Colaboración de Paco Pérez
EL BAUTIZO
Capítulo I
Estos breves relatos no se hubieran podido publicar si las cuatro componentes
del grupo que viven en el pueblo no hubieran mostrado una buena disposición
para contar sus recuerdos y aportar las fotos que conservaban de aquella época.
Ellas son: Luci “La Chica”, Mari Carmen “La de Ojirres”, Paqui “La Trapera” y
Luci “La Chilanca”… ¡Gracias a todas!
Todos
sabemos que una “peña” es
un grupo de personas que por razones diversas sintonizan y se hacen
inseparables. Los motivos que empujan a sus componentes a unirse pueden ser
diversos, tantos como afinidades pueda haber en la vida, y entonces éstas
actúan como nexos de unión que las aglutinan. Las circunstancias favorecedoras de
estos agrupamientos suelen ser: El barrio,
el colegio, los juegos, el deporte, la gastronomía,
el trabajo, las fiestas, el arte…
El
refranero popular es muy sabio y nos da muchas lecciones sobre los temas de la
vida pero la verdad es que las personas sólo nos acordamos de él cuando después
de pronunciar nuestras sentencias o afirmaciones descubrimos tarde que estábamos
equivocados, que la realidad era otra y que ya no teníamos tiempo para
rectificar. Entonces, ante ese fracaso, le contábamos a nuestros abuelos/as lo
que nos había ocurrido y, con mucha comprensión y cariño, nos aconsejaban para
que no repitiéramos acciones similares. Para reforzar la fuerza de sus consejos
usaban la sabiduría rancia del refranero popular, uno de éstos decía:
-
[No te fíes de las apariencias porque engañan.].
Pues
eso me ha ocurrido con la Peña “El Churro”, me he equivocado con sus componentes
de “pe” a “pa” en todo.
¿Por qué hago esta afirmación?
Desde
hace unos años Mari y yo visitamos
la “Cafetería-churrería Luchy” casi
todas las mañanas pero como no tenemos un horario fijo para ir y de vez en cuando
viajamos a Jaén para resolver
asuntos familiares pues pensábamos que por esa razón no coincidíamos con estas señoras
y, con estos argumentos, llegamos a pensar que ese era el motivo de no verlas a
diario.
Las
relaciones que teníamos siempre fueron muy cordiales y discurrían por el mismo
sendero: Saludos de cortesía, charlas breves y, unos minutos después, despedida.
En una ocasión hablamos sobre el tema y nos comentaron que ellas no acudían a
diario como nosotros pues, desde hace años, son fieles a un acuerdo que tomaron:
Reunirse los martes, las que pudieran, para
desayunar churros.
Tuvo
que transcurrir bastante tiempo para que otro día, observándolas desde lejos
mientras nos acercábamos hasta su mesa, yo reparara en el detalle de que ya
habían acabado la ingesta del desayuno pero me quedé sorprendido cuando
comprobé que el contenido de las tazas sí había desaparecido y que en el centro
de la bandeja aún quedaba un ridículo trozo de churro.
Cuando
estuvimos ante ellas se me ocurrió decirles:
-
¡Es increíble que tres mujeres no puedan
acabar con ese trozo!
Ellas
no esperaban mi reacción y su respuesta fue reírse. Como no aclararon porqué
les quedaba un churro pues yo consideré que debía ser algo parecido a lo que
sucedió hace muchos años en el “Bar
Tropezón” con dos clientes, el popular Gilico
y su cuñado Manolo Melguizo –ya
fallecidos. Estos señores iban todos los sábados a ese establecimiento, desde
hacía ya algunos de años, y pedían siempre lo mismo: Dos cervezas y una
ración de “gambas a la plancha”. Una
noche se las sirvieron nones y el uno por el otro la gamba sin nombre allí se quedó… ¡Ambos fueron dos caballeros pues ninguno se la comió, pagaron y se
marcharon dejándola en el plato!
Juanito, que era muy
observador, se percató de lo ocurrido y otro sábado decidió repetir el servicio
con un número de gambas que fueran nones. Desde entonces la escena se repitió
sábado tras sábado y él, sin que nadie se percatara de lo que ocurría, los
observaba desde lejos y comprobaba cómo se cedían el comerse la gamba, ninguno
aceptaba y siempre quedaba una.
Esta
escena, después de un tiempo, comenzó a tener popularidad entre el servicio del
bar y ello propició que se representara una escena graciosa después de
marcharse ellos. El inolvidable José
Losilla trabajaba de camarero allí y, como era muy inteligente, él fue el
que la escenificó.
Un
sábado estuvo pendiente de ellos para ver qué hacían y, cuando los cuñados
salieron por la puerta, él se acercó hasta la barra, se puso donde ellos habían
estado y dijo:
-
¡Juanitoooo, dame un botellín que vengo
a comerme la gamba de Gilico!
El
recuerdo de esta escena me hizo no acordarme del refrán y por eso les dije a
ellas que se dejaban el churro porque les pasaba como a Gilico y a su cuñado… ¡Yo
creía que ninguna había querido comerse el que quedaba!
Con
esta historieta hemos estado de cachondeo durante unos cuantos años pero yo fui
grabando al grupo alguna que otra fotografía y anotando los comentarios.
Una
mañana las vimos sentadas, el churro tumbado en la bandeja y ellas muertas de
risa porque esperaban que les volviera a reprochar que
quedara un churro. No hice eso sino
una acción inesperada, la escenificación histórica de José Losilla con el botellín y la gamba de Gilico. Para ello me senté con ellas y llamé al camarero. Cuando
éste acudió me dijo:
-
Paco… ¿Qué vas a tomar?
–
Una leche manchada calentita, así me podré comer mejor el churro congelado de Mari Carmen –le contesté.
Ellas,
al escuchar mi respuesta, salieron dando carcajadas y nosotros, Mari y yo, nos incorporamos al jolgorio.
Un
tiempo después les comuniqué que iba a escribir un relato sobre la Peña “El Churro”, se sorprendieron y a
continuación lo primero que hicieron fue reírse cuando escucharon el nombre de
la Peña, lo vieron muy bien, yo lo
di por hecho y la propuesta continuó gestándose.
Cuando
llegué a casa, para que no cayera en saco roto lo hablado, abrí una carpeta en la
pantalla del ordenador con el nombre de Peña
“El Churro”, un documento Word para ir escribiendo los hechos que
dieran forma al futuro escrito y poco a poco fui metiendo las fotos que iba realizando a sus
componentes y escribiendo los comentarios que ellas me hacían durante nuestros
encuentros.
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