Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
Este relato ha visto la luz
porque Juan Manuel Moral “Juanche” me comentó sobre el protagonista una
historia, yo recordé algunas cosillas porque también pasé mi infancia en aquel
barrio y, al redactarlo, tuve que pedir a los amigos Juan Antonio Martos “Juanto”
y Miguel Torres “Cachenilla” la información que me faltaba y necesitaba.
Gracias.
Recuerdo
de mi niñez que en la calle Campanas
vivía un matrimonio que, para mí, los dos eran muy mayores y, aunque realmente
no lo fueran tanto, reconozco que en esos años los peques tienen siempre esa
visión distorsionada de las edades de los mayores. Lo que afirmo se debe a que
esa imagen fue la que debí recibir de ellos por sus vestimentas, las arrugas de
sus caras y sus formas de desplazarse. Hago esta observación porque está basada
en una experiencia familiar que extrapolo a ellos, siempre vi a mi abuela Rosa Antonia como una señora muy mayor
y la realidad es que no lo era pues
cuando murió tenía 72 años y yo 23... ¡Desde que tuve uso de razón la vi como
una anciana!
Estos
esposos fueron muy populares entre sus vecinos por las cosas curiosas que él protagonizaba.
Se llamaba Estanislao pero todos le
decían Fernando “El Artista” y ella Cristina, tuvieron una hija a la que bautizaron con el nombre de Ana y le llamaban Anita pero disfrutaron poco de su compañía porque murió cuando
tenía 7 años. Esta lamentable pérdida dejó a Cristina muy apenada y, además, se les dio la circunstancia de que ya
no tuvieron más hijos. Ella siempre decía a sus vecinas que se quería morir
antes que Fernando para que así la enterraran
con su niña.
Ambos
eran de nuestro pueblo y tenían algunos familiares muy próximos. Él lo era de Luis “El Secretario” y del padre de D.
Luciano “Tirantes” o “El Alcalde”, que también se llamaba Luciano y por otra parte era tío de Benita, la mujer de Blas “El Beatrizo”.
Ella
era hermana de Lucía, esposa de Pedro José “Botines”, fueron los abuelos paternos de Blas “Botines” y
vivieron en la calle Luna Alta; de
la abuela de Luís Cazalla “El Alemán” y de Antonio Cañas “El Sordo”,
éste señor vivía en la calle La Libertad, trabajó como cabrero y fue el padre
de Marina y Antonia, casadas con Luís Berrio “El pollo” y José Fuentes
“El del Pañolillo Azul”,
respectivamente.
El
señor Fernando, según Juan Antonio, no se portaba bien con
ella y le tenía unas formas muy desagradables y violentas. Un día se sintieron muchas
voces en el barrio, él acudió para ver qué pasaba y entonces comprobó que le estaba dando una
paliza a su señora, se encontraba muy borracho y fue corriendo a decírselo a su
tía Antonía “La Pensadora” y a Eufrasia “La
de Juan López”, que estaba con ella. Las dos bajaron corriendo hasta la
casa y Eufrasia lo separó de Cristina, se montó en lo alto del “Artista” y le dio una buena paliza, de
esa buena acción resultó que le hicieron un buen efecto los golpes recibidos porque
desde entonces no la maltrató más.
La
pobre señora iba en el verano a espigar, es decir, a buscar las espigas que
habían quedado en el campo después de segar y retirar las gavillas de mies a
las eras. Las recogía y metía en un saco para regresar cargada con el peso después
de haberse andado mucho campo. Al llegar a casa machacaba las espigas en una espuerta,
después aventaba lo recogido para separar el grano de la paja, lo llevaba a una
tienda para venderlo y, con las pesetas que conseguía, se marchaba a casa de la
Pilar para comprar un litro de vino al
“Artista”, así no se le quedaba la garganta
seca.
La
recuerdo como una señora muy mayor que caminaba con dificultad y me daba la
sensación de estar muy cansada de la vida. Un día, todas estas conjeturas
debieron confabularse con la edad y desembocaron en que ella cayó enferma.
Entonces, sin hacer ruido, su vecina Esperanza se hizo cargo de ella y la cuidó
hasta su muerte. Esta gran vecina le llevaba todos los días la comida y dio al
vecindario, con su comportamiento hacia ella, un ejemplo silencioso y
desinteresado, algo impensable en nuestros días. Esperanza interpretó a la
perfección el mensaje de Cristo y, cuando murió Cristina, ella misma la amortajó con el hábito que le había
comprado con antelación y que le tenía guardado en su casa.
Recuerda
Juan Antonio que, cuando él era un
niño su vida estuvo ligada al entorno de la Iglesia, por eso veía al “Artista” todos los días y por lo que también
presenciaba sus cosas inolvidables. En verano este señor se salía a la calle, ponía
en la puerta de su casa una mesilla y en ella se comía la pipirrana y bebía el botellón
de vino. A otro vecino, Juan Trinidad
“El Campanero”, le gusta mucho gastarle
bromas y a mí, por los pocos años, también. Yo tenía un tirachinas y con él le tirábamos “apretaculos” los dos, éstos eran unas bolas de color amarillo que
se caían de unos árboles que había entonces en la plaza de la Iglesia.
