Colaboración de José Martínez Ramírez
De mi paso por la capital de nuestra España guardo
infinidad de recuerdos, los malos no se cuentan. Ocho años de idas y venidas a
mi Jaén.
Eran los días de Juan Alberto Belloch, en Interior, y de Margarita Robles, en la Secretaría de Estado. Al enterarme de la
vuelta de esta señora a la política no he podido evitar que los recuerdos
madrileños emergieran de nuevo: Por esas fechas Luis Roldán se dio a la fuga y anduvo por cualquier lugar menos por
Laos.
Al artista Alvaro
de Luna lo veía pasar a menudo, junto a otros actores, por donde yo
trabajaba porque grababan cerca de Castellana nº 5. Antonio Tejero paseaba por el bulevar del mismo número con su
mujer; Ismael Tragacete, el
pentacampeón de caza español, y un largo número de modelos que trabajaban en la
revista Vogue.
De esta infinidad de personas y personajes que son
más o menos populares en nuestra querida España guardo, con especial cariño, el
recuerdo de un escritor que me invitaba a la “Casa de América” cada vez que alguno de sus colegas presentaba un
libro, lo hacía porque conocía mi afición al gremio, Luis Antonio de Villena.
Este hombre empezó su andadura literaria escribiendo
ensayos porque quería ser sabio, me lo confesó en uno de los momentos que
compartimos.
Por el salón de actos de este palacio pululábamos
personajes de lo más variopinto empezando por mi persona y continuando con Marisa Paredes, que acudía acompañada
de unas amigas y colegas de profesión de las que no recuerdo sus nombres; algún
ministro o alto cargo político; poetas anónimos o locales y un larguísimo etc.
de escritores más o menos conocidos. Allí conocí a Isabel García Lorca, una entrañable anciana a la que no quise
importunar porque bastantes moscardones tuvo que soportar esa tarde.
Por todo esto y algo más, Madrid es Madrid.
En una calle cercana a la de San Bernardo, la plaza del Dos
de Mayo, la plaza de La Paja, el
casco viejo donde el escritor canario D.
Benito Pérez Galdós recreo su extraordinaria obra, actuaban Olga Ramos y su hija Olga María una noche y este pobrecito hablador puede
presumir de haber tomado más de una Coca Cola, y más de dos, en la parte de
atrás del escenario mientras escuchaba a la crema del cuplé, estuve junto a mi
compañero, de nombre, Inocente.
Otro día contare algo más que se pueda contar
pues, desde esos tiempos, no he asistido a tertulias literarias o a
presentaciones de ninguna obra y, me digo yo… Tendré que mandar un correo a la
Casa de América, en Madrid, para que me vuelvan a llamar.
Después me daba un paseo por el Retiro para calmar
mi ansiedad antes de regresar a Leganés.
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