Colaboración de José Martínez Ramírez
A veces, mientras tú duermes,
te escucho respirar despacio.
Es un momento en el que, quienes
vemos tus ojos flotando
en la vida que sostienes,
el silencio lo ha marcado,
cómo y cuándo tú quieres…
No te atacaré, cruzando
tu cuerpo, sin que ordenes
el azul que estás soñando,
de las corolas que
quieres.
Quiero que todo sea en vano,
que el silencio no frene,
que los corazones villanos
también vayan si vienes.
Y que el viento lantano,
si te busca, no te encuentre.
Los viejos jardines, tan llanos,
del pueblo y los largos trenes
que lejos has habitado.
Los mares en los que sueles
navegar tan despacio,
esos pequeños arcenes.
Momentos quietos, versados
en los pasillos de hoteles.
Te traigo sangrando
los
cristales y belenes
de mis sueños helados.
No voy a contarte vaivenes,
me gusta oír el plateado
sueño que te conviene.
El humo de
tu cigarro,
que tan bien te quiere,
deja ceniza en tus labios
y llega en un largo torrente
de hermosos cánticos.
La desnudez que contiene
tu salvaje melena de barro.
Mientras tu aliento, viene
y va la vida insuflando.
El silencio lóbrego tiene
un lejano olor a nardo.
Es extraño y solemne,
y bello el desgarro
que este orbe obtiene
con intemporal descaro.
Fuera, el viento previene
el final de este silencio
de penumbra y, quizá serene,
los instantes del ensueño
que las negras arañas tejen
sobre este verano risueño.
Quiero que la vida se deje,
mientras despacio muero,
querer y mientras, acontece
en tu
corazón lindero
todo lo que despacio sucede.
Soy capaz, así lo prefiero,
de amar a cualquier hereje,
como al pairo el velero
a la mar azul que corteje.
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