jueves, 17 de noviembre de 2016

EL ARTISTA

Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
Este relato ha visto la luz porque Juan Manuel Moral “Juanche” me comentó sobre el protagonista una historia, yo recordé algunas cosillas porque también pasé mi infancia en aquel barrio y, al redactarlo, tuve que pedir a los amigos Juan Antonio Martos “Juanto” y Miguel Torres “Cachenilla” la información que me faltaba y necesitaba. Gracias.
Recuerdo de mi niñez que en la calle Campanas vivía un matrimonio que, para mí, los dos eran muy mayores y, aunque realmente no lo fueran tanto, reconozco que en esos años los peques tienen siempre esa visión distorsionada de las edades de los mayores. Lo que afirmo se debe a que esa imagen fue la que debí recibir de ellos por sus vestimentas, las arrugas de sus caras y sus formas de desplazarse. Hago esta observación porque está basada en una experiencia familiar que extrapolo a ellos, siempre vi a mi abuela Rosa Antonia como una señora muy mayor y la realidad es  que no lo era pues cuando murió tenía 72 años y yo 23... ¡Desde que tuve uso de razón la vi como una anciana!

Estos esposos fueron muy populares entre sus vecinos por las cosas curiosas que él protagonizaba. Se llamaba Estanislao pero todos le decían FernandoEl Artista” y ella Cristina, tuvieron una hija a la que bautizaron con el nombre de Ana y le llamaban Anita pero disfrutaron poco de su compañía porque murió cuando tenía 7 años. Esta lamentable pérdida dejó a Cristina muy apenada y, además, se les dio la circunstancia de que ya no tuvieron más hijos. Ella siempre decía a sus vecinas que se quería morir antes que Fernando para que así la enterraran con su niña.
Ambos eran de nuestro pueblo y tenían algunos familiares muy próximos. Él lo era de LuisEl Secretario” y del padre de D. LucianoTirantes” o “El Alcalde”, que también se llamaba Luciano y por otra parte era tío de Benita, la mujer de BlasEl Beatrizo”.
Ella era hermana de Lucía, esposa de Pedro JoséBotines”, fueron los abuelos paternos de BlasBotines” y vivieron en la calle Luna Alta; de la abuela de Luís CazallaEl Alemán” y de Antonio Cañas “El Sordo”, éste señor vivía en la calle La Libertad, trabajó como cabrero y fue el padre de Marina y Antonia, casadas con Luís Berrio El pollo” y José FuentesEl del Pañolillo Azul”, respectivamente.
El señor Fernando, según Juan Antonio, no se portaba bien con ella y le tenía unas formas muy desagradables y violentas. Un día se sintieron muchas voces en el barrio, él acudió para ver qué pasaba  y entonces comprobó que le estaba dando una paliza a su señora, se encontraba muy borracho y fue corriendo a decírselo a su tía AntoníaLa Pensadora” y a Eufrasia “La de Juan López”, que estaba con ella. Las dos bajaron corriendo hasta la casa y Eufrasia lo separó de Cristina, se montó en lo alto del “Artista” y le dio una buena paliza, de esa buena acción resultó que le hicieron un buen efecto los golpes recibidos porque desde entonces no la maltrató más.
La pobre señora iba en el verano a espigar, es decir, a buscar las espigas que habían quedado en el campo después de segar y retirar las gavillas de mies a las eras. Las recogía y metía en un saco para regresar cargada con el peso después de haberse andado mucho campo. Al llegar a casa machacaba las espigas en una espuerta, después aventaba lo recogido para separar el grano de la paja, lo llevaba a una tienda para venderlo y, con las pesetas que conseguía, se marchaba a casa de la Pilar para comprar un litro de vino al “Artista”, así no se le quedaba la garganta seca.
La recuerdo como una señora muy mayor que caminaba con dificultad y me daba la sensación de estar muy cansada de la vida. Un día, todas estas conjeturas debieron confabularse con la edad y desembocaron en que ella cayó enferma. Entonces, sin hacer ruido, su vecina Esperanza se hizo cargo de ella y la cuidó hasta su muerte. Esta gran vecina le llevaba todos los días la comida y dio al vecindario, con su comportamiento hacia ella, un ejemplo silencioso y desinteresado, algo impensable en nuestros días. Esperanza interpretó a la perfección el mensaje de Cristo y, cuando murió Cristina, ella misma la amortajó con el hábito que le había comprado con antelación y que le tenía guardado en su casa.
