Colaboración de José Martínez Ramírez
Dedicado
al mejor espadachín de diccionarios,
D.
Francisco Pérez.
Cuando
los verbos se desparraman
el
idioma se embriaga de Clicquot.
Cuando
los puntos se tornan damas
y
los verbos se desmayan por calor,
se
inventa con el lápiz ágiles tramas
que
suele empezar diciendo… ¡Amor!
En
Madrid hay una calle y no es llana…
San
Vicente Ferrer, santo y muy varón,
que
lleva al “Dos de mayo”, donde tramas
escribió
Don Benito Pérez Galdós
en
una época convulsa de encrucijadas,
donde
ésta también se desarrolló.
Bien
sujeta en el cinto su espada
paseaba
mi querido profesor
por
la plaza que a la turba petaba,
cuando
un gañán llamó su atención
porque
lo confundió, debido al arma
que
portaba, con el querido de su amor.
Tú
eres por quien mi mujer amada
salta
y ríe y me trata como a un ratón
y,
dándole con el guante en la cara,
le
retó a un duelo a muerte el julandrón.
Bajo
la luna, las espadas muy afiladas
brillaban
y, abotonado el blusón,
se
dispuso erguido en aquella plaza
a
defender el diccionario y su honor.
Marido
lavado y estrenado… ¡Calla
y
escucha a este confundido hablador!
Yo
no he mancillado a esa petarda,
ni
quiero hacer a nadie un cabrón.
Te
he conocido por la espada
que
cuelga de tu cintura, bribón.
Y,
desenvainando ambos sus armas,
se
lanzaron uno al otro con decisión.
Desesperada,
a lo lejos una dama
gritaba…
¡Parad, parad, por Dios!
Y, para que ningún inocente sangrara,
aclaró la dama aquella confusión;
ya que fue su hermano quién saltara,
ágilmente, a su casa por el balcón.
Así fue como estreno marido la dama
mientras su amante tomaba chinchón.
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