Hace
unos días, estaba con Mari en “Cafetería-churrería LUCHY” y se
presentó nuestro amigo Pedro Berrio,
nos acompañó y estuvimos charlando un buen rato. En el transcurso de la
conversación hablamos de variados temas y sin saber cómo se metió en nuestra
mesa el recuerdo de aquellas inolvidables mujeres que fueron Paula “La cachorra” y Juliana.
Ambos
relataron algunas de las historias que hicieron reír tanto a los villargordeños
en tiempos pasados y que ellos habían escuchado de sus queridísimas ABUELAS. Cuando comprobé que había
material suficiente e interesantísimo para ser publicado pues saqué mis
hojillas, escribí lo que iban contando y hoy les he dado forma para que no se
pierdan esos papeles.
A
disfrutar con las dos amigas.
CONTADA
por:
Pedro Berrio Melguizo
VISITA DE CORTESÍA A UNA ENFERMA AMIGA
Paula y Rosa Cañas, abuela de Pedro, eran muy amigas y se visitaban,
de vez en cuando.
A
Pedro le encantaba escuchar las
ocurrencias de Paula y cuando estaba
en casa de la abuela Rosa, si la
veía venir se escondía, le decía que le tirara a Paula de la lengua para que soltara sus dicharachos tan graciosos.
Él, para que ella tuviera más libertad al hablar y fuera más espontánea, se metía
en una habitación próxima y se lo pasaba bomba mientras le escuchaba sus
ocurrencias.
Un
día, Paula visitó a Rosa porque había estado un poco
pachucha y en el transcurso de la conversación le preguntó:
-
¿Cómo estás ahora Rosa?
–
Estoy muy bien, como nueva –le respondió.
Cuando
escuchó Paula la respuesta de Rosa le respondió así:
-
¡¡¡Veeerá, cómo se ha repuesto la vegeta!!!
CONTADAS
por: María Juliana Moreno López
Paula tuvo en su
vida muchas personas amigas pero hubo una que lo fue de manera especial, la
señora Juliana, ésta fue madre de la
popular “Sitita”. Estos lazos de
amistad los tuvieron desde siempre pero completaron esa historia juvenil de
amistad cuando se casaron porque vivieron en la misma calle, Marqués de Linares, y las viviendas estaban
situadas una frente a la otra.
SOBRE LA FEALDAD DE LA PERSONA
Era
un día invernal, ambas amigas estaban sentadas en la acera sobre las sillas
bajas de enea que había entonces en todas las casas para hacer labores artesanales,
charlaban mientras tejían un jersey de lana y tomaban el sol de la tarde. De
pronto Paula dejó de hablar, fijó su
mirada en Juliana y ésta se
sorprendió tanto que hizo lo mismo que ella y también entró en silencio.
Entonces Paula recuperó la voz y le
dijo:
-
Juliana, llevo observándote un rato
y me he dado cuenta ahora de lo fea que eres.
-
¡¡¡Miiira, leeeche, si esto me lo
hubiera dicho Esperanza “La mediquilla”, que es una belleza de mujer, pues
bueno está pero tú que eres todavía más fea que yo!!!
Paula, que iba
buscando una respuesta graciosa de su gran amiga, rompió a carcajadas y Juliana, de inmediato, hizo lo mismo.
HACERSE LAS TONTAS
Paula y Juliana subieron un día a Jaén para realizar unas compras
familiares y una vez en la ciudad pasaron por una confitería y entraron para
tomarse unos dulces. Antes de que pidieran nada Juliana sorprendió a Paula
porque comenzó a escenificar, sin previo aviso, el papel de una mujer con deficiencia
mental. Paula le siguió el juego de
inmediato sin intervenir pero preparada para ayudar si era necesario, pues vio
como Juliana saltaba y a la vez pedía
al confitero que le diera las migajas que había en las bandejas.
Éste
quedó sorprendido y, al presenciar lo que hacía Juliana, le preguntó a Paula:
-
¿Qué le pasa a su hermana?
-
Que está un poco tonta desde que nació –le contestó.
El
confitero reaccionó de inmediato y le dijo a Juliana:
-
No te preocupes muchacha que ya mismo te traigo unos recortes de dulces que
tengo hay dentro.
Pasó
el señor y regresó con un papelón enorme de recortes y se los dio. Juliana siguió interpretando su papel
de retrasada mental, se los comía usando las dos manos, con glotonería y a “dos carrillos y bola en medio”.
Mientras
representaba su escena Paula la
miraba sorprendida y hacía gestos al confitero de que no estaba bien lo que
hacía y que la disculpara. Él le respondía también de manera gestual y le comunicaba que no se preocupara.
De
vuelta en Villargordo, cuando Paula contaba la historia a sus
amistades les decía:
-
Se lo comió todo a cara de perro y no fue para decirme toma este trocillo. Yo la
miraba y, mientras lo hacía, se me ponía el diente más largo que el del “bichejo”.
Cuando
acabó de comerse su regalo, Paula le
dio las gracias al confitero y éste, antes de que se marcharan, les preguntó:
-
¿De dónde son ustedes?
-
De Villargordo –le contestó Paula.
Un
rato después entró en la confitería otro paisano que era muy conocido en esa
confitería, Enrique “El de letras”, y el confitero le dijo:
-
Enrique, hace un rato han estado
aquí unas paisanas y una de ellas está un poquito retrasada.
Él
se sorprendió y, como sabía que habían subido ellas también y conocía muy bien
cómo se las gastaban, pues quedó en volver más tarde y se marchó sin decirle
nada al confitero sobre lo que pensaba hacer. Comenzó a buscarlas por Jaén y, después de un rato, las divisó mirando
en un escaparate a lo lejos, caminó hacia ellas, se hizo el encontradizo y las
saludó:
-
Buenos días paisanas… ¿Habéis venido de compras?
-
Sí, queremos comprarnos unas telas para hacernos unos vestidos.
-
¿Tenéis mucha prisa? –les preguntó.
-
No, tenemos tiempo hasta la tarde… ¿Por qué?
-
Porque voy a una confitería a tomarme unos dulces y si queréis os invito.
Ellas
aceptaron de inmediato y se fueron juntos. Él, mayor que ellas, las llevó por sitios
diferentes a los que habían seguido ellas y cuando estuvieron dentro salió para
atenderlos el confitero, el mismo que las atendió a ellas y entonces se dirigió
al dependiente en estos términos Enrique:
-
¿Son éstas las individuas que han estado
aquí antes?
Cuando
ellas escucharon lo que Enrique
preguntaba al señor que estaba detrás del mostrador, salieron corriendo y se
atropellaron al querer salir a la vez por la puerta.
Cuando
se marcharon, los dos hombres se rieron mucho por lo que presenciaron y
entonces le dijo Enrique:
-
Si tú supieras los puntos que calzan las
dos no te sorprenderías por lo que has vivido.
Entonces
le contó lo graciosas que eran y que por sus ocurrencias estaban de nombrería
en el pueblo.
PAULA, JULIANA Y LA CARIDAD
Juliana puso en su
casa unas puertas nuevas de madera y así dio a la vivienda una nueva imagen,
para aquellos tiempos lo que le hizo fue una mejora de categoría social.
Una
mañana estaba Paula haciendo las
faenas de su casa y llamaron a la puerta, ella abrió y era un señor forastero:
-
Buenos días… ¿Qué quiere usted? –le preguntó.
-
Necesito que me dé algo de comida.
Entonces
ella salió hasta la calle, le señaló al hombre la casa de Juliana y le dijo:
-
Ve usted la que tiene unas puertas nuevas, pues vaya usted ahí, la señora tiene dinero y es muy caritativa. Nosotros
somos gente pobre y no podemos ayudarle.
El
hombre se encaminó hacia la casa de Juliana
y llamó. Ella estaba haciendo también sus labores de limpieza y salió a la puerta vestida de trapillo y con los pelos alborotados.
El pobre cuando la vio le dijo:
-
Dígale a la señora que salga.
Juliana entró, le dio
lo que pudo y antes de que se marchara le preguntó:
-
¿Quién le ha dicho a usted que viniera a mi casa?
-
La señora de aquella casa.
El
hombre, mientras le contestaba señalaba con la mano la casa de Paula.
Cuando
se marchó Juliana se fue derecha
hasta la casa de su amiga, ésta estaba detrás de la puerta esperando su llegada
y riéndose. Juliana le dijo muy
cabreada:
-
¡¡¡Escúchame bien Paula, que sea la
última vez que mandas pobres a mi casa, si tú no quieres darles nada se lo dices
a ellos en la cara y a mí me dejas en paz!!!
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