Recuerda Juan Antonio que, cuando él era un niño su vida estuvo ligada al entorno de la Iglesia, por eso veía al “Artista” todos los días y por lo que también presenciaba sus cosas inolvidables. En verano este señor se salía a la calle, ponía en la puerta de su casa una mesilla y en ella se comía la pipirrana y bebía el botellón de vino. A otro vecino, Juan TrinidadEl Campanero”, le gusta mucho gastarle bromas y a mí, por los pocos años, también. Yo tenía un tirachinas y con él le tirábamos “apretaculos” los dos, éstos eran unas bolas de color amarillo que se caían de unos árboles que había entonces en la plaza de la Iglesia.
Juan Trinidad, de vez en cuando, le decía:
- ¡Tani, Tani!
El “Artista”se cabreaba y, creyendo que eran críos, decía:
- ¡Se lo voy a contar a mi primo LucianoEl alcalde” y os va a meter en la cárcel!
También, cuando Francisco Pérez SorianoPérez el Viejo” iba para los huertos montado en su burra negra, al pasar por la calle Campanas, se paraba en la puerta de su casa y, sin bajarse del animal, con la garrota le daba un par de golpes en ella y le decía:
- ¡“Artista”, qué perro eres!
El “Artista”, al sentir los golpes y las voces, abría la puerta y le contestaba también con palabrotas mientras corría detrás de Pérez. Éste, montado en el animal y llevándolo al trote, ya iba riendo hasta “Los Huertos” y, al volver, repetía la misma travesura. Hay que resaltar que estas acciones ocurrían cuando los dos tenían más años que Matusalén.
Cuando falleció Cristina, él buen señor ya era muy mayor y, además, como no había aprendido todavía a ir a comprar el vino a la tienda, siempre iba ella, pues supongo que tampoco iría a por los alimentos y por ello el futuro que le esperaba era tan oscuro que una residencia o morir como el caracol, éste agarrado a un ciruelo y en su caso a una botella vacía cuando acabara con el último trago, era el final que le esperaba… ¡¡¡Pues no fue así y tuvo el que muchos desean para ellos!!!
A pesar de todo tuvo suerte y fue atendido en su casa, durante dos años, y acogido después por los esposos Blas CarreteroEl Beatrizo” y Benita Saeta, su sobrina. Para atenderlo mejor ya se lo llevaron al domicilio que ambos tenían en la calle 14 de Abril y con ellos estuvo hasta que falleció a los 90 años, lo trataron como a un padre y es justo reconocerles lo que hicieron por el viejo cascarrabias.
El señor “Artista” tuvo dos notas muy destacadas en su dilatada vida, ser muy amante del “alpiste” y poco de “doblar el espinazo”.
Las personas de mi edad los conocimos cuando estaban ya muy mayores y por lo que nos contaban de él los abuelos. Decían que siempre estuvo dispuesto para “empinar el codo” cuando llegaba la hora de la “liguera” pero lo que no hizo nunca, aunque tuviera mucha gana de beber, fue coger los depósitos vacíos debajo del brazo y visitar los establecimientos más próximos para reponerlos.
Viviendo en la calle Campanas el lugar más próximo que tenía para repostar era la tienda de PilarLa de Santiaguillo” y cuando enviudó ya dije que se fue a vivir con su sobrina a la calle 14 de Abril o “El Embudo”, desde ese momento fue Blas quien tuvo que ir a comprarle a la tienda de Pedro DelgadoPedro Serio” el “aguardiente”.
Recuerda Juan Antonio que contaban de él los vecinos que, estando los dos muy mayores, un día apuró la botella y de inmediato mandó a Cristina que fuera a la tienda de Pilar para que le trajera más vino. Ella, que ya estaba muy mayor y tan torpe al caminar que no podía levantar los pies y los arrastraba; se puso con lentitud el “chal” de lana y color negro; cogió el recipiente de cristal y lo metió debajo de él; lo sujetó fuertemente para no romperlo y, con paso lento, se encaminó hacía la tienda.
Sólo se habían pasado unos minutos desde que su esposa había salido de casa y él, sintiendo una fuerte inquietud provocada por el “mono del alcohol”, comenzó a asomarse a la puerta de manera repetida y, como no venía, regresaba de nuevo al interior. En una de esas salidas ya no pudo aguantarse más caminó hasta la esquina del campanario y, asomándose con insistencia, no paraba de vociferar desde allí, con su característica voz ronca y profunda:
- ¡¡¡Y no viene!!!
Unos instantes después se asomaba y repetía las voces:
- ¡¡¡Y tarda poco!!!
Así estuvo hasta que por fin la vio aparecer por la esquina de Luís Quílez y Rosalía, hoy de AlonsoClarillo”.
La esperó y, cuando llegó Cristina con el litro de vino a la esquina del Campanario, ya no resistió más la sequía… ¿Qué hizo?  
Cogió la botella y antes de llegar a su casa ya se la había bebido y la pobre Cristina media vuelta y a casa de Pilar por otro litro.
Así fue como se popularizó en el pueblo esta expresión suya:
- ¡¡¡Y tarda poco!!!





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