DE NUESTRO PUEBLO
VILLARGORDO
de JAÉN
Colaboración de Paco Pérez
Capítulo III
Tomás nos hace viajar de nuevo al recuerdo y nos regala la tradición navideña
de “Los aguilanderos”.
Como las familias se reunían en “Noche Buena” en la casa de algún familiar
pues acabada la cena pasaban a la fase
de los mantecados y de las copillas de anís, coñac o licores, estos
últimos eran tomados con más naturalidad por las señoras debido a que entraban
mejor por ser más dulzones, por ello se confiaban y después, cuando pasaban
unas horas, les salían a la cara las chapetas y se ponían graciosillas. La
llegada de sus efectos se les notaba porque se ponían muy risueñas y coloradas,
esa era la mejor señal de que estaban ya en ellas los efectos licoreros.
De vez en cuando, cuando las copas habían hecho su
efecto, algunas familias se acordaban en las conversaciones de las rencillas que
tenían enquistadas y acababan la noche discutiendo. No era lo habitual pero también
los había así de graciosos.
Recuerdo, de cuando era un niño, que estos grupos
comenzaban sus cantos a diferentes horas. Los más jóvenes, antes de la media
noche, ya estaban recorriendo las calles, llamando a las puertas de las casas
de algún conocido y cantándoles la tradicional canción:
De
quién es esta casa grande,
que
tiene tantos balcones,
será
del señor----------- (el del dueño),
que
tiene muchos millones…
¡¡¡Ay,
quiriquiquí,
ay,
quiriquicuando,
de
aquí no me voy,
sin
el aguilando!!!
Si
no me das el aguilando,
al
Niño le voy a pedir,
que
te dé un dolor de muelas
y
no te dejé dormir…
¡¡¡Ay,
quiriquiquí,
ay,
quiriquicuando,
de
aquí no me voy,
sin
el aguilando!!!
Si no les abrían la puerta pronto ellos seguían
repitiendo la misma canción hasta conseguirlo, lo normal era que sí se las
abrieran de par en par. Entonces los pasaban al portal, les sacaban unas
bandejas que ya tenían preparadas con los típicos mantecados, los comían, se
felicitaban y se marchaban felices por haber sido recibidos amablemente.
Cuando yo era un niño me encantaba pasar la “Noche Buena” en la casa de mi abuelo
paterno Paco, alias Pérez “El viejo”, porque vivía en la plaza de la Iglesia , situada
frente al Ayuntamiento (hoy Centro de Salud), y entonces ese barrio
era un espectáculo continuo porque todos los “grupos aguilanderos” pasaban por allí y para un niño eso era muy
divertido, al menos para mí.
Tomás viaja de nuevo hasta el pasado, nos muestra este “villancico” rancio y nos transmite la
noticia de que muchos de ellos estaban basados en pasajes de los “Evangelios apócrifos”. Ejemplo:
Cuando
la Virgen y
San José
fueron
a Egipto,
huyendo
del rey Herodes,
pasaron
por el camino
mil
fatigas y sudores.
Y
al Niño Dios llevaban
con
mucho cuidado
porque
el rey Herodes
quería
degollarlo.
Cuando los grupos de los mayores, ya bien entrada la
media noche y con alguna gasolina licorera en el estómago, consensuaban que habían
agotado su estancia en la vivienda en que habían cenado y entonces acordaban salir a la calle para ir a
la vivienda de algún familiar o conocido a continuar la fiesta. Previamente se
ponían las prendas típicas de abrigo para lidiar el toro gélido que les
esperaba en la calle y que Tomás nos describe así: [La
clara luna de invierno, con su amarillenta y pálida luz, sacaba brillo al
empedrado de la oscura y desierta calle donde la crujiente escarcha comenzaba a
caer, siendo roto el silencio de la noche por las desafinadas voces de los “aguilanderos” que, alegres, hacían su
recorrido, recordándonos con sus ritmos
y con sus candenciosas voces a la
música arábigo-andaluza.]
Cuando pasaron unos años abandoné la pelusa, me cubrí de
plumas y entonces me llegó el turno
de volar en esa noche mágica de la Navidad.
Recuerdo de manera
especial dos celebraciones, hubo entre ellas algunos años de intervalo, y por
distintas razones.
