Colaboración de Paco Pérez
Capítulo II
LOS ABUELOS DECIDEN CASARSE
Sin
saber cómo, en el transcurso de la conversación que teníamos, ésta se desvió de
pronto al pasado. Como entre los familiares de Josefita y Mari, mi
esposa, había unos lazos muy próximos pues ellas comenzaron a recordar las
cosas que conocían de sus mayores, las que les ocurrieron o los dichos
graciosos que dijeron a otras personas en momentos puntuales de sus relaciones
familiares o sociales. Algunas yo ya las conocía por Mari pero entre las que
relató Josefita hubo otras que eran totalmente desconocidas para nosotros.
Después
de estar sus abuelos novios bastantes años les llegó el momento en el que
tomaron la decisión de contraer matrimonio y al hacerlo les pasó un chasco
difícil de olvidar pero digno de ser conocido ahora porque ese hecho retrata
muy bien la despreocupación con que vivían las personas de aquel tiempo cuando
de arreglar papeles se trataba.
En
el pasado de nuestro pueblo y, ahora también, hubo casos en los que a las
personas se les llamaba con un nombre y luego, con el paso de los años y por
circunstancias especiales, resultaba que no se llamaban así. Uno de estos casos
los protagonizaron los abuelos de Josefita
Párraga cuando hablaron de boda.
En
aquellos años no había cursillos prematrimoniales pero, como es lógico, había
que comenzar por dar unos pasos y el primero de ellos era visitar la parroquia
para hablar con el cura. Una tarde, para cumplir con las normas religiosas, se
acercaron hasta la iglesia y en la sacristía hablaron con D. Fermín de la Torre Hueso,
éste les informó de lo que tenían que hacer y a continuación comenzó a
cumplimentar la ficha pertinente haciéndoles algunas preguntas:
-
¿Cómo se llaman los futuros esposos?
Tomó
la palabra el novio y le dijo:
-
El de ella, Felisa Moreno Jiménez y,
el mío, Juan Párraga Jiménez.
También
le dieron sus fechas de nacimiento, los nombres de sus padres y contestaron a
todas las preguntas, oficiales y particulares, que el cura les hizo. Cuando
acabó el interrogatorio éste les dijo que ahora él tenía que mirar en los
libros para verificar si estaban bautizados o no y quedaron en que regresarían
otro día para que les confirmara que todo estaba en orden.
El
día acordado regresó el novio a la parroquia, se entrevistó con D. Fermín y se
encontró la inesperada sorpresa de que la novia no estaba bautizada pues no
aparecía en el libro parroquial.
Juan salió de la
Iglesia hablando solo, se encaminó para la casa de Felisa muy contrariado y le comentó lo que le había dicho el cura.
Ésta no daba crédito a lo que le decía Juan y llamó a su madre, ésta acudió y
le dijo a su hija:
-
¿Qué quieres, pasa algo?
–
Lo que pasa es que le ha dicho el cura a Juan que no estoy en los libros de la
parroquia porque no estoy bautizada – le contestó la hija.
–
¡¡¡Claro que sí estás!!! – afirmó su madre.
–
Pues él dice que no – insistió Juan.
Entonces,
Felisa encontró la solución de inmediato:
-
Pues el tema lo resuelvo yo mañana visitando al cura en la iglesia, le digo que
me bautice y ya está el problema resuelto.
La
madre se quedó pensativa y entonces les dijo:
-
Un momento… ¡¡¡Ya sé lo que pasa, todo está solucionado!!!
–
Usted dirá cómo – le dijo Juan.
–
Hija mía, nunca te dije que tu verdadero nombre es María del Carmen, tú no te llamas Felisa… ¡¡¡Ese es el problema, por eso no te puede encontrar D. Fermín!!!
-
¿Por qué me llamáis entonces Felisa? –le preguntó la hija.
–
Porque naciste el día de San Félix y
te comenzamos a llamar después así –le aclaró.
Al
día siguiente Juan regresó a la
sacristía y el párroco le dijo:
-
Qué pasa… ¿Está bautizada Felisa o no?
–
Ese no es el problema D. Fermín, es otro.
–
Tú dirás lo que ha pasado.
-
¡¡¡Que no se llama Felisa, el nombre con el que la bautizaron fue el de María del Carmen!!!
–
Juan… ¿Cuántos años llevas novio? –le preguntó el cura.
–
Ocho, D. Fermín.
–
¿En todos esos años no has tenido tiempo de saber cómo se llamaba tu novia?
-
¡¡¡Si no lo sabía ella, cómo quiere usted que lo supiera yo!!!
Se
rieron y dieron el tema por zanjado, quedando todos tan contentos.
He
de aclarar que hace unas fechas asistí en el cementerio al traslado de los
restos de unos familiares por las obras de los nuevos nichos y entonces
descubrí que D. Fermín también se encontraba en el mismo lugar, muy próximo a
ellos.
Según
consta en la lápida, este párroco murió el 6 de noviembre de 1912.
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