Colaboración de Paco Pérez
LA CÁMARA O EL SÓTANO
Pedro de la
Cámara fue
un señor que era originario de Torrequebradilla
(Jaén) pero, cuando le llegó el momento de buscar novia, viajó hasta Villargordo para encontrar el tipo de muchacha
que deseaba y lo consiguió en la persona de Dolores Castellano, la hija de Agustín
Castellano “El del Cine”, y unos años después se casaron.
Primero fijaron
su residencia en una casa que hace esquina entre las calles 14 de Abril y Plaza
de Miguel Hernández, unos años después la compraron Pepe Cantero “Paquiro” y
Lucía Bermúdez, Pedro y Dolores ya se habían
trasladado a la casa que habían comprado en la calle Eras número 7. Tuvieron
una familia muy numerosa y él continuó dedicándose al comercio en el ramo de la
alimentación. La tienda estaba en la planta baja de la vivienda y todos los
días, muy temprano, viajaba a Jaén en una furgoneta para comprar en los
almacenes y traer los productos frescos para la clientela.
Este
señor fue un hombre culto, no sé si tuvo la oportunidad de estudiar; era muy
inteligente, esa es la impresión que siempre me dejó en nuestras conversaciones;
se mostraba incisivo y locuaz cuando hablaba; le preocupaba mucho la
problemática nacional de los años sesenta y le gustaba la “liguera” un montón, por esta razón tuvo algunos percances y, en el
último, perdió la vida en un choque frontal con otro vehículo.
En
Villargordo, durante la década de los sesenta, el Bar “Gafas” aglutinaba a una
clientela muy numerosa porque ofrecía mucha distracción a las personas jóvenes
y mayores pues podían jugar a las cartas y al dominó, además, teníamos la
oportunidad de ver la TV, un lujo que entonces no teníamos en las casas.
En
aquellos años la dictadura no era tan dura pero todavía había algunos miembros
de la Benemérita que no se
resignaban a que las personas saliéramos por la noche con libertad, unos no tuvimos
problemas con ellos pero otros sí, Pedro
fue uno de los que sí los tuvo.
En
el pueblo tuvimos Cabos y Sargentos que eran buenas personas y convivían muy
bien con el vecindario pero también tuvimos otros que es mejor no recordarlos
por el mal trato que daban al vecindario. Cuando ocurrió el hecho que voy a
narrar teníamos un hueso como “Comandante
de Puesto” pues cuando salía de servicio por las noches, acompañado de otro
guardia, solía hacer alguna travesura que otra.
Pedro, cuando la
clientela bajaba al atardecer, salía para relajarse y se iba a ese bar para
distraerse. Por la hora en que lo hacía, quienes participaban en las partidas, tomaban
unas cervezas o unos vinos porque entonces había la sana costumbre de que
quienes perdían pagaban a los contrarios lo consumido. Esa noche, los que
jugaron juntos, continuaron tomando en la barra algunas consumiciones más y eso
hizo que se pusieran “agustico”
todos. Se marchaban para la casa, hablaban acaloradamente por efecto de los
vinos tomados en el bar y, en la esquina de Isabel “La Morralera”,
se toparon con la pareja de la Guardia Civil que estaba de servicio; nos los
vieron hasta que estuvieron frente a ellos porque estaban resguardados tras
ella para protegerse del frío que hacía a esas horas de la noche.
Los
guardias saludaron a los vocingleros y éstos les devolvieron el saludo. De
pronto, la amabilidad se tornó en brusquedad cuando el Cabo les recriminó el
alboroto que hacían, ellos les prometieron cambiar el tono empleado hasta ese
momento y él siguió con sus acusaciones.
Pedro había
permanecido hasta ese momento en silencio y, ante la insistencia del guardia,
le traicionó su carácter y le dijo:
-
Señor, ya le hemos dicho que vamos a bajar el volumen de nuestra conversación.
-
¿Qué quiere usted decir con sus palabras? –le reprochó el Cabo.
–
Que no somos niños para que nos repita usted tanto las cosas –le respondió.
-
¡Encima se muestra usted respondón! –lo acusó.
Inmediatamente,
el cabo sacó un cuaderno, un bolígrafo y le preguntó:
-
¿Dónde vive usted?
-
En la calle Eras número 7 –le
contestó.
-
¿Cómo se llama? –continuó el guardia.
–
Me llamo Pedro de la Cámara.
El
guardia consideró que con la respuesta recibida Pedro le estaba tomando el pelo
y le respondió con malas formas así:
-
Señor… ¡A mí, lo que me interesa saber es cómo se llama y si usted vive en la “cámara” o en el “sótano” de su casa me da igual!
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