Mi primer
gran recuerdo esta forjado en la vivencia que experimenté integrado en un
grupo de jóvenes que sólo buscaban divertirse en un pueblo donde la calle era
el único espacio útil disponible.
Comenzamos la aventura comprando unas botellas de
licores variados, las que iban pasando de boca en boca a mediada que
transitábamos por las calles vociferando incoherentes canciones. Tengo que
hacer constar que éramos unos malísimos aprendices de “aguilanderos” porque no sabíamos las letras de los “villancicos” y porque tampoco nos
preocupamos de preparar unos días antes los típicos “instrumentos” de las fiestas. Lo que sí hicimos bien fue adelantarnos
CINCUENTA años a la generación
actual porque… ¡¡¡Aquella noche, en los años sesenta,
inventamos el “botellón”!!!
Siempre fui un mal bebedor y lo poco que ingería era
algo de cerveza y unos chatos de vino blanco o de tinto con limón. Para aquella
noche me ideé una buena estrategia para no terminar “bomba”. Cuando me llegaba la botella yo no la rechazaba jamás pero
le ponía la lengua a la embocadura y no tomaba nada de licor o muy poco. Como
nadie se preocupaba de nadie y el vocerío era tremendo pues acabamos el
recorrido en el “Paseo”con unos “aguilanderos” muy borrachos, otros
menos y otros nada. Los más antiguos del lugar recordarán que la carretera de Jaén llegaba hasta donde ahora está
ubicado el pub “El Paseo” y se
bifurcaba a la izquierda como calle para entroncarse, en la puerta del restaurante “El Recreo”, con la calle Ramón
y Cajal.
Recuerdo como un
“aguilandero”, gran amigo y mejor persona, se arrimó a la pared del “Tropezón” sin decir nada, se fue
deslizando con las espaldas apoyadas en la pared hasta quedar agachado, puso
las dos manos en la barbilla, hizo descansar los codos en las rodillas y,
después de unos breves minutos en esta nueva posición, se inclinó lateralmente y quedó tumbado en el
suelo. Acudí inmediatamente hasta él para levantarlo y, como no podía, pedí
ayuda al grupo para trasladarlo a su domicilio. Sólo logramos llevarlo, casi
arrastrándolo, hasta la calzada y se nos desplomó inconsciente. Como era
carretera el peligro había que evitarlo y entonces tuve la idea genial de
acercarme hasta el patio del “Tropezón”
para coger el carrillo de mano que tenían allí aparcado. Cuando volví a donde
estaba nos vimos negros para ponerlo encima del tablero metálico. Por su estado
de inconsciencia y por la inestabilidad de los sanitarios que conducían la
ambulancia nos hizo pasar por unas dificultades enormes para llevarlo a casa,
se nos caía.
En otra ocasión relataré las historias jocosas que
se vivieron después en el pueblo con el carrillo que transportó a mi amigo.
Unos años después vino al pueblo un párroco nuevo, era joven y le regaló a
la juventud un soplo de aire fresco.
Para intentar empezar a trabajar con los jóvenes, cuando llegó la Navidad , abrió el “Salón Parroquial” a una actividad nueva… ¡¡¡Ofrecer baile en esas fiestas!!!
Allí fuimos la panda de marras y yo tuve la gran
suerte de encontrar pareja y bailar. La muchacha era unos años más joven que yo
y se llamaba, y llama, Mª Juliana Moreno
López. Nos divertimos sanamente y allí nació entre ambos una amistad que
antes no existía. Como la moza me gustaba más de la cuenta, como seis meses
después yo ya tenía mi futuro profesional resuelto y como seguíamos
relacionándonos pues el 31 de agosto de
1970 (ocho meses y seis días después de habernos conocido) le comuniqué mis
sentimientos y nos pusimos novios. Tres años, un mes y seis días después nos
casamos. Hoy, transcurridos treinta y nueve años, dos meses y veintiún días, aun
seguimos unidos.
¿Tengo
motivos para estar agradecido a esta fiesta en la que nace el Niño-Dios?
Yo pienso que sí porque tuvimos dos hijos y éstos nos han regalado cinco nietos…
¡¡¡Señor, gracias por todo lo que me has regalado!!!
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