sábado, 28 de junio de 2014

SAN PEDRO Y SAN PABLO

Colaboración de Paco Pérez
TEXTOS
HECHOS 12,1-11
En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando  su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua.

Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre los soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo:
- Date prisa, levántate.
Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió:
- Ponte el cinturón y las sandalias.
Obedeció y el ángel le dijo:
- Échate el manto y sígueme.
Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel.
Pedro recapacitó y dijo:
- Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.  
2 TIMOTEO 4, 6-8. 17-18
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar integro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos.       
MATEO 16,13-19
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
- ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
- Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.  
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
- Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.       
Jesús le respondió:
- ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
- Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.
REFLEXIÓN
La sociedad es guiada por los líderes que nos regalamos cuando estamos en democracia o por los que se nos imponen por la fuerza bruta cuando vivimos bajo los efectos de las dictaduras. En ambas situaciones nos dirigen personas que defienden la verdad y la justicia o por quienes se olvidan de esos principios y actúan guiados por su egoísmo, éstos son conocidos también como trepas. Estos últimos, recientemente, han sido escaneados y diagnosticados muy certeramente por el Papa. Éste, al hacerlo, no ha bordeado el tema para  evitar el tener que analizar lo que ocurre en la Iglesia. Ha sido valiente y lo ha hecho no eludiendo ninguna responsabilidad pues ha denunciado que éstos también están instalados en la Iglesia.
Herodes fue un trepa cuando mató a Santiago y después fue a por Pedro… ¿Por qué? Porque se guió por la petición popular del pueblo judío, él se preocupaba de no tener conflictos para que así Roma lo mantuviera en su puesto de gobierno, la justicia no le importaba.
Una vez más se nos muestra, con esta realidad, el gran valor de la oración y cómo Dios siempre escucha y protege a su pueblo cuando le pide cosas justas y lo hace con fe. Se dieron estas circunstancias y Pedro fue liberado de manera espectacular por la intervención del Padre.
Con Pablo aprendemos que los cristianos somos corredores y, como tales, debemos prepararnos a conciencia para hacer bien la carrera de la vida.
Él sostiene que debemos guiarnos por los impulsos de nuestra fe en Dios y mantenernos firmes en ella pues así correremos bien la carrera, Él nos ayudará y nos dará fuerzas y, cuando nos llegue la hora de partir, no temeremos porque seremos premiados con el Reino.
Si viniera Jesús y nos preguntara como a Pedro… ¿Le sabríamos responder acertadamente?
Pensemos que él lo acompañó a todas partes durante un tiempo, le respondió perfectamente y, llegada la hora de la verdad, le falló porque perdió la confianza ciega en Jesús. Le ocurrió porque los apóstoles vieron a Jesús sufrir la última noche como un hombre vulgar y ellos lo tenían como un héroe excepcional, esas escenas los descuadraron y ya no lo siguieron ciegamente.
Si reflexionamos sobre lo que le ocurrió a Pedro nos percataremos de que lo malo no es fallarle a Jesús. Digo esto porque él sí le falló pero se arrepintió después, entonces lloró amargamente, comprendió de manera perfecta su mensaje, rectificó su proceder y ya encontró el camino de manera definitiva.
Debemos profundizar en la figura de Pedro para encontrar nuestra luz, la que nos lleve de nuevo hasta el camino perdido, lo que será posible si tenemos fe y si confiamos en que Dios nos ama y nos perdona siempre.




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