Colaboración de Paco Pérez
Hace unos días me contó un amigo la historia que le
tocó vivir cuando compró una casa para uno de sus hijos.
La familia vendedora era representada por un
familiar, Rafael, y con este señor
hizo el trato. Una vez acordado el precio, se escribieron los acuerdos en un documento
privado y lo firmaron ambas partes.
Cuando el
notario tuvo preparadas las escrituras de compraventa convocó a las partes
intervinientes y en el despacho de José
Manuel Ortega Boluda, el gestor, procedió a la lectura de las escrituras de
compra-venta para el cambio de propietario. Seguidamente tomó de nuevo la
palabra y les dijo:
- En el contrato que ustedes firmaron en su día, de
común acuerdo, se alteraron las estipulaciones oficiales que hay establecidas
por ley para estos actos notariales y en él acordaron hacer constar que los
gastos de notaría y de impuestos se pagarían por las partes al 50% y no en los
porcentajes que establece la ley… ¿Están
de acuerdo en que se haga así?
Rafael, como
familiar que hizo el trato en representación de la parte vendedora, levantó la
mano para hablar. Al hacerlo les mostró su incultura y, a su vez, la gran
honradez que atesoraba en estas palabras:
- Señor notario, a mí me gusta cumplir con las
personas cuando acuerdo algo y, la
verdad, con este muchacho yo acordé que pagaríamos a partes iguales y no al
50%, por eso no estoy conforme con
lo que usted ha dicho, quiero que a cada uno se le dé lo suyo.
El notario, después de escucharlo, le contestó de
manera muy acertada:
- De acuerdo, Rafael,
se hará como usted dice.
Todos supieron contener la risa y se procedió a la
firma de los documentos.
Cuando se marchó el notario las partes
intervinientes permanecieron en la oficina y pagaron al gestor el importe total
del trabajo de la notaría y lo que generaría después el pago de los impuestos
oficiales ante Hacienda y el Registro de la Propiedad.
Unos meses después el notario mandó a los
interesados unas cartas para el cobro de sus honorarios. Nadie esperaba esta
novedad porque todo quedó liquidado, fue una sorpresa para todos y por ella se
descubrió que el gestor había cobrado a las partes pero no había pagado a la
notaría y que tampoco había pasado por los organismos oficiales para liquidar
la legalización de las escrituras.
Así fue como un acto notarial con final gracioso se
convirtió, un tiempo después, en un atraco al bolsillo con la cara descubierta
y por un procedimiento demasiado torpe.
El hijo de mi amigo se personó entonces en la
oficina del gestor para aclarar el comunicado recibido y éste le negó el robo.
Ante su negativa le anunció que inmediatamente se iba a Jaén para aclarar con
el notario el tema, de inmediato abandonó la oficina y marchó a Jaén.
Cuando viajaba recibió una llamada del gestor y no se
la cogió, se personó en la notaría y allí le comentaron las travesuras que
había hecho con el notario y con los demás propietarios de los otros actos
notariales que se firmaron en su oficina aquella tarde, se quedó con el dinero
cobrado a todos.
Cuando el hijo regresó al pueblo se personó ante José Manuel, le comunicó lo que le habían informado en la notaría y le dijo:
- Tienes
cuarenta y ocho horas para devolverme lo que me has robado y espero que no me
falles.
Mi amigo conocía muy bien a su hijo y, para evitar
que ocurriera una desgracia en la oficina si no le tenía preparado el dinero,
pidió permiso en el trabajo, lo esperó en la puerta de la gestoría y estuvo acompañándolo
en el encuentro. Tuvieron suerte y no hubo problemas porque le tenía preparado
el dinero.
Mi amigo, a pesar de lo que le hizo a su hijo,
siguió confiando en José Manuel y no le retiró su amistad. Él, antes de que su
hijo le destapara el engaño, le había encargado también el pago del impuesto de
Hacienda y el Registro. Al destaparse el asunto de su hijo sospechó que las
largas que le daba a la resolución de su encargo era porque lo había estafado
también, su encargo era similar pero de bastante más envergadura económica.
