Colaboración de Paco Pérez
Isaías intentó
levantar los ánimos del pueblo que vivía en el destierro anunciándoles la
venida del Mesías y lo describió como alguien especial que había sido
formado por el Padre, razón por la que recibiría todas sus bendiciones,
tendría unas cualidades excepcionales que le harían ser prudente y no
levantaría la voz, no descansaría hasta que se respetara el derecho de las
personas y se hiciera justicia y su acción sería buena para las gentes de todos
los pueblos.
Pasaron los años y otro profeta, Juan “El Bautista”, también les habló del Mesías.
Éste les enseñó que debían decidir lo que deseaban hacer en la familia, el
mundo laboral, la sociedad y la religión. Él tomó la decisión de
trabajar por la divulgación del Reino y, para dar ejemplo de lo que
enseñaba, se retiró al desierto para vivir en la pobreza y enseñándoles
lo que debían hacer.
Les
predicaba el cambio y para que
lo comprendieran mejor les proponía despojarse
de sus ropas, abandonando así sus antiguas y equivocadas formas de vida, y, mediante la inmersión en las aguas del Jordán quedaban bautizados, es decir, limpios de
falta.
La
humildad le hacía proclamar a Juan que después de él vendría otro con
más fuerza y poder pues bautizaría con la fuerza del Espíritu Santo.
Un
día se cumplieron sus palabras proféticas, Jesús
se presentó en el Jordán para bautizarse, Juan se negó porque no se
consideraba digno de hacerlo, pero
Jesús lo convenció, aceptó y, al hacerlo, el Espíritu Santo se mostró en el momento de recibirlo.
El
Bautismo es un tema que está en los
evangelios, también es el sacramento del que se habla en ellos con más amplitud
y esa realidad nos empuja a pensar que es el más importante de todos… ¿Por qué?
Cuando
Jesús cumplió los treinta años se
presentó en el Jordán para recibir
de Juan el bautismo y después comenzar su vida pública.
Con
este acto nos indicó que era el inicio de su misión y fue precedido de
una acción previa que era muy significativa entre los judíos, abandonar su anterior vida para iniciar un nuevo reto que lo llevaría a
una forma de vida diferente.
Cuando
abordó ese reto sabía a lo que se enfrentaba y, dicho esto, si comparamos su “bautismo” con el que recibimos en
nuestros días es posible que nos demos cuenta de la realidad del sacramento que Jesús recibió y la del nuestro, si lo hacemos con objetividad es
posible que nos preguntemos… ¿Debe
recibirlo un niño de días?
Fijándome
en el ejemplo de Jesús opino que no pues
se debe esperar a que las personas tengan la madurez necesaria para saber que al recibirlo se comprometen a dar un cambio radical a sus vidas y a ser
solidarios con quienes sufren para ayudarles a lograr su salvación y
liberación. El Bautismo, es un acto de conversión pero,
lamentablemente, lo hemos convertido en los países de cultura cristiana en un acto
de afiliación y de juerga, es decir, entramos por él a formar parte
de la cristiandad y consiguientemente de la Iglesia pero a la
hora de la verdad lo que hacemos es quedar inscritos en un registro parroquial
cuando lo que Jesús nos propone es cambio y participación activa.
Este camino no queremos practicarlo tal y como nos lo mostró, sabiendo que
después de recibirlo sufriremos para lograr nuestra salvación y la de
otros… ¿Estábamos en condiciones de aceptar este reto cuando lo
recibimos?
Cuando
lo hizo se abrieron los cielos, recibió al Espíritu
Santo y el Padre manifestó quién
era… ¡Éste es mi HIJO!
Pedro afirmó que Dios
no hace distinción de personas porque para Él todos somos iguales pero
les pidió que le temieran y practicaran la justicia.
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