Colaboración de Paco Pérez
La
vida de Jesús, como hombre, es el CAMINO que toda persona debe entender
primero para después intentar seguir. Todos sabemos que el seguimiento es una
tarea que no es fácil pero si nos consideramos cristianos debemos tomar
posturas de sensatez ya y después abandonar las rutinas. Debemos hacer lo que
podamos pero fijándonos en lo que Él hacía… ¿Por qué tranquilizamos nuestra conciencia con cumplimientos que no
tienen base bíblica?
Él
no se apartó de su obligación humana en nada y por eso sufrió como tallas
consecuencias propias de nuestra condición. Después de morir resucitó y, cumpliendo
su misión y según el libro de los Hechos
de los Apóstoles, estuvo apareciéndose a los apóstoles y discípulos durante
cuarenta días, el tiempo que necesitó para darles instrucciones sobre el futuro
que se les avecinaba.
Su
presencia entre ellos fue una realidad innegable, las formas en que ocurrieron éstas
fueron variadas, estuvieron marcadas por unas características muy especiales y
ellas hicieron que la fe de quienes fueron testigos de esos hechos saliera
fortalecida, después sus vidas cambiaron de manera radical pues la orientaron a
seguir su ejemplo y a predicar la doctrina que les había enseñado. Cuando
comprendieron la realidad de su condición y el porqué de lo sucedido el miedo
les desapareció, robustecieron su fe y se lanzaron decididos a dar testimonio
de Él. Así fue como el cristianismo se extendió por Israel y por los países
próximos al Mediterráneo.
Este
cambio tan radical que experimentaron fue posible por la acción directa de Jesús sobre ellos en aquellos días y
mediante la intervención posterior del Espíritu
Santo, la que se conoce como el “Misterio
de la Ascensión”.
Durante
los días que convivió con los apóstoles antes de “La Ascensión”, conversaron y,
ante sus preguntas, les dejó muy claro que su futuro no estaba en sus manos y
sí en las del Padre. Para justificar esa respuesta les transmitió una realidad,
válida para ellos y para nosotros: El
Padre había sido el autor del diseño de su misión terrenal y que una vez
acabada volvía junto a Él.
Por eso no le
correspondía a Jesús establecer el día y la hora de su regreso final.
Sí
les habló del “nuevo Bautismo”, en él
recibirían al Espíritu Santo y Éste
les daría la fuerza que necesitaban para lanzarse a predicar.
Por
todo lo anterior es aconsejable que pidamos al Padre la concesión de “sabiduría”
y “revelación” porque ambas son necesarias
para que podamos entender bien el Plan
que tiene diseñado para el hombre
desde siempre y que, con la venida de Jesús,
se nos mostró a los hombres normales. Por eso es esencial que podamos
comprender el fundamento de la creencia que Él nos fue regalando poco a poco, para que tengamos la esperanza de que seremos acogidos cuando
subamos a su lado para estar junto a quienes cumplieron lo que se nos pide que
hagamos aquí y todo en sintonía con quienes formamos la Iglesia, la encargada de continuar su labor.
Comprender
la realidad que nos rodea en la vida, en la mayoría de los casos, no es tarea
fácil y por eso no debe sorprendernos que a los apóstoles y discípulos no se
les abrieran los ojos mientras estuvo con ellos enseñando el CAMINO a las gentes. Cuando resucitó
tuvo que darles pruebas de su nueva realidad y en ese contexto se ubica el
evangelio de hoy.
Jesús
vino, cumplió su misión como hombre sin desviarse un ápice del CAMINO y por eso, al concluir su labor,
ASCENDIÓ junto al Padre.
¿Tenemos claro los cristianos qué debemos de
hacer para recibir el mismo premio que Él?
Que
cada uno se dé la respuesta mirando en su interior, pero sin hacer trampas en
el solitario.
¡¡¡Feliz
domingo a todos!!!
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