Colaboración de Paco Pérez
Moisés ya mostró al
pueblo el camino del Reino: [Escuchar al Señor, reconocer los propios
errores, convertirse de corazón y alma y cumplir sus preceptos.].
Pasaron
muchos años y, a pesar de ello, hoy se comprueba que con Moisés o con Jesús la
esencia del mensaje no cambia y se nos sigue informando de que no nos basta con
conocer el contenido de la Ley
porque lo que nos pide Jesús es aplicarla y, de no hacerlo, habremos
perdido la oportunidad de andar bien el “Camino
del Reino”.
Jesús
vino para enseñarnos y lo hacía poniéndo ejemplos de la vida cuando le
preguntaban por algo, así entendían sus interlocutores mejor su enseñanza. Lo
lamentable es que no lo entendieron y no lo entendemos porque aún seguimos
practicando poco.
El
contenido del evangelio de hoy se comprenderá mejor si recordamos que unos
setecientos años antes de Jesús los asirios invadieron Samaría, deportaron a parte de su población y la repoblaron con gentes de su país. Los colonos se casaron con la población que
había quedado y sus hijos fueron los samaritanos.
Esta nueva raza resultante configuró a ese pueblo con unas características
diferentes a las que tenía, viéndose afectados los nuevos en su piel y en sus creencias religiosas.
Esta
realidad les hacía ser despreciados
por los vecinos, empujados por sus
sentimientos nacionalistas y racistas
que se alentaban en su ley. En aquellos tiempos, si se quería ofender a
alguien, el camino más corto para conseguirlo era llamarle “samaritano”=“bastardo”.
Antes
de Jesús los samaritanos construyeron su templo en el monte Garizim, convirtiéndolo en rival del de Jerusalén. Desde entonces
las tensiones aumentaron y en tiempos de Jesús el enfrentamiento aumentó porque
los judíos tenían prohibido casarse con samaritanos porque éstos eran impuros y
de esa unión se derivaba impureza, ésta les impedían entrar en el Templo y ofrecer
sacrificios.
Esta
enemistad se incrementó cuando, antes de Jesús, un rey judío destruyó el templo
samaritano del Garizim y esta acción
empeoró las relaciones entre los dos pueblos.
Cuando
Jesús tenía unos diez años ocurrió
un hecho que sentó muy mal al pueblo judío: En las fiestas de Pascua, los samaritanos echaron huesos de muerto
por todo el Templo de Jerusalén. Esta
profanación samaritana fue interpretada
como un acto de venganza por la acción que los judíos les hicieron en el suyo y,
desde entonces, la enemistad fue en aumento y por ella la hospitalidad entre
estos pueblos no existía, se negaban el saludo, unos a otros se cerraban las
puertas de las casas y, cuando los judíos pasaban por Samaría, entonces sucedían graves incidentes que, a veces,
terminaban en tragedia.
Jesús no compartía
ese espíritu nacionalista y racista y, para mostrarles su rechazo, cuando
visitaba Samaría se quedaba entre
ellos unos días.
Jesús era Dios y hombre. Por esa doble condición
fue el origen de todo y el primero de todos, todo se conserva en Él, es la cabeza de la Iglesia y trabajó durante su vida terrenal para conseguir la paz
entre los hombres… ¿Se ha alcanzado?
La
respuesta que da al jurista deja claro el camino: Ser un clérigo conocedor de la Ley y no ayudar al prójimo es una
equivocación pero tener misericordia y preocuparse por el prójimo es lo que les
enseñaba ÉL.
¿Por
qué pondría Jesús en el ejemplo al samaritano
y no a un judío?
Tal
vez me equivoque pero considero que es un forma de enseñarnos que es más
importante no discriminar a nadie y ayudarle que mantener inflexibles las
posturas de rechazo que emanan de la ley humana y no ayudar por ella al
necesitado, lo que hicieron los judíos.
No
olvidemos que la MISERICORDIA no es
una acción aislada, es un campo muy amplio de atención al prójimo.
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