Juan Trinidad, de vez en
cuando, le decía:
-
¡Tani, Tani!
El
“Artista”se cabreaba y, creyendo que
eran críos, decía:
-
¡Se lo voy a contar a mi primo Luciano
“El alcalde” y os va a meter en la cárcel!
También,
cuando Francisco Pérez Soriano “Pérez el Viejo” iba para los huertos
montado en su burra negra, al pasar por la calle Campanas, se paraba en la puerta
de su casa y, sin bajarse del animal, con la garrota le daba un par de golpes
en ella y le decía:
-
¡“Artista”, qué perro eres!
El
“Artista”, al sentir los golpes y
las voces, abría la puerta y le contestaba también con palabrotas mientras corría
detrás de Pérez. Éste, montado en el
animal y llevándolo al trote, ya iba riendo hasta “Los Huertos” y, al volver, repetía la misma travesura. Hay que resaltar
que estas acciones ocurrían cuando los dos tenían más años que Matusalén.
Cuando
falleció Cristina, él buen señor ya
era muy mayor y, además, como no había aprendido todavía a ir a comprar el vino
a la tienda, siempre iba ella, pues supongo que tampoco iría a por los
alimentos y por ello el futuro que le esperaba era tan oscuro que una
residencia o morir como el caracol, éste agarrado a un ciruelo y en su caso a
una botella vacía cuando acabara con el último trago, era el final que le
esperaba… ¡¡¡Pues no fue así y tuvo el
que muchos desean para ellos!!!
A
pesar de todo tuvo suerte y fue atendido en su casa, durante dos años, y acogido después por los esposos Blas Carretero “El Beatrizo”
y Benita Saeta, su sobrina. Para
atenderlo mejor ya se lo llevaron al domicilio que ambos tenían en la calle 14 de Abril
y con ellos estuvo hasta que falleció a los 90 años, lo trataron como a un
padre y es justo reconocerles lo que hicieron por el viejo cascarrabias.
El
señor “Artista” tuvo dos notas muy
destacadas en su dilatada vida, ser muy amante del “alpiste” y poco de “doblar
el espinazo”.
Las
personas de mi edad los conocimos cuando estaban ya muy mayores y por lo que nos
contaban de él los abuelos. Decían que siempre estuvo dispuesto para “empinar el codo” cuando llegaba la hora
de la “liguera” pero lo que no hizo nunca,
aunque tuviera mucha gana de beber, fue coger los depósitos vacíos debajo del
brazo y visitar los establecimientos más próximos para reponerlos.
Viviendo
en la calle Campanas el lugar más
próximo que tenía para repostar era la tienda de Pilar “La de Santiaguillo”
y cuando enviudó ya dije que se fue a vivir con su sobrina a la calle 14 de Abril o “El Embudo”, desde ese momento fue Blas quien tuvo que ir a comprarle
a la tienda de Pedro Delgado “Pedro Serio” el “aguardiente”.
Recuerda
Juan Antonio que contaban de él los vecinos que, estando los dos muy mayores,
un día apuró la botella y de inmediato mandó a Cristina que fuera a la tienda de Pilar para que le trajera más vino. Ella, que ya estaba muy mayor y
tan torpe al caminar que no podía levantar los pies y los arrastraba; se puso
con lentitud el “chal” de lana y
color negro; cogió el recipiente de cristal y lo metió debajo de él; lo sujetó
fuertemente para no romperlo y, con paso lento, se encaminó hacía la tienda.
Sólo
se habían pasado unos minutos desde que su esposa había salido de casa y él, sintiendo
una fuerte inquietud provocada por el “mono
del alcohol”, comenzó a asomarse a la puerta de manera repetida y, como no
venía, regresaba de nuevo al interior. En una de esas salidas ya no pudo
aguantarse más caminó hasta la esquina del campanario y, asomándose con
insistencia, no paraba de vociferar desde allí, con su característica voz ronca
y profunda:
-
¡¡¡Y no viene!!!
Unos
instantes después se asomaba y repetía las voces:
-
¡¡¡Y tarda poco!!!
Así
estuvo hasta que por fin la vio aparecer por la esquina de Luís Quílez y Rosalía,
hoy de Alonso “Clarillo”.
La
esperó y, cuando llegó Cristina con el litro de vino a la esquina del
Campanario, ya no resistió más la sequía… ¿Qué hizo?
Cogió
la botella y antes de llegar a su casa ya se la había bebido y la pobre
Cristina media vuelta y a casa de Pilar por otro litro.
Así
fue como se popularizó en el pueblo esta expresión suya:
-
¡¡¡Y tarda poco!!!
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