Colaboración de José Martínez Ramírez
Hacía
muchos meses que habíamos quedado en que, cuando por motivos profesionales me
desplazara a Córdoba para asistir a
algún juicio, él se vendría conmigo.
Recuerdo
que la mañana amaneció lluviosa; lo vi acercarse para llegar puntual; me regaló
su sonrisa, como siempre hacía, e iniciamos el viaje de forma placentera y sin
prisas pues salimos con margen de tiempo más que suficiente para llegar a
tiempo de comparecer en un juzgado de lo penal de la ciudad de la Mezquita.
Contaba
historias y vivencias mientras conducía y escuchaba un servidor, comentarios y anécdotas de esos pueblos que íbamos
rebasando en nuestro viaje: Torre del Campo, Cañete de las Torres, Bujalance, etc.
Con su casi monólogo regresaba muy a menudo a nuestro Villargordo y al
Guadalquivir, la lluvia nos dejó y, sin darnos cuenta, llegamos a nuestro
destino.
Mientras
yo asistía al juicio él paseó por la plaza de las Tendillas y calles vecinas, visitó
algún bar emblemático y se empapó de historia inevitable y costumbres
heredadas.
El
motivo de su estimada compañía era visitar una finca de la zona norte de
Sevilla que estaba muy cercana a las localidades de Herrera y Puente Genil,
no recuerdo si su interés era agrícola, presumo de que sí.
Durante
el tramo que recorrimos desde Córdoba, distaba unos ochenta kilómetros, pudimos
observar tierras que estaban de eriazo y otras con cultivos de mieses, olivos,
cebollas, ajos… Ante nuestros ojos teníamos un montón de líneas de colores
llenas de vida que besaban el horizonte oscuro e incierto. José, disfrutaba
hablándome de la excelente tierra de cultivo que estábamos recorriendo, decía
que estas vastas tierras oscuras eran las mejores, incluso que las nuestras, lo
decía en clara alusión a las de nuestro querido pueblo.
Una
vez que llegamos a la finca, no recuerdo el nombre, yo me quedé en el vehículo
y él entró para realizar las gestiones que había venido a hacer. No tardo
mucho, subió al vehículo y nos fuimos a Puente
Genil a comer, lo hicimos en un buen restaurante que hay en la urbanización
“Cañada de la plata”. Mientras
disfrutábamos de las magníficas viandas, pude recordar un día de campaña
electoral de hacía unos pocos años en el mismo lugar. Lo hice porque coincidí
con el autobús que desplazaba a la comitiva del PSOE y a su Presidente, D.
Manuel Chávez. A este hombre lo recordé serio, con su traje oscuro, ya era de
noche, quedábamos unas pocas personas… Sus chistes eran secos pero llevaban una
carga de intencionalidad extrema. Me pareció un buen hombre, cercano y
sencillo.
Recuerdo
que salí fuera con mi vaso, respiré hondo
y pensé… ¡Qué cosas nos ofrece la
vida a veces, uno de Villargordo escuchando a este hombre contar chistes y a
estas horas!
Después
del postre mi amigo tomó varios digestivos “Gin Tónic”, como a él le gustaba llamarlos, mientras se cachondeaba
de mis cafés.
Fuera
llovía a cántaros y dentro hacíamos hora para que al conductor se le pasara la
modorra del vino y de esta manera pudiera coger de nuevo el volante con
garantías de no provocar una desgracia.
La
estación de Luque quedaba a nuestra
derecha, el agua resbalaba entre la arboleda de su sierra y el viento se
arrodillaba en ese momento ante la incesante e intensa lluvia.
Mi
acompañante había visitado Zuheros,
le había encantado, Baena y… Me recordaba la excelencia de los vinos cordobeses,
aficionados los dos a ellos.
¡Ese fue uno de mis mejores viajes!
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