Colaboración de Antonio Cañas Calles
Capítulo IV
ARGUMENTOS PARA OPONERSE AL NUEVO NOMBRE
Los
que no quieren poner
Villatores
en sus labios
son
los que a todo se oponen,
los
que con nada están hartos,
son
los que tanta tristeza
nos
produce el escucharlos.
De
ese mal que ellos padecen
es
muy fácil el contagio
pues
por todas partes se hallan
y
por todas hacen daño.
Tienen
distintos matices:
Unos
son vivos y falsos
que
en todo quieren sacar
partido,
según sus cálculos,
sabiendo
bien lo que dicen
y
hablando mal a los cándidos
de
todo cuanto en el mundo
los
hombres hagan honrado;
son
sordinas de lo bueno
y
altavoces de lo malo,
que
exagerarlo procuran
o
lo inventan con descaro.
Como
se ven incapaces
de
un sentimiento elevado,
como
sólo les importa
figurar
y ser notados
para
poder compensar
sus
complejos y resabios,
porque
no les haga sombra,
pues
no se elevan un palmo
en
la altura de sus miras
ya
que son ruines y bajos,
a
todo cuanto en el mundo
destaque
noble y gallardo
procuran
hundir con su arma:
el
veneno de sus labios.
Se
alaban como los únicos
en
saber lo que es sensato
mientras
las obras ajenas
presentan
como fracasos;
como
de todo presumen,
presumen
en este caso
de
que son villargordeños
a
tradición aferrados,
de
que no quieren cambiar
el
nombre que les legaron
sus
padres y sus abuelos,
a
los que ahora echan mano.
Quieren
poner por testigos
a
venerables ancianos
que
lo que no conocieron
no
pudieron pronunciarlo,
mas
por otra parte ignoran
que
fueron hombres sensatos
que
hubieran visto con gusto
la
conveniencia del cambio,
las
ventajas de esta unión,
y
lo hubieran aceptado.
En
los que tanto presumen
de
castizos y de clásicos,
en
los que dicen honrar
a
venerables ancianos,
es
posible que haya algunos
que
se olvidan, sin embargo,
que
sus hijos son los nietos
de
los que a ellos procrearon
y
en lo de nombres no dudan
al
bautizar a sus vástagos
en
coger del santoral
los
más extraños y raros,
quedando
los de sus padres
para
siempre ya olvidados;
mas
no pretendo decir
que
eso sea bueno ni malo,
tan
sólo que no presuman,
ante
ignorantes y cándidos
de
que aman los viejos nombres
para
obtener sus aplausos.
¿De
la tradición amantes?
Señores,
¿y desde cuándo?
Y
si los hay de esta clase
es
porque hay también incautos
que
por natura no tienen
sus
sentidos despejados;
sin
voluntad ni criterio
víctimas
son del engaño,
son
del último que llegue,
del
que quiera manejarlos;
son
miopes de la mente,
aunque
también fértil campo
en
donde suelen sembrar
los
vivos y aprovechados.
¿Tienen
culpa? No, señores;
es
que más de sí no han dado.
Hay
por último otro tipo
que
puede hacer mucho daño;
por
todas partes se meten,
son
los malintencionados.
Lo
limpio suelen ver turbio,
lo
turbio dicen ser claro;
sus
mentes sólo están hechas
para
lo vil y lo bajo;
si
alguno quiere mostrarles
algo
noble y elevado,
no
se esfuerce que, por cierto,
lo
verán torcido y malo;
tienen
mentes retorcidas
que
rebuscan en lo humano
todo
lo mísero y sucio;
por
eso yo los comparo
del
mundo de los insectos
con
el ruin escarabajo;
que,
habiendo cubierto Dios
de
hierba y flores los campos
en
la hermosa primavera,
sólo
se afana buscando
lo
que todos bien sabemos;
¿para
qué voy a mencionarlo?
Te
amo tanto, Villargordo,
que
Villatorres te llamo.
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