PREGÓN DE LAS FIESTAS DE SANTIAGO 1994
Colaboración de Antonio Cañas Calles
Capítulo II
HOMENAJE AL NOBLE OFICIO DE PREGONERO
Varios
oficios cumplí
en
mi pueblo con gran celo,
pero
jamás sospeché
llegar
a ser pregonero.
Fue
un oficio popular
que
se hacía en los viejos tiempos,
noble
oficio que ejercían
heraldos
y mensajeros
al
servicio de los reyes
y
mandados a sus reinos,
escoltados
de alguaciles
y
sonoros instrumentos,
para
dar a conocer
las
órdenes a los pueblos
o
proclamar las hazañas
de
monarcas y guerreros.
Mas
el oficio siguió,
y,
con el paso del tiempo,
las
altas tareas de antaño
suplidas
por otras fueron:
Sin
clarines ni trompetas,
sin
ningún tamborilero,
con
andar acelerado
para
hacer la faena presto,
para
que no se le olvide
del
pregón el largo texto,
iba
por plazas y esquinas
de
las villas y los pueblos,
esforzando
su garganta
el
humilde pregonero,
repitiendo
a viva voz
con
el más celoso empeño,
para
hacer saber a todos,
vecinos
y forasteros,
las
órdenes y ordenanzas,
los
bandos y manifiestos,
los
plazos para los pagos
y
las subidas de impuestos,
bajo
amenazas de multas,
según
leyes y decretos.
Los
pacíficos vecinos,
muy
dóciles y perplejos,
asomados
a sus puertas
escuchaban
con recelo:
“¡De orden del señor Alcalde...!”
y
lo que se decía luego.
Otras
veces las sardinas
de
modestos pescaderos,
o
la semanal película
del
cinema dominguero,
o
sandías y melones
que
en la plaza habían puesto,
con
entusiasmo anunciaba
el
humilde pregonero,
alabando
esos productos
como
si él fuera su dueño.
He
conocido en mi vida
a
unos cuantos pregoneros,
pregoneros
por oficio
que
dignamente cumplieron,
con
gran esfuerzo y trabajo
y
por muy pocos dineros,
la
misma misión que ahora
tan
fácilmente los medios
de
comunicación llevan,
pensando
que somos lelos,
a
lo íntimo del hogar
lo
que tratan de vendernos
los
políticos y artistas,
publicistas
y banqueros.
Las
órdenes del Alcalde
las
hacen los europeos
y
a Mastrique y a Bruselas
hemos
de estar más atentos
que
a lo que alcaldes y ediles
aprueban
en su concejo.
Por
culpa de tanta “tele”
que
nos da tantos consejos,
los
belgas y japoneses,
franceses,
chinos, noruegos,
argentinos
o españoles
el
mismo pescado comemos,
hecho
un témpano o enlatado,
pero
no es pescado fresco
de
aquel que por las esquinas
anunciaba
el pregonero.
Por
la “tele” la gente airea
lo
que con cuidado celo
evitábamos
por siempre
dar
un cuarto al pregonero:
la
señora a su vecina,
y
en la “tele” al mundo entero,
sus
trapos sucios enseña
sin
recato ni recelo,
sólo
porque el suyo es
el
detergente primero,
el
mismo que a todo el mundo
deja
limpios los pañuelos,
calzoncillos
y camisas,
camisones
y baberos;
y
esto es señal de cómo
en
todo el humano género
tenemos
la misma caca,
aunque
unos más y otros menos.
De
aquel jabón que en las casas
con
el aceite sobrero,
agua,
sal y sosa cáustica
se
hacía de tiempo en tiempo,
como
de otras muchas cosas,
sólo
nos queda el recuerdo.
Quiero
rendir homenaje,
y
lo digo muy en serio,
a
aquellos hombres sencillos
que
pregoneros lo fueron,
por
cumplir con su misión,
por
su trabajo bien hecho,
en
otros tiempos pasados
que
con nostalgia recuerdo.
Quiero
destacar aquí
a
los hombres que primero,
recorriendo
nuestras calles
con
el oficio cumplieron
de
anunciar a los vecinos
las
cosas que en nuestro pueblo
conveniente
era saber
para
su orden y gobierno.
Y
en estas fiestas que tanto
se
destaca al pregonero
quiero
que ellos también tengan
nuestro
recuerdo y afecto.
Quiero
rendir homenaje,
con
todo el mayor respeto,
en
la persona de Blas,
el último
pregonero,
a
todos cuantos su oficio
tan
dignamente cumplieron.
Para
Blas vaya un aplauso,
un
hombre sencillo y bueno
que
tantas veces anduvo
de
nuestras calles su suelo
lleno
de baches y piedras,
encharcado
o polvoriento,
para
llevar los mensajes
que
alcaldes u otros le dieron
y
que con puntualidad
los
vecinos conociéramos.
Mas
prosigamos la fiesta
y
al romance retornemos,
que
del pregón queda un rato
y
yo no quisiera veros
abriendoseos
la boca
con
prolongados bostezos
que
denoten claramente
cansancio
o aburrimiento,
o
simplemente denuncien
que
os estoy robando el sueño.
Sin
embargo, sí quisiera
tener
palabras y acierto
para
hacer hermoso canto
a
las cosas que tenemos
y
que son el patrimonio
y
el valor de nuestro pueblo.
Quisiera
tener palabras,
quisiera
tener ingenio,
que
pudieran reflejar
y
poner de manifiesto
los
tesoros que se encierran
en
un pueblo tan pequeño;
son
tesoros, sobre todo,
que
sus hijos llevan dentro,
tesoros
que valen tanto
que
imposible es poner precio.
Sus
tierras y sus cosechas
pueden
tasarse en dinero,
mas
lo que dentro de su alma
encierra
un villargordeño
de
los que aman a su Cristo,
los
que tienen sentimientos
de
amor y fraternidad,
de
cariño hacia su pueblo,
de
ayuda a los que la piden,
ya
sean los propios o ajenos,
son
virtudes ancestrales
que
desde padres y abuelos
por
muchas generaciones
se
han venido transmitiendo;
son
valores permanentes,
son
tesoros que tenemos
y
que estamos obligados
a
que sigan siendo nuestros,
tesoros
que a nuestros hijos
dejemos
con nuestro ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario