Colaboración de Paco Pérez
Quienes ostentan el mando en la sociedad,
religiosa o civil, siempre suelen hablar
con propiedad de las cosas que no son tangibles y lo hacen dando normas o
explicaciones a quienes son el pueblo sencillo de los hijos de Dios. Con esta
táctica atemorizaban a la sociedad cuando acusaban al demonio de causar ciertas
enfermedades, sobre todo, si las personas estaban afectadas por trastornos
psíquicos o mentales. A quienes les ocurría les llamaban “endemoniados” y decían de ellos que estaban poseídos por él.
Como en el pasado todo estaba clasificado en
“puro” o “impuro” pues un “endemoniado”
era considerado como “impuro” porque
estaba poseído por quien era “impuro”,
el demonio. Una vez etiquetados así el siguiente paso era rechazar a la persona
porque lo “impuro” contagiaba a los demás.
Con este pensamiento los hombres religiosos del
pueblo de Israel hablaban también de “bueno-malo”,
“positivo-negativo”… Con esta
mentalidad establecieron 613 preceptos
religiosos, clasificados en 365 prohibiciones
(tantas como días tiene el año) y 248 obligaciones
(una por cada hueso del cuerpo humano).
Basados en estos fundamentos establecieron la “impureza” para la menstruación, los
cadáveres, la lepra, la locura, el buitre, el cerdo… ¿Tiene sentido establecer este planteamiento humano como principio
religioso?
Con el paso de los años el pueblo evolucionó desde
una religión amparada en la magia o el miedo hasta una religión de personas
responsables. Ocurrió cuando Jesús destrozó estas costumbres con sus palabras y
sus actitudes. Él nos enseñó la buena noticia de que la “pureza verdadera” está únicamente en el corazón del hombre y en la actitud
de justicia que tengamos con las necesidades del prójimo.
El pueblo, con la práctica religiosa del miedo,
estaba oprimido y Jesús, que no lo estaba, lo que hacía era enseñarles, con su ejemplo,
a ser LIBRES. Esta tarea no era
fácil porque el hombre alcanza la verdadera libertad si logra abandonar la
situación negativa en que vive encorsetado por una religión rutinaria o por el poder
político del momento. Lograremos la “liberación”
si comprendemos el origen de nuestro mal, si estamos convencidos de que debemos
abandonar ese estado en que nos han metido otros y si actuamos guiados por los
dictámenes de nuestra conciencia.
Jesús trabajó
para “liberar” al pueblo de esas
ideologías peligrosas. Este deseo de Él no lo entendieron entonces porque iba
dirigido a la persona de todos los tiempos y por eso era mucho más profundo que
el deseo que tenían sus coetáneos de verse libres de la sumisión que les
imponía el poder romano con la ayuda de la autoridad religiosa. Él buscaba un
camino que sirviera siempre a los hombres para defenderse de la opresión,
fueran quienes fueran los opresores (entonces Roma y la religión). Nos enseñó
el CAMINO cuando no hizo caso a las “prohibiciones”
que les imponía la interpretación farisea
de la Ley y cuando defendió la
libertad de sus discípulos para lavarse o no, con estas acciones afirmó su
superioridad sobre la Ley misma.
Frente a la ideología oficial, que era injusta, Jesús
les enseñaba a tener un espíritu crítico,
su proceder mostraba al pueblo las carencias del sistema y así, mostrándoles la
VERDAD, ocasionó el descrédito de los maestros consagrados, puso en duda su
autoridad y liberó a la gente de su influencia negativa.
Los gobernantes mostraban con sus acciones
incorrectas lo que les impedía acercarse a Dios, Jesús desmitificó ese camino y
les enseñó que lo que impedía al hombre tener una buena relación con Dios era “tener un mal corazón”. A quienes
enseñaban normas falsas les llamaba “ciegos
y guías de ciegos” y pedía al pueblo sencillo que no hicieran caso a lo que
éstos les decían.
El interior es muy importante y en tiempos de
Moisés esa relevancia quedó de manifiesto cuando el Espíritu del Señor se posó
sobre los ancianos y éstos,
inspirados por Él, profetizaban.
Para que ocurrieran estos hechos, supongo, ellos debieron
de haberle mostrado al Señor en repetidas ocasiones que su interior era digno y
cómo tenían asimilado el verdadero camino de la VIDA. Josué no debió de haberlo
entendido bien y por eso Moisés le enseñó que debía estar contento con lo que
hacían los otros y no sentirse celoso de su correcto actuar porque personas así
son las que necesita la Palabra para llegar a todos.
Los hombres juzgamos a los otros con suma
facilidad pero… ¿Conocemos realmente la limpieza o suciedad de su corazón?
Cuando procedemos así sólo nos fijamos en lo
externo y por ello encumbramos a quienes poseen, sin importarnos cómo lo han
logrado y cómo lo emplean con los demás.
De quienes están en la indigencia no nos
preocupamos de averiguar la causa de su situación o de ayudarles. Si lo
hiciéramos, tal vez, encontraríamos la verdadera causa de su desgracia pues
entonces comprobaríamos que la ambición
genera injusticia en el que posee,
éstas lo llevan a la explotación del
asalariado y éste, un tiempo después, es cada vez más pobre y el opresor cada
vez más rico.
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