lunes, 16 de junio de 2014

CATETOS EN MADRID

Colaboración de José Carlos Castellano

DOS PROVINCIANOS EN LA CAPITAL
En cierta ocasión dos amigos, de provincias, viajaron a Madrid.
Estaban dando un paseo por La Castellana, y… ¡Menuda casualidad!
¡Se encontraron con Juan, un amigo del pueblo que ya llevaba tiempo en Madrid!
Se saludaron con mucha alegría y fueron a tomar un café. Y mira por donde, estando en el café, se presentó un compañero de trabajo de Juan y después de saludarlo le preguntó:
- ¿Qué haces por aquí, Juan?
A lo que Juan, sin pensarlo dos veces, le contestó:
- ¡Ya ves, haciendo de hipotenusa entre dos catetos!

ALBAÑILES ALMENAREÑOS EN LA GRAN CIUDAD
Cierto día, dos amigos que viajaron a Madrid en busca de trabajo y se quedaron admirados de los enormes y grandes edificios que veían.
Como eran de la construcción, se interesaron por uno de los edificios, y comenzaron a contar las plantas.
Estando en la tarea un pillo los vio y pensó: <Estos pardillos acaban de llegar del pueblo, voy a engañarlos.>
Se acercó y les dijo:
-¿Cuántos pisos lleváis contados?
Los catetos se quedaron pensativos y, de pronto, dijo uno:
-Yo llevo diez.
-¿Y tú, cuántos?-inquirió el pillo.
-Yo, ocho -contestó el otro.
Prosiguió el pillo:
-Muy bien, pues a euro por planta, tenéis que pagar dieciocho euros.
Así que le dieron al pillo dieciocho euros.
Pero cuando el pillo se alejaba todo contento, le decían a voz en grito:
- ¡Jódete gilipollas, que hemos contado más de treinta!

RETRETES DE ORO
Un provinciano viajó a Madrid y entró en una cafetería con mucho lujo. Tenía hasta una orquesta.
Estaba tomando una consumición, cuando de pronto se le descompuso la barriga. Preguntó por los servicios y le indicaron su ubicación.
Se perdió por un pasillo y se puso a defecar, entre los instrumentos musicales, no podía aguantar más.
Al cabo del tiempo volvió al pueblo, y a sus amigos les contaba sus peripecias en Madrid.
Así les decía:
-En el Foro, los bares tienen las paredes cubiertas de terciopelo, lámparas enormes de oro con piedras preciosas en los techos, y los
retretes son de oro.
Sus amigos no se lo creían, de modo que le dijo a uno de ellos que se apostara lo que quisiera.
Se apostaron cien euros y allá que marcharon a Madrid.
Se fueron directamente a la cafetería donde estuvo el provinciano y cuando la orquesta hizo un descanso, le preguntó al director de la misma:
-Oiga, por favor, dígale a mi amigo… ¿Son aquí, o no son, los servicios de oro?
A lo que contestó el director de la orquesta:
- ¡Venid todos para acá, que ya tenemos a los que se cagaron en el trombón!

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