Colaboración de Paco Pérez
Este viaje al pasado me fue regalado por Francisco Martos Torres “Franciscoche”. Mi
primo es una de las personas más graciosas que hay en el pueblo, hijo de Domingo Martos Mendoza, un personaje célebre
que protagonizó en su vida algunas historias dignas de ser conocidas.
El 31 de enero de 2013 viajé con Mari a Jaén y “Franciscoche” se subió también en el
autobús porque vive en la capital. Nos sentamos juntos y comenzamos a recordar
cosas del pasado y así fue cómo surgió el que nos hablara de las cosas que
tenía su padre:
LA LIGUERA
Canalejas, Domingo Martos Mendoza, Juan Manuel Lerma “El herrero viejo” y Juan Miguel Aranda Moreno (padre de Pepe “El perrillero”) se reunían en
tertulia vinatera para saborear una botella de vino blanco. Realmente era una
forma de hacer “botellón” pero tenía
unas diferencias notables con el actual modelo:
1.- Usaban una caña para no tener que chupar en la
botella, ahora sí lo hacen cuando se reúnen alrededor de una litrona de
cerveza.
2.- Éstos llevan bolsas de patatas u otras cosas como
aperitivo y ellos, por no llevar, no llevaban ni ganas de hablar.
En lo que sí coinciden ambos modelos de tertulia es en
el lugar de reunión, un acerado
cualquiera en cualquier calle del pueblo.
Un día, estaban reunidos nuestros recordados
antepasados en esta situación y tomó la palabra el más viejo de ellos, Juan Manuel. En él se daba la
circunstancia de que era el que menos hablaba de todos pero aquel día debió de
sentirse inspirado y les dijo, mientras sostenía la botella en una de sus
manos:
- En todo el globo de la Tierra no hay otras
personas más felices que nosotros.
- ¿Por qué dices eso? – le interrogó Canalejas.
Juan Manuel volvió a
tomar la palabra, después de un notable silencio, para afirmar con rotundidad:
- Porque hay personas que necesitan mucho para ser
felices y a nosotros nos sobra con poder bebernos juntos una botella de vino.
Cuando Juan
Manuel acabó de exponerles su razonamiento los demás corroboraron su
afirmación y la conversación se animó algo sobre el tema de la felicidad.
A ellos los temas les duraban poco tiempo porque
nadie contradecía a nadie y así el asunto quedaba finiquitado en unos minutos.
Había retornado el silencio a la peña y Juan Manuel, que aquel día debió de
haber comido lengua en casa, tomó la palabra de nuevo y les dijo:
- Llevo algunos días dándole vueltas al tema y hoy
os lo voy a plantear.
Como tardaba en volver a hablar, era su costumbre,
los colegas se miraban en silencio y Tirita
lo rompió para preguntarle:
- ¿Qué nos ibas a decir?
- Soy el mayor de los que nos juntamos y por eso me
tendré que morir el primero, es ley de vida y hoy os voy a pedir un favor… ¿Me
lo haréis?
- Primero tendrás que decir lo que quieres – le
propuso Domingo.
Se tomó unos minutos antes de responder y les dijo
muy decidido:
- Quiero que, el día que me muera, me hagáis una
corona con hojas de “pámpana”.
Cuando acabó su petición todos aceptaron cumplir lo
que les pidió y a continuación se mondaron de risa, algo raro en ellos, pues
sus tertulias parecían un funeral.
Al concluir su relato lo sorprendimos cuando le
comunicamos que ahora le íbamos a contar unas historias de su padre que él no conocía:
LA CAJA DEL DIFUNTO
Domingo Martos Mendoza, padre de “Franciscoche”, era tío de mi madre y un gran carpintero, igual que todos
sus hijos, pero un pésimo profesional porque pasaba demasiado tiempo agarrado
al vidrio y esa debilidad le hacía no ser responsable con sus obligaciones en
el campo laboral.
Cuando le encargaban una caja para un
difunto y los familiares se presentaban en la carpintería para recogerla él tenía
la costumbre de repetir este ritual:
- Un momento muchachos, tenéis que tomar
un trago conmigo antes de coger la caja pues a este buen amigo hay que echarle
las honras antes de que lo metáis en ella para siempre. No sería yo justo si le
diera un tratamiento diferente al que di a otros paisanos muertos antes que él
y a los que también tuve el honor de conocer y hacerles las cajas.
Entonces sacaba la botella, todos se situaban
alrededor de ella, tomaban un trago, la cargaban en los hombros y se marchaban
para la casa.
Así se las gastaba el chacho Domingo en su trabajo.
Cuando puso el listón de su
profesionalidad en la cima fue cuando murió mi abuelo Cayetano López Pérez.
Era esposo de su hermana Rosa Antonia Martos Mendoza y, como es lógico, cuñado del artista
carpintero.
Cuando murió el abuelo Cayetano mi madre
tenía catorce años y era la mayor de tres hermanos, supongo y no afirmo, que
esa desgracia familiar lo trastornaría bastante debido a la pena que le
causaría su muerte y esa fue la razón
que le hizo fallar en su responsabilidad carpintera más de lo debido, esta vez
se pasó con la botella un montón de pueblos y fue tan grande su dejadez que llegaba
la hora del entierro y no lograba acabar la caja. Su esposa, la chacha Luisa, fue una mujer como la copa de un
pino y tuvo la valentía de remangarse, irse hasta la carpintería para
recordarle su falta de responsabilidad, coger también los instrumentos de
trabajo y empujarlo a culminar la faena. Gracias a este gesto de ella y a su
ayuda se pudo acabar y mi abuelo se enterró a su hora.
En esta historia familiar el botellón no
solucionó la pena pero sí pudo provocar un escándalo sin precedentes en el
pueblo pues hay que tener en cuenta que, en aquellos años, estas escenas
impresionaban más de lo normal.
Esta historia no la conocía “Franciscoche” y se la tuve que contar
yo, bastante más joven que él. Pude hacerlo porque soy el nieto mayor del
muerto y mi madre me contó los hechos.
DOMINGO O EL ESPÍRITU DE LA
CONTRADICCIÓN
Magdalena Martos Torres,
hermana de “Franciscoche”,
era muy amiga de las tías de mi esposa, Catalina
y María López Cañas.
Las mujeres del pueblo, cuando se
aproximaban las Fiestas de Santiago subían a Jaén para comprarse las ropas y
los zapatos. Estas jóvenes acordaron el día en el que iban a subir pero
Magdalena tenía que torear antes el toro bravo de su padre Domingo y no sabía
cómo hacerlo. Cuando le contó a su abuela materna lo que había planeado con sus
amigas, ésta le dijo lo que tenía que hacer pues sabía cómo respondería su
padre.
Cuando la estrategia pensada por la
abuela estuvo bien planeada y asimilada acordaron plantearla a su padre un día,
durante el almuerzo. Estaban todos comiendo y comenzó Magdalena a gimotear contra la abuela:
- Abuela… ¿Por qué no puedo yo ir a Jaén
con mis amigas?
– Porque ellas van con su madre y tú no
vas a ir sola.
– Nena… ¿Qué has dicho? – preguntó
Domingo.
– Que la abuela dice que no voy yo a
Jaén sola a comprarme cosas para las fiestas.
– Luisa, prepara lo que necesite la niña
para que mañana vaya con sus amigas a Jaén.
Aquella noche, por si se arrepentía, se
fue a dormir a casa de Catalina y María y se lo pasaron muy bien cuando ella
les contó lo que tuvo que hacer para ir de viaje.
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