Colaboración de Paco Pérez
Uno al que nadie ha visto, al que conocemos muy poco y del que sí sabemos
que tiene una bondad tan grande que es capaz de perdonar a quienes lo ofenden a
diario y de diferentes formas. Esta forma de ser nos la mostró de una manera
muy sencilla a los hombres pero no lo comprendieron entonces y tampoco lo
comprendemos ahora.
Por esas y otras razones su mensaje no se pone en marcha de manera
definitiva o hacemos muy poco para que dé los frutos que Él desea. La única
explicación que se me ocurre… ¡¡¡Nos resulta muy complicado amar a los demás como a nosotros
mismos, por eso muy pocos pueden perdonar cuando los ofenden y, mucho menos, si
se lo hacen de manera permanente!!!
Ocurre así porque está instalado en nuestras vidas el egoísmo y la solución está en aplicar la
lógica, esa que se deriva del reinado de la justicia y del amor.
Como el compromiso de la sociedad con la resolución de los problemas
ajenos es casi nulo pues esa postura nos lleva a buscar respuestas fáciles, hablar mucho y hacer poco. Por eso, necesitamos
la adormidera de la religión para que ésta nos apacigüe el malestar que se ocasiona
en nuestra conciencia con esas acciones, entonces nos inventamos unos dioses que
no nos den voces y que no nos pidan explicaciones para las acciones negativas que
realizamos a diario… Esta es la religión que practicamos y con ella nos
sentimos muy contentos.
A veces, un señor poda el tronco gigante de un olivo milenario porque ha
dejado de darle fruto, después lo lleva a un escultor, le encarga una talla
dedicada a Cristo o a la Virgen María, le pone el nombre de una advocación y,
una vez acabado, lo dona a un templo o decide ponerlo en una dependencia de su
casa. Que cada cual se imagine, por la experiencias que todos conocemos, lo que
ocurrirá con esa imagen y acertará pero la verdad es que, ese señor o señora,
se sentirá muy feliz con lo que ha hecho porque es el fruto de la tradición
religiosa que le enseñaron en la familia o en el entorno.
A los discípulos les pasó igual, eran personas normales que se formaron en
la tradición judía; por esa razón no entendían las palabras de Jesús y sentían miedo de que se manifestara
en su condición de Hijo
de Dios, un error grave porque debían de haber sentido seguridad, alegría y confianza pues amando a los hombres de la
forma que Él lo hacía sólo podía ser bueno y por ello debió de generarles
buenas sensaciones desde el principio.
Otra característica de Dios es su deseo de comunicarse con los hombres
para que puedan conocer su realidad: Él ama al hombre tal y como es y eso nos
debe llevar a pensar que aunque tengamos momentos o etapas de debilidad siempre
tendremos oportunidades de cambiar.
Con Jesucristo se nos ofreció la
oportunidad de conocer a Dios en toda su
grandeza: Amando a todos
los hombres por igual y por encima de cualquier raza, religión o conducta.
Jesús es Dios y quedó demostrada esa condición
cuando abrazaba a los “pecadores” y a las personas que aquella sociedad judía,
orientada en una religión cargada de preceptos humanos y ausente de AMOR al
prójimo, rechazaba por tener mala
fama o baja condición social. Él no lo hacía como ellos y su comportamiento diferente
con el prójimo dio lugar a que la sociedad se escandalizará… ¿Nos hemos preguntado por qué somos, algunos, tan racistas?
Los “doctores de la
Ley” que regían los destinos de la religión judía no comprendían que un hombre, Jesús, pudiera tener la doble condición
de hombre y Dios y que, además, siempre estuviera dispuesto a perdonar nuestros
errores. Entonces… ¿Por
qué nos empeñamos en seguir mostrando tan poca disposición para el perdón?
Si el hombre no
rectifica esta actitud, no recibirá el amor y el perdón de Dios.
No debemos olvidar que perdona
quien es capaz de no
creerse superior a nadie y de disculparse cuando ofende pero en Dios, sin meter la pata con nadie, la
acción del perdón es su
práctica diaria. Cuando aparecen los problemas
en la vida del hombre, éste piensa que Dios no es “omnipotente” sino “débil”. Esta idea, muy generalizada, cobra
más fuerza ante el dolor y la miseria que afecta a tantos seres humanos y es entonces
cuando el hombre se pregunta… ¿Si
Dios lo puede todo, por qué no pone remedio a estas situaciones?
Dios es amor y es bueno, por eso
no puede ser indiferente ante el mal. Es una potencia
sin límite pero el amor que nos propone sólo tiene efecto si es ofrecido y aceptado. Siempre debe ser ofrecido, pero
nunca “impuesto mediante la coacción” porque así “se impide el crecimiento del amor”.
El “Dios de terror” que nos enseñaron
desde pequeños, ese que “amenaza
con el castigo e impide la libertad”, no produce amor
sino hipocresía.
Nadie esperaba que Jesús muriera debido a que tenían puestas en Él unas
esperanzas que no se cumplieron, según ellos, cuando lo vieron muerto en la
cruz. Para ellos esa escena fue una muestra de “debilidad”, no propia de alguien que decía
ser Hijo de Dios, por eso se
atrevieron a rechazarlo, los que no lo querían, y a burlarse de Él.
Los males que le sobrevienen a la humanidad no son entendidos por
nuestras mentes poco profundas pues algunos consideramos que Dios no es de
amoroso como nos lo pintan. No debemos pensar así porque muchas desgracias son responsabilidad exclusiva de los hombres; otras se deben a circunstancias naturales que podrían haber
sido originadas por el hombre, debido al comportamiento insensato que da a la
naturaleza o las que se derivan de las fuerzas descontroladas que tienen su
origen en la naturaleza.
Es un error que intentemos buscar explicaciones que compatibilicen el amor de Dios y el mal para justificar lo que hacemos porque
Él es vida incluso en la
muerte, Jesús nos la regaló al morir; es fuerza que nos ayuda a superar las
situaciones complicadas y esperanza de una vida mejor.
Debemos ENTENDER y ACEPTAR esta realidad bíblica: [Dios nos ama, Jesús es Dios y nos mostró esa realidad. Cuando se
marchó de entre nosotros nos envió al Espíritu Santo, que también es Dios, para
que nos ayudara y nos abriera las entendederas.].
Si creemos y aceptamos, ayudados
por la fe, en el camino de la Santísima Trinidad estaremos en paz con el Padre y por ella tendremos
la esperanza de alcanzar al
final la glorificación y, aunque pasemos por momentos complicados, estas
situaciones nos harán seguir luchando para alcanzarla pues sabremos que Él nos
regaló su amor y, además, nos
envió el Espíritu Santo.
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