Los artistas del engaño hacen auténticas maravillas
para alcanzar sus objetivos… ¡¡¡Logró sacar las escrituras del Registro, con
los sellos pertinentes y sin pagar previamente
los impuestos de Hacienda!!! ¿Es una genialidad o que alguien le ayudó desde
dentro a cambio de una mancha?
Cuando mi amigo vio las escrituras que le entregó sospechó
que había irregularidades porque faltaban documentos, se lo comunicó, él lo
negó y alegó que ya no daban esos documentos. Él siguió recelando y le dio un
plazo de tiempo para solucionar las anomalías pero no recibió nada más que
largas. Cansado de esperar, una mañana se subió a Jaén muy temprano, se presentó
en Hacienda con las escrituras y allí le ayudaron a destapar la nueva mentira
de José Manuel. Aconsejado por el funcionario pagó de inmediato en Hacienda el
impuesto de nuevo y, con la documentación en regla se fue hasta el “Registro de la Propiedad”. En
ventanilla comunicó al funcionario que necesitaba hablar con el Registrador por
un tema muy personal, lo pasó a su despacho y, una vez en su presencia, le
comentó la razón de su visita… ¡¡¡Que él descubriera quién estaba colaborando
con el chorizo de José Manuel en el Registro!!!
Nunca supo mi amigo cómo logró su objetivo. Parece
ser que el Registrador no daba crédito a las pruebas documentales que tenía
delante y se puso nerviosísimo, comprometiéndose con el estafado a resolverle
su problema de inmediato, lo que cumplió en cuarenta y ocho horas.
Mi amigo volvió de Jaén con todo resuelto, por la
tarde fue en su búsqueda a la oficina y el buen ladrón retomó, con su cinismo
habitual y la cara más dura que el cemento, el viejo camino de las mentiras. Él
no le dijo qué había solucionado en Jaén aquella mañana, pero el gestor sí involucró
a su esposa Eva en la mentira. Como vio que aquello no tenía fin pues le
propuso ir a su casa para comprobar si Eva había ido o no para llevarle los
documentos. Ese fue el golpe final porque una vez en casa preguntó a los
familiares si ella había estado allí para dejarle los documentos que él
afirmaba haber llevado. Los familiares negaron que Eva hubiera estado allí y entonces
ya le enseñó mi amigo los documentos de los pagos realizados aquella mañana ante
los organismos pertinentes, ante la evidencia se vino abajo y rompió en lágrimas
de cocodrilo.
Mi amigo lo pasó peor que él porque fue como un
padre para José Manuel desde que vino al pueblo pues cuando necesitaba tomar
decisiones lo llamaba, le exponía el caso y le daba su opinión.
En aquellas fechas también estaba gestionando a la
familia de mi amigo la declaración de
herederos que debían hacer por la muerte de un familiar pero lo sucedido lo
llevó ya a no fiarse de él, le retiró la documentación y la llevó a otra
gestoría. A pesar de ello, como había trabajado en el tema un tiempo, mi amigo fue
honrado y le pidió que le ajustara el importe de su trabajo y le presentara su
minuta.
José Manuel le dijo que no le cobraría, pero él le contestó:
- Todos no somos iguales. Por eso te reconozco que
has hecho un trabajo, opino que quien trabaja debe cobrar un salario digno, ahora
tú le fijas un precio justo al tuyo y éste te será descontado de tu trampa.
Poco a poco le fue devolviendo cantidades sueltas y
como se marchó del pueblo sin anunciarlo en la prensa pues la trampa no se
liquidó en su totalidad y le dejó a deber algo más de cien euros.
Su acción le ocasionó a mi amigo, después, un daño
colateral inesperado. La gestoría que buscó después no supo hacer de manera
correcta la liquidación, Hacienda los sancionó por ello y tuvieron que pagar el
diferencial del impuesto con un recargo, ajustado con un porcentaje elevadísimo debido a la demora.
¿Qué vecino de Villargordo no fue estafado por este
gestor?
Lo que una tarde comenzó con risas contenidas se
convirtió para la misma familia, un tiempo después, en un disgusto tremendo por
la estafa recibida, por las consecuencias posteriores y por el desengaño sufrido
al comprobar que, cuando de dinero se trata, la amistad no cuenta para el que camina
con el saldo de la honradez a CERO o en números rojos.
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