Colaboración de Paco Pérez
Capítulo IX
ANÉCDOTAS OCURRIDAS EN ÉL-I
En
este local se escenificaron algunas estampas que, bien podrían haber sido
utilizadas por algún genio de la pluma como tema inspirador de algún guión adecuado para los espectáculos
cómicos que se inspiraban en los acontecimientos cotidianos de aquellos
tiempos.
Entonces
el cine abría sus puertas los jueves
y los domingos pero si alguna
película tenía éxito pues la repetían al día siguiente, esto era posible porque
la empresa tenía unos días de margen para devolverla a la distribuidora. El
domingo era cuando más espectadores iban a la sala y se programaban dos
funciones. A la primera es cuando más gente acudía y, a veces, para sacar la
entrada se tenía que formar cola.
En
una ocasión, mantuve una conversando con Miguel
Torres “Miguel Carchinilla” sobre
los cambios que ha experimentado la vida desde que éramos pequeños. Hablamos de
que antes, quienes salían a la calle lo hacían con despreocupación y con total tranquilidad
porque no temían tener contratiempos de ninguna clase al hacerlo, todo lo
contrario que sucede ahora a quienes salen porque los peligros acechan a
quienes lo hacen, sobre todo cuando hay una gran acumulación de personas o
después de encenderse el alumbrado público. Él, como miembro que fue de la
Benemérita, me comentó que entonces la presencia de un guardia servía para que,
si había desorden, éste se interrumpiera y la convivencia retornara a la
normalidad. Para respaldar su opinión recordó una escena que él presenció en la
puerta del “Cine Cervantes” cuando
los que iban a entrar estaban formando cola para comprar la entrada.
Estaba
el ambiente tranquilo y de improviso alguien empujo para hacer una gracieta y
se armó un buen jaleo. Como era domingo pues dio la coincidencia de que un “guardia civil” estaba en “El Paseo” con su esposa, transitaban
frente a la puerta del cine y, al observar el alboroto que había, se personó
para ver qué ocurría y restablecer el orden… ¿Qué ocurrió?
Pues
que bastó con su presencia en el revuelo para que, temerosos de que les hiciera
alguna caricia en sus lindas caras, aquellos que daban voces mientras se
empujaban depusieran su actitud, dieran por concluido el escándalo, retornaran
a la fila, él diera el asunto por resuelto sin necesidad de intervenir y se
marchara de nuevo con su esposa para continuar paseando.
Quienes
tenemos algunos años sabemos bien que en aquellos años esas escenas eran muy
frecuentes en nuestro pueblo, sobre todo en los días de fiesta, cuando los
cortijeros venían después de quince días a holgar y estaban ligando en el bar
con alguna copa de más en el cuerpo.
Si
nos fijamos bien en la foto comprobaremos cómo estaba entonces “El Paseo”; también recordaremos que los
jardines tenían unos pasillos laterales; que frente a la puerta de entrada del
cine, la que apegaba a la taquilla, había uno muy amplio para facilitar al
negocio el paso del público. Pues en ese pasillo era donde solían instalarse Alejandro “El de las pipas” o su travieso hijo Nicolás, cuando había cine, con la cesta de mimbre llena de pipas
y avellanas, la que ponían sobre
unas patas plegables de madera para que la sostuvieran mientras ellos vendían
su mercancía a la gente antes de entrar al cine.
Una
noche, de casualidad, me encontraba charlando con mi amigo Bartolomé Saeta “Cuadricos”
en ese pasillo, los dos tendríamos unos 12 ó 13 años; recuerdo que era un día
normal y que por esa circunstancia debería ser jueves. En el transcurso de
nuestra conversación se nos acercó un mocico y nos preguntó:
-
¿Hace mucho rato que empezó la película?
Yo,
sin saber por qué, tuve una ocurrencia poco plausible y le contesté así:
-
¡¡¡Bastante, estará ya a punto de acabar!!!
El
que nos preguntó, como iban dos amigos, comenzó a dar voces al que estaba junto
a la taquilla para sacar las dos entradas y le gritó:
-
¡¡¡Juan, no saques las entradas que
lleva mucho rato empezada!!!
Juan, que ya le
había pedido al taquillero, el señor Antonio,
las dos entradas, le dijo:
-
Ya no las quiero porque va a terminar la película.
Inmediatamente
se retiró de la taquilla para irse junto a su amigo.
Como
nosotros no valoramos la trascendencia de lo que yo había hecho pues continuamos
con nuestra tertulia y así fue como tuvimos la oportunidad de presenciar la
escena que vino después con el señor Antonio,
el hijo de Agustín, como protagonista. Cabreado por perder la venta de dos
entradas, al marcharse el espectador, sacó la cabeza por la ventanilla para
mirar en todas las direcciones mientras voceaba preguntando:
-
¿Quiénes han sido los sinvergüenzas que os han dicho esa mentira?
Nosotros
al ver la reacción que tuvo el taquillero salimos corriendo hacia los pilares.
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