Colaboración de Paco Pérez
EN LA CASILLA “EL CURA”
Estos recuerdos han tomado vigencia gracias
a los detalles aportados por José Carlos y Serafín a través del móvil.
El
“botellón” es una práctica multitudinaria
que en nuestros días se ha popularizado entre nuestros jóvenes, lo hacen para
divertirse los fines de semana o en las fiestas, beben a lo bestia y algunos se
ponen bastante colocados.
Los
mayores nos asombramos cuando en los telediarios de las diferentes cadenas de
TV se habla de estas concentraciones mientras nos muestran los
vídeos o las fotos de los desmanes que sucedieron en los lugares de
reunión y entonces exclamamos, mientras nos mostramos muy dignos… ¡Qué cosas hacen estos jóvenes!
Si
tenemos buena memoria y no eludimos hablar de nuestros años jóvenes entonces
reconoceremos que esta juventud no es la
inventora de la moda actual de “hacer
botellón” porque ese galardón le corresponde a los jóvenes villargordeños
que comenzaron a salir del cascarón para mocearse a finales de los sesenta y
comienzos de los setenta.
Entonces,
como ahora, siempre hubo jóvenes que necesitaban hacer retroceder a las agujas
del reloj para no marcharse a casa temprano, continuar con la movida hasta
colocarse un poco más y regresar unas horas más tarde haciendo tomiza o en un
carrillo de mano.
¿Cuándo sucedía esta realidad en el pasado?
Cuando
el bar donde estaban les anunciaba que ya era la hora de cerrar y que fueran
apurando.
Una
noche se encontraban en el “Bar Deportes”,
regentado por la familia de Blas
Castellano López “Pancho”, tres
pimpollos que no tenían muchas ganas de encerrarse. La tertulia comenzó a la
hora habitual con Serafín “Malacara” y José Carlos “Pancho”
tomando unas cervezas al fresco que bajaba por la carretera de Las Infantas, charlaban y algo más
tarde un “Seat 600” aparcó un poco
más arriba de donde ellos estaban
sentados. Del vehículo se bajó José “El Obispo”, un amigo de José Carlos desde la infancia, se
saludaron y se sentó con ellos. Charla que te charlaré, cervezas que venían
llenas y se iban vacías, clientes que se marchaban a casa y apareció Blas, el hermano mayor de José Carlos, se acercó hasta ellos y le
dice:
-
Yo me voy ya, tú cierras.
–
De acuerdo –le respondió él.
Como
José había llegado tarde, después de
haber estado en Mengíbar visitando a
la novia, pues llevaba retraso y tenía ganas de continuar con la movida, él fue
quien atrancó el carro un rato más y después José Carlos les dijo:
-
Ya tengo que cerrar pues como venga la pareja de la Guardia Civil nos crujen el bolsillo con una multa.
Serafín tomó la palabra
y les hizo una propuesta:
-
Como José tiene el bólido aparcado
ahí pues preparas en unas botellas de gaseosa unos cubatas y nos vamos a la era
de la “Casilla el Cura” y allí, por
mucho ruido que hagamos, no creo que vaya la Guardia Civil a decirnos que podemos despertar al cura.
José Carlos, que ya estaba
agustico, dijo:
-
¡Menuda idea has tenido!
Cuando
preparó las bebidas José Carlos y cerró
el bar se subieron al coche y José los
llevó hasta la “Casilla el Cura”,
ese mítico lugar de nuestro pueblo.
La
hora, el lugar, la Luna llena y el
fresquito que allí hacía los transportó a un mundo cargado de buenas sensaciones
a pesar de que estaban sentados, al estilo indio, encima de una gran piedra.
La
normalidad se alteró cuando Serafín
comenzó con sus ocurrencias graciosas, eso les elevó el nivel de felicidad, aparecieron
las carcajadas por cualquier mosquito que volaba cerca o les picaba y el
ambiente, entre trago y trago, era inmejorable.
Sin
esperarlo, Serafín se levantó y les
dijo:
- Voy a
cambiarle el agua al botijo, se ha puesto muy caliente.
Como
tenía la botella en la mano pues José
interpretó que iba a tirar el cubata y le dijo en tono suplicante:
-
¡No hagas eso, si está muy fresquito
todavía!
–
No te preocupes que lo que voy a hacer es mear.
Se
alejó un poco, meó, después se encaminó hasta el coche, cogió las llaves que
estaban puestas y mostrándoselas en alto les dijo:
-
¡Las veis bien!
-
¡Sííí! – le respondieron.
–
Pues ahora vais a observar también como salen volando, aunque no tienen alas.
Frente
a nosotros había un rastrojo y a ese lugar lanzó las llaves.
Los
dos se quedaron helados y él comenzó a dar risotadas mientras iba de un lado
para otro y, cuando se calmó, les dijo:
-
Ahora ya sabéis lo que hay que hacer para pelar la mona que tenemos, irnos
andando al pueblo o buscarlas entre los pajones ayudados por esa gran Luna que
hay sobre nosotros esta noche.
Se
pasaron un buen rato buscando las llaves a tientas, tuvieron la suerte de
encontrarlas, regresaron al pueblo y, como José
vivía en la calle La Luna, al llegar
al cruce de carreteras, paró, basculó a José
Carlos y Serafín y se alejó del
lugar.
Verdad, cierta y verdadera.
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