PREGONERO:
Santiago
López Pérez
CAPÍTULO V
JUEVES SANTO
Ya,
de la Ermita p’abajo,
vienen
San Isidro con Santa Ana
y
la Virgen Niña de la mano.
Junto
a ellos va San Antón
con
su lechón, muy educado.
Bajan
alegres y con gozo
a
la Parroquia, cantando.
San
Pedro abre las puertas del templo
y
sale San Antonio, a esperarlos,
y
al momento de verlos,
corre
que te corre, con abrazos.
“Pasad,
pasad, que estemos todos,
hace
rato que esperamos”,
afirma
San Juan,
el
discípulo amado.
Santa
Lucía y Santa Marta,
azarosas,
preparan el Cenáculo.
San
Miguel con su lanza
aparta
todo lo malo.
“Que
ha de estar todo
limpio
y puro, inmaculado”,
insiste
San Francisco, que entra
trayendo
un nido de pájaros
que
canten a Nuestro Dios
con
los sabores del campo.
Y
San Francisco Javier, bajando la cruz,
decide
descansar un rato,
¡Tanto
tiempo predicando!
San
José los mira a todos
y
sonríe como un padrazo,
él
viene a ofrecer a su Hijo
olorosas
azucenas y nardos.
Ya
en los balcones del cielo,
los
que un día nos dejaron,
se
asoman a la que es su Parroquia
con
alabanzas y cánticos.
Y
María, Madre de todos,
aguarda
el Misterio Sagrado,
y
ruega por los villargordeños
a
Su Hijo Bienamado.
¿Pero,
señores, qué es lo que pasa en el Templo?,
¿Qué
es lo que aquí está pasando?
“Lo
más grande del mundo,- dicen todos-:
Hoy
es Jueves Santo
y,
en esta tarde preciosa,
Nuestro
Esposo, Nuestro Amado,
se
hace Pan de Amor
para
que todos lo comamos,
y,
luego, a la anochecida,
nos
espera en el Sagrario,
en
el Monumento precioso,
sólo
para Él preparado.
¡
Decídselo a todos! ,
¡
Pregonadlo los cristianos!,
¡
Que Cristo no quiere estar solo
y
de nuestro corazón, olvidado!.
¡
Que quiere que en esta santa noche
a estar junto a Él vengamos,
a
acompañarlo en su soledad
y
a decirle que lo amamos !”
Con
estas letrillas os animo a vivir los días del Triduo Sagrado, en concreto este
del Jueves Santo, en el que Cristo con su testimonio en el lavatorio de los
pies, nos da el principal de sus mandamientos: que nos amemos los unos a los
otros como Él nos ha amado.
Después,
El Señor queda en el Monumento para su adoración.
No
olvidéis la Hora Santa ante el Sagrario. Estemos junto al Señor, meditando su
dolor y queriendo consolarlo con nuestra cercanía. Viene siendo costumbre en
Nuestra Parroquia que un puñado de personas pasan la noche entera junto al
Señor, acompañándolo en el recuerdo de sus más duras horas de agonía, horas
previas a su crucifixión.
¡Ojalá
que este grupo de almas adorantes fuera cada año más numeroso!
Cada
día la vida nos ofrece la posibilidad de hacer algo hermoso para Dios, y,
cualquier oportunidad para la oración lo es, ya que, a través de la oración,
Cristo nos abre las puertas mismas de su Corazón.
“Ama
la oración.
A
quien reza se le da un corazón puro,
y
un corazón puro puede ver a Dios.”
(Madre Teresa)
La
Adoración Eucarística es el pulmón con el cual respira toda parroquia. Si no se
cultiva la Adoración a Jesús Sacramentado, se rompe el cordón umbilical del
diálogo íntimo con Dios en su propia presencia y la Parroquia acaba ahogándose
en sí misma, posiblemente en un activismo desvirtuado y alejado de la
autenticidad de su propia identidad.
¡Qué
bueno sería para Nuestra Parroquia que hubiera una Hermandad Sacramental que se
preocupara por fomentar la Adoración Eucarística, especialmente entre los
jóvenes!
Tarde
de Jueves Santo.
Cristo,
loco de amor,
se
hace pan hecho pedazos.
Tarde
de Jueves Santo, el Monumento,
y
en el Monumento, el Sagrario,
centro
y alegría del buen cristiano
que
en Cristo ha puesto
su
esperanza y su regalo.
Hora
Santa junto al Amado,
noche
de vela y oraciones,
noche
de entrega de corazones
junto
a los pies del Sagrario.
El
Príncipe de la Paz
en
el Monumento te está esperando
con
el Corazón por ti traspasado,
¿querrás
venir a acompañarlo?
Tarde
de Jueves Santo,
la
muerte ha sido vencida
en
la entrega del Cenáculo.
Bendito
sea Dios, que, en este Pan entregado,
ha colmado nuestra vida
con
la presencia de su Hijo Amado.
¡Bendito
sea Dios!
¡Bendito
sea por siempre y alabado!
Los
jóvenes y mayores esperan la tarde del Jueves Santo la salida a las calles de
Villargordo de Jesús del Gran Poder y Nuestra Señora de la Salud y Esperanza.
Jesús, apresado y maniatado a pesar de ser quien es, se presenta ante su pueblo
manso y humilde, dispuesto a dejarse herir por amor a cada uno de nosotros. La
imagen de este Cristo es un canto a la bondad de Dios, de nuestro Dios, que se
presta al mayor de los sufrimientos y dolores para que ninguno de nosotros nos
perdamos. Jesús, que ofrece sus espaldas
a los que lo golpean, que no oculta su rostro a insultos y salivazos. Él nos
mira con misericordia y perdón, asume el dolor y lo redime, y hace suyo nuestro
dolor y nos colma con su luz.
Esta
noche, Villargordo vive la aparente derrota de Dios. Es noche de entrega y
abandono, de prendimiento y angustia. Cristo, modelo de obediencia al Padre,
bebe el Cáliz del sufrimiento redentor por la Humanidad entera.
Y
en medio del poder de las tinieblas que se extiende en estas horas, brota como
agua fresca de manantial la imagen preciosa de María, Madre Nuestra de la Salud
y Esperanza, que sufre guardando todo en su corazón de Madre de los hombres.
María,
bajo palio verde, camina derramando lágrimas por todos los que muestran
indiferencia y desprecio hacia el amor que su Hijo quiere ofrecerles. María, en
esta noche en que la oscuridad impera, es la Aurora de la Salvación para todos
nosotros, la Salud y la Esperanza de nuestras vidas cuando a ellas llega el
dolor y el sufrimiento.
Yo
te veo, mi Jesús del Gran Poder,
maniatado
y amordazado
en
tantos hombres y mujeres cada día.
Tú
estás, mi Señor,
en
el hombre que quiere tener
la
dignidad de un trabajo
para
alimentar a su familia.
Tú
sufres, mi Dios,
en
los que no pueden comer
pan,
siquiera un pedazo
que
remedie sus vidas.
Mi
Jesús del Gran Poder
vives
en el anciano y en el enfermo olvidado,
en
los que sufren la caída
en
la droga, en el alcohol,
y
no logran ver, Señor,
que
todo un Dios quiere abrazarlos
y
devolverles la alegría
de
saberse queridos y amados.
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