática común: “La opresión de unos pocos sobre la mayoría”.
Cuando se dieron, y siguen dándose, estas circunstancias los “oprimidos” sufrieron, y sufren, todo
tipo de penalidades. Los “opresores”,
aunque varían con el paso de los años, siempre muestran el mismo perfil a la
hora de cometer los desmanes y debemos reconocer que ocurre así porque los “opresores” programan detalladamente la forma de actuar y el momento más idóneo para ejecutar sus
planes. Los “agredidos” les allanan
el camino porque intervienen como elementos pasivos que ven venir los peligros
pero como no se sienten señalados o en peligro permanecen inactivos y con esta
actitud posibilitan la actuación progresiva y lenta de quienes buscan la
implantación de su “modelo destructor”.
Todo
este dislate ocurre porque la sociedad
civil se asusta y porque todas las
religiones “no denuncian, en su momento,
las injusticias” con fuerza pues consideran que su papel en los conflictos es de pacificación y no de lucha.
Viajando
al pasado nos encontramos que el pueblo
de Israel siempre vivió convulsionado por acontecimientos violentos que le causaban dolor y destrucción.
Por
esa razón el profeta les anunció los hechos que deberían padecer pero que, a
pesar de ello, el Señor no los
abandonaría pues el ángel Miguel
intervendría en su ayuda y que después ya sólo quedaría por cumplir el gran
acontecimiento: La resurrección de los
muertos al final de los tiempos.
Pasan
los años y cambia el formato. En éste, las relaciones con el Señor se regulan con el “modelo de sacerdocio” que había antes
de Jesús: Oficiar todos los días para ofrecer en ese acto sacrificios, los que no podían borrar los pecados de los hombres.
En
Jerusalén, con este modelo
religioso, el pueblo de Israel vivía
oprimido por tres frentes: Las prácticas
del Templo, los impuestos del
representante del Imperio Romano y los mandamientos
del “judaísmo”.
Los
tres segmentos sociales reseñados no servían
para ayudar al necesitado sino para oprimirlo
cada vez más. La religión, en
vez de denunciar estos desmanes formaba parte del sistema.
Seguimos
avanzando en el tiempo, vino Jesús y
su comportamiento como “Sumo Sacerdote”
fue diferente al que tenían los que oficiaban en el Templo pues denunció sin miedo el sistema corrupto que había en Israel y lo mataron por el delito de defender
la verdad y la justicia. Con su ejemplo lo
cambió todo: Al morir, ÉL ofreció un sólo
sacrificio por el perdón de los pecados de todos los hombres para después resucitar,
subir a los cielos y sentarse a la derecha del Padre.
Desde
que ocurrió esta realidad, este sembrado de ejemplos, han pasado casi dos
milenios y por eso considero, es percepción y no afirmación, que no hemos
avanzado en la puesta en marcha de su ejemplo de vida… ¿Por qué?
Pues,
tal vez, porque “nuestra clase
sacerdotal y los que decimos ser cristianos-católicos”
estamos cometiendo también bastantes errores. Ellos que analicen los suyos y yo,
como cristiano-católico”, considero que no leemos la Biblia profundamente para conocer mejor
a Dios -el único camino que tenemos
después de su muerte- y por esa razón creo que hemos caído en una religión
cómoda que está sustentada en cumplir con la misa semanal, las tradiciones –no tienen nada que ver con
el hecho religioso, a mi entender- y poco o nulo compromiso con los problemas del
prójimo.
Cuando Jesús denunció
las injusticias del sistema judío,
oponiéndose a él, el pueblo estaba hundido y, al actuar así, les abrió un nuevo camino que les regalo un soplo
de esperanza.
Cuando
las personas tenemos adversidades nos hundimos, miramos hacia el cielo y después
culpamos a Dios de ellas. Es un
grave error hacerlo porque un buen
cristiano debe tener confianza plena
en Él.
Los
anuncios bíblicos son los indicadores que ayudarán al caminante del Reino a fortalecerse para seguir en la lucha diaria y
así, guiado por ellos, podremos comprender mejor que todo tiene su fin, que éste
llegará más adelante y que no se sabe cuándo